Espacio virtual creado realmente por Nicanor Domínguez. Dedicado a la historia del Sur-Andino peruano-boliviano.

sábado, 27 de marzo de 2010

Alberto Flores Galindo (1949-1990)

La agonía de Flores Galindo

Nelson Manrique

La Republica, Lima,

El 26 de marzo de 1990 dejó de latir el corazón de Alberto Flores Galindo. Su agonía comenzó un año atrás, cuando en febrero del 90 sufrió un desmayo intempestivo. Los análisis que siguieron mostraron que en su cerebro crecía un tumor canceroso. Fue enviado de emergencia a Nueva York gracias a una colecta de sus amigos, que convocó a muchísima gente y en la que participaron hasta niños aportando sus propinas. “En estos momentos –escribió Tito–, cuando todo parece derrumbarse, cariño y solidaridad me mostraron otros rostros del país”. Reconoció que esta experiencia le había obligado a revisar su “habitual pesimismo”. Se inició luego un tratamiento que inicialmente despertó la ilusión de que el mal podría revertir. Desgraciadamente no fue así.

En su libro La agonía de Mariátegui, escribiendo sobre el fundador del socialismo peruano, Tito restituyó al término “agonía” su dimensión originaria de lucha y combate; no únicamente contra las aflicciones y dolores que acompañan al final sino como una forma de afrontar la vida, una agonística contra todas las dificultades. Llegado a sus últimos días, Tito vivió plenamente de acuerdo con esta visión vital.

El mal le sobrevino repentinamente, cuando tenía muchos planes por realizar. Su ilusión fue entonces contar con dos años más para culminar el proyecto en el que estaba embarcado: una biografía de José María Arguedas a partir de la cual aproximarse a las contradicciones fundamentales del Perú del siglo XX. El cáncer no le dio ese plazo. Después de intentar avanzar con su proyecto fue pronto evidente para él que no tendría el tiempo necesario. A medida que el tumor se extendía iba afectando los centros neurales de la coordinación motora y del lenguaje, y su léxico se iba reduciendo inexorablemente. Mantenía íntegras su lucidez y sus facultades de razonamiento, pero tenía crecientes dificultades para expresar su pensamiento; podía hacerlo si se le ayudaba, enumerando aquellos términos que se podía adivinar necesitaba, pero día a día la comunicación se iba haciendo más dificultosa.

En esas condiciones, decidió dedicar el tiempo que le quedaba a la redacción de un texto de despedida, al que le puso de título “Reencontremos la dimensión utópica” y que constituye una especie de testamento intelectual. En él Tito se ratifica en las opciones que animaron su vida: su solidaridad inquebrantable con los de abajo, su apuesta por el socialismo, la exhortación a los jóvenes a no perder su capacidad de indignación, la convicción de que el país llegaba a una encrucijada crucial y era necesario luchar por preservar nuestro legado andino, por entonces ya claramente amenazado (no es difícil adivinar qué habría opinado sobre “el perro del hortelano” de Alan García).

Durante el último tiempo sólo pudo completar el texto gracias al amor de Cecilia, su compañera, que le permitió atravesar las brumas que crecientemente iban envolviéndolo. Una de las últimas veces que lo vi de pie fue a inicios del año 1991, cuando vino con Cecilia a casa, para saludar a mi compañera por su cumpleaños. Ya entonces podía adivinarse que se había quedado ciego. En la siguiente semana comenzó el tramo final y luego se fue apagando, lenta e inexorablemente.

