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jueves, 21 de octubre de 2010

PERU: Religión y Política (1923, 2010)

La procesión va por dentro

Por Gregorio Martínez

Perú21, sección Cultura, Lima, domingo 17 de octubre de 2010

En 1923, cuando aún no existían ni el Apra ni el Partido Comunista Peruano, una aguerrida movilización democrática y popular derramó sangre e hizo retroceder al presidente Augusto B. Leguía, quien pretendía consagrar el Perú al Corazón de Jesús, maniobra política y religiosa para eternizarse en el poder. Ahí cayeron abaleados por los gendarmes del gobierno el tranviario Salomón Ponce y el estudiante sanmarquino Manuel Alarcón Vidalón, en el Pasaje Huérfanos, cerca al Parque Universitario. Así se selló la alianza obrero estudiantil. Víctor Raúl Haya de la Torre era presidente de la federación de estudiantes.

Ahora, en el mes de la procesión del Cristo de Pachacamilla, el mandatario Alan García, en complicidad con el Congreso, recurre a una trampa similar, traiciona a Haya de la Torre y viola la Constitución al declarar Patrono del Perú al Señor de los Milagros, el mismo Jesús rubio de Leguía. Atarantados por la quimera que pinta Alan García, los demócratas que ayer fueron combativos se han quedado quietecitos, asumiendo el pacto infame de hablar a media voz que tanto condenaba Manuel González Prada.

¿Quedará impune este nuevo legicidio del gobernante Alan García? Si fuera así, el Tribunal Constitucional y su presidente Carlos Mesía serían únicamente una impostura. Ni siquiera la defensora del pueblo, Beatriz Merino, ha levantado la voz. Es como si ambos personajes ya hubiesen bendecido el contubernio contra natura de iglesia y estado que aprobó el Congreso en flagrante atentado contra la Constitución.

Desde un principio, todavía en los tiempos coloniales de 1651, la Iglesia Católica sabía, con plena fundamentación canónica, que la adoración subterránea que los negros de Lima le ofrendaban a la cruda imagen de Cristo crucificado pintado en una pared constituía un acto de idolatría. Claro que para los negros se trataba más bien del milagroso hijo de Obatala (Virgen de las Mercedes). Sin embargo, por alguna conveniencia, la Iglesia prefirió mantener el asunto en remojo.

Fue el terremoto que arrasó Lima en 1655 lo que catapultó la fama del Cristo de Pachacamilla, imagen que el esclavo Pedro Dalcón (de Alcón o más bien Halcón/Falcón) había pintado cuatro años antes, en 1651. Después del remezón telúrico, nada quedó en pie, excepto la pared de adobe con la figura cruda de Cristo. De inmediato las autoridades coloniales y la Iglesia Católica decidieron borrarla por temor al poder de convocatoria que poseía dicha pintura, ya no solo entre los negros sino en toda la población de Lima.

Al fin, el propio virrey mandó a su guardia principal, Juan de Uría, para que derrumbara la pared. Todos los intentos fracasaron. Entonces corrió la voz del milagro y el virrey en persona, con el aval del arzobispo de Lima, llegó al lugar, se postró ante el hijo de Obatala, y ordenó que se erigiera una ermita en torno a la pared. Así empezó la oficialización del Señor de los Milagros.

Actualmente, cuatro siglos más tarde, la procesión del Señor de los Milagros resulta la más grande y multitudinaria manifestación religiosa e idólatra que ocurre en las calles de una metrópoli. Cuando un extranjero contempla por televisión la marcha cadenciosa del Señor de los Milagros por el centro de Lima, queda anonadado. Más por los encuentros y saludos entre el Señor de los Milagros y su madre, la Virgen María, investida ya de Nuestra Señora de las Mercedes, o sea Obatala, hecho que de inmediato lo percibe un dominicano, un cubano, un boricua, un brasileño, incluso un uruguayo candomblero, un antropólogo de Oxford, Harvard o La Sorbona, pues la santería es