Tito tuvo sin duda muchos amigos. Pero la movilización que desencadenó su enfermedad rebasó ampliamente el ámbito de su círculo de allegados. Pienso que entre los sectores populares existió siempre una clara conciencia de lo que él representaba para el país; allí están las numerosas escuelas y demás instituciones que perennizan su nombre para testimoniarlo. El reconocimiento nacional e internacional que ganó se debía a su tenaz espíritu de trabajo: nos legó 8 libros de altísima calidad antes de cumplir los 40 años. Estaba también su extraordinario talento como historiador y ensayista, reconocido más allá de las filiaciones ideológicas: su libro Buscando un Inca. Identidad y utopía en los Andes ganó tanto el Premio Casa de las Américas de Cuba, cuanto el premio Lawrence Harding, de la academia norteamericana. Pero, también era además el perfecto ejemplo de un trabajo intelectual con un altísimo rigor y un compromiso radical con las causas políticas en las cuales creyó hasta el final. Cualidades que lo han convertido, junto con JC Mariátegui y JM Arguedas, en uno de nuestros grandes referentes intelectuales del siglo XX.

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Tomado de: http://www.larepublica.pe/columna-en-construccion/23/03/2010/la-agonia-de-flores-galindo

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Alberto Flores Galindo, in memoriam

Por Rocío Silva Santisteban

La República, Lima,

A diferencia de muchos que participan de homenajes por los veinte años de la desaparición física de Alberto Flores Galindo yo nunca lo conocí. Jamás fui su alumna. Nunca lo vi, ni le estreché la mano, ni siquiera sé cómo era el timbre de su voz. Supe de él como ahora saben de él los alumnos universitarios, algunos escolares, y muchos investigadores: por sus escritos. La palabra es, finalmente, esa herramienta tecnológica que nos permite entrar en comunicación con aquellos que nos han precedido y que no conocemos: con las huellas de sus pensamientos, con sus ideas poderosas, con sus polémicas internas, pero sobre todo, con ese rasgo de humanidad que finalmente el lenguaje escrito también trasunta. ¿Uno puede ser amigo de un muerto? Sin duda alguna: amigo entrañable, querido, íntimo.

Alberto Flores Galindo (1949-1990) murió demasiado temprano: a comienzos de una década que para el Perú fue infame, apenas iniciados sus cuarenta años. Paradójicamente, de un cáncer al cerebro, precisamente ese órgano del cuerpo que sabía utilizar de manera destacada, sobre todo, para plantearse soluciones creativas y para tercamente “reencontrar la dimensión utópica”. ¿Por qué Flores Galindo fue un historiador e intelectual de izquierda tan importante? En primer lugar: porque era un investigador muy solvente, preciso, y sobre todo, creativo que supo mirar más allá de los documentos, ser ambicioso, y mantener sus investigaciones aunque parecieran desmesuradas. En segundo lugar: porque asumió, junto con otros de su generación, la necesidad de un compromiso político pleno e, incluso, con errores y arrepentimientos, una militancia activa.

Si, como dice Cecilia Rivera, su viuda, en el prólogo de las Cartas de Francia, “Tito” decidió en París dejar una militancia esquemática por la opción amplia del conocimiento; en su última carta, aquella escrita desde su enfermedad pero con la lucidez que dan las alas de la muerte, pudo insistir para que las nuevas generaciones, a partir de inesperadas formas de militancia, renueven el socialismo y el pensamiento de izquierda con capacidades diferenciales, heterogéneas, inéditas, creativas e imaginativas: “Hemos sido una intelectualidad muy numerosa, pero a la vez poco creativa. Incapaces de dar a nuestro propio país la posibilidad de un marxismo nuevo. Intelectuales y políticos ignoran el pasado, la historia, lo que han sido. Demasiado modernos. Incapaces de elaborar un proyecto. Insisto que mientras en muchos otros países latinoamericanos el socialismo ha sido destruido, aquí sigue vigente. Todavía. A pesar de estar arrinconado…”

En las 17 cartas que acaba de publicar Manuel Burga, su coautor y amigo de destierros y estudios, Flores Galindo nos muestra la tenacidad de un joven becario, de 23 a 24 años, que lucha contra el desánimo del desarraigo, que goza con los espacios distintivos de un París recién reventado de Mayo del 68 y con las clases de profesores de la talla de Vilar, Braudel, entre otros, pero sobre todo, de un lúcido “comedor de libros”, que reseña, comenta, califica y a veces, descalifica, con pasión y entrega. A su vez, estas cartas nos revelan a un hombre que se debatía entre el miedo de regresar al Perú, un país siempre difícil para los intelectuales, y la impostergable necesidad de hacerlo: regresar para zambullirse en los archivos del Cusco para terminar su tesis sobre Túpac Amaru. Este es el joven Flores Galindo, pero no deja de vincularse con el “maduro” Flores Galindo de su famosa “última carta” en la que nos pide a todos, los que venimos detrás o junto a él, que no cesemos en la lucha por una sociedad más equitativa: “Hay que discutir el poder […] dónde está el poder, quiénes lo tienen y como llegar a él. Cuestionar el discurso liberal. Los jóvenes lo pueden hacer. Muchos somos viejos prematuros […] Pero el socialismo –insisto– exigirá para el futuro un cambio radical en el discurso. Revolución no es sinónimo solo de violencia. Hace falta proponer una nueva sociedad alternativa”.

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Tomado de: http://www.larepublica.pe/kolumna-okupa/28/03/2010/alberto-flores-galindo-memoriam

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Burga y Flores Galindo

Dimensión utópica en Flores Galindo

Manuel Burga

La República, Lima,

Alberto Flores Galindo murió el 26 de marzo de 1990 y la próxima semana se cumplen 20 años de su muerte. Tenía 40 años cuando murió y el mundo ya había ingresado visiblemente a lo que es hoy, una realidad dominada por la debacle de los socialismos realmente existentes y el triunfo de los neoliberalismos y la economía de mercado. Se había producido un indudable cambio político, un cambio de época, el fin del corto siglo XX, como decía Hobsbawm, pero en el fondo –en el tiempo de la economía– perduraban, y perduran, los mismos modelos económicos. El industrial vigoroso, renovado por la informática y las tecnologías de la comunicación, en los países desarrollados y el primario exportador, adornado por los TLC y las TIC, fuertemente enraizado en países como el nuestro.

¿Qué hemos cambiado en los últimos 20 años? Somos evidentemente más, con una pobreza proporcionalmente mayor y con servicios públicos, como seguridad, salud y educación, deficientes y aún deteriorados. La guerra interna ha sido costosa y la pacificación aún más, material y espiritualmente. En estas circunstancias quisiera recordar a AFG, en realidad darle la palabra, retomar su “Carta a los amigos”, del 14 de diciembre de 1989, donde se reafirma en sus convicciones políticas por construir un futuro mejor, de mayor justicia, que ahora nos parece aún tan lejano: “En otros países el socialismo ha sido debilitado; aquí, como proyecto y realización, podría seguir teniendo futuro, si somos capaces de volverlo a pensar, de imaginar otros contenidos.

Esto no es la moda. Es ir contra la corriente. También debemos enfrentarnos a los cultores de la muerte o a aquellos que sólo piensan en repetir las recetas de otros países. El desafío creativo es enorme. ¿Podremos?”.

El cambio de época y la terrible experiencia destructiva del siglo XX, en particular de Sendero en nuestro país, hace que la pregunta de AFG sea pertinente para todos: ¿Podremos encontrar un camino propio?

No expresó mucho entusiasmo cuando se preguntó por los intelectuales: “La mayoría de los intelectuales y demasiados dirigentes políticos de izquierda, hemos perdido la capacidad de vivir y sentir la indignación”. Quizá quería decir que sin indignación no existe estímulo para buscar un camino propio. Pero agregaba inmediatamente, “El socialismo no debería ser confundido con una sola vía. Tampoco es un camino trazado. Después de los fracasos del estalinismo es un desafío para la creatividad. Estábamos demasiado acostumbrados a leer y repetir. Saber citar. Pero si se quiere tener futuro, ahora más que antes, es necesario desprenderse del temor a la creatividad. Reencontremos la dimensión utópica”. (…) “Lo cierto es que, como en pocos sitios, hemos sido una intelectualidad muy numerosa, pero a la vez poco creativa. Incapaces de dar a nuestro propio país la posibilidad de un marxismo nuevo. Intelectuales y políticos ignoran el pasado, la historia, lo que han sido”.

La historia misma nos ha llevado por los caminos de la actualidad: hemos perdido la fe en la dimensión utópica, en el futuro, en las ilusiones. Algunos modelos políticos del siglo XX parecen definitivamente agotados, obsoletos, sobre todo los modelos autoritarios, los que ahora aparecen grotescos en algunos países de AL, como realidad o proyecto, en manos de caudillos militares. Alberto Flores Galindo nos dejó esa lección de dignidad, indignación, afecto, convicción y fe en el futuro. Entre sus Cartas de Francia. 1973 – 1974, que aparecerán muy pronto, y su “Carta final”, encontramos al mismo intelectual, polémico, sensato, reclamando por mirar el pasado para encontrar el camino propio. Ahora, agobiados por la corrupción, la economía de mercado, un APRA neoliberal y un fujimorismo popular, necesitamos recordar estas lecciones de dignidad y esperanza para volver a pensar creativamente.

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Tomado de: http://www.larepublica.pe/aproximaciones/18/03/2010/dimension-utopica-en-flores-galindo

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El Tito Flores

“Vivió a una velocidad tremenda”

Nelson Manrique sobre Alberto, Tito, Flores Galindo, 20 años después de su muerte. El desaparecido historiador murió un día como hoy en 1990. Su amigo, también historiador, lo recuerda.

Pedro Escribano.

La República, Lima, 26 de marzo de 2010.


Un cáncer acabó con su vida. Alberto “Tito” Flores Galindo murió un día como hoy hace veinte años. Tenía 41 años y se había convertido en uno de los intelectuales más lúcido de izquierda y de nuestro país. Comprometido con los postulados socialistas, dejó libros capitales como La agonía de Mariátegui, Buscando un Inca, Aristocracia y plebe. Antes de morir, se despidió con una carta a sus amigos que tituló “Reencontremos la dimensión utópica”, una suerte de testimonio de vida y de fe viva en el socialismo.

¿Por qué debemos recordar a Alberto Flores Galindo?

–Yo creo que hay tres personajes intelectuales desde el punto de lo que son los socialistas en el Perú: Mariátegui, Arguedas y Alberto Flores Galindo. Tito se interesó en ellos. A Mariátegui le dedicó su libro La agonía de Mariátegui, creo que es su mejor estudio y biografía del Amauta. Creo que con ese libro trazó otra manera de interpretar a Mariátegui, sacándolo de esa suerte de capilla en que, como alguna vez dijo en una conferencia, que Mariátegui había sido convertido en una especie de megáfono que utilizaba cada partido para dar su propia exposición sobre lo que opinaba Mariátegui. Tito abordaba a Mariátegui situándolo en su época, contextualizándolo y lo hacía desde la perspectiva personal de un intelectual comprometido como era él, con toda sus vivencias y problemas de un hombre de nuestro tiempo.

Sobre Arguedas quiso hacer su biografía, era su gran proyecto.

¿Qué pretendía con esa biografía?

–Es su segundo personaje. Él estaba convencido de que la biografía de Arguedas podría ser una entrada privilegiada para entender las tensiones sociales del siglo XX. Ese trabajo quedó en bosquejo, él pensaba que aquello le iba a demandar un par de años, pero la muerte ya no le dio tregua.

¿Cómo era en lo personal?

–Era muy sencillo. Era un intelectual de primera línea, pero muy sencillo. Siempre estaba dispuesto a acoger a toda persona. Tenía un enorme interés por la gente, no importa si era maestro de primaria, intelectual de pueblo pequeño que tenía una monografía. Él se las arreglaba para estimularlos, para discutir con ellos. Cuando el tiempo ya no le daba, los distribuía entre sus amigos para ayudarlos. Lo sorprendente es que vivía a una velocidad tremenda.

En su carta dirigida a sus amigos es crítico y autocrítico. No se cree dueño de la verdad, incluso dice por qué a él, a su generación, los respetan mucho.

–Es cierto. Eso está dirigido a los jóvenes. Él decía que algunos jóvenes tenían demasiado respeto. Era exigente con los demás y exigente consigo mismo. Alguna vez Reynaldo Ledgar dijo “es un gran moralista”. Estaba convencido de la importancia del trabajo intelectual y que éste no solo era tener reconocimiento en la sociedad. Tito también se prodigaba en la prensa (Tiempo de plagas) y no tenía miedo de decir lo que pensaba y lo que necesitaba decir. En la semblanza que Rugiero Romano escribe sobre Tito en la revista Márgenes, recordaba que Tito le había dado un artículo en donde era preciso, intelectualmente brillante, pero escrito con una frialdad como para confundir a los militares. Eran los años de la violencia de Sendero y los militares.

Flores Galindo era un intelectual orgánico, como quería Mariátegui.

–Creo que de alguna manera Mariátegui era un arquetipo para él, un intelectual comprometido.

En los años 80, cuando cae el bloque socialista, Flores Galindo mantiene su entusiasmo por la izquierda.

–Antes quiero decirte que Tito tenía un humor, por lo inteligente se podría decir humor británico, pero para nada tenía la frialdad británica. Tenía una especie de humor de baja intensidad, pero muy devastador. Se gastaba bromas con sus amigos.

Alguna vez te soltó una de sus bromas…

–Nos las hacíamos (risas). Sobre su entusiasmo por el socialismo, en ese entonces se vivía un momento difícil para el socialismo. La revolución salvadoreña se había empantanado. Cayó el Muro de Berlín. Esa era su preocupación porque, decía, quiero que se sepa que sigo siendo socialista. Se estaba muriendo, pero su preocupación era eso. Eso también se aprecia en su carta–testimonio. Tito no era un marxista cerrado.

En una parte de Buscando un Inca él trata de analizar los sueños de Gabriel Aguilar. Un marxista ortodoxo no haría eso.

–Era su pasión por encontrar la realidad, recurrir a nuevos caminos. Tito y Gonzalo Portocarrero animaron un seminario muy interesante en la PUCP hace algunos años sobre el psicoanálisis. Max Hernández, César Rodríguez Rabanal, entre otros, iban más allá del trabajo clínico.

Era los nuevos caminos, métodos, para entender e interpretar la realidad.

Capacidad de indignarse

En un artículo dices que Tito Flores no se hubiera callado ante el perro del hortelano de Alan García. ¿Qué hubiera dicho?

–Ya lo dijo en el primer gobierno. Y es que en García hay una absoluta traición a las promesas electorales. Eso se ha convertido en una mala costumbre nacional. Hay que revisar el tema político porque García ha tenido la proeza de cambiar el mapa político. ¿Qué ha sucedido para que Lourdes Flores y Toledo terminen en centro derecha? García se ha corrido completamente a la derecha. Ese tipo de incoherencias indignaba a Tito Flores.

Perfil

Historiador. Nació en el Callao, en 1949. Murió en Lima el 26 de marzo de 1990. Fue historiador y fundador de SUR Casa de Estudios del Socialismo.

Estudios/obras. Historia en la PUCP y becado en Ècole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de París. Obras: Buscando un Inca (premio Casa de las Américas, 1986), La tradición autoritaria, Aristocracia y plebe.

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Tomado de: http://larepublica.pe/archive/all/larepublica/20100326/28/node/257342/todos/11

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PDF: http://www.larepublica.pe/pagina_impreso.php?pub=larepublica&anho=2010&mes=03&dia=26&pid=1&sec=11&pag=28

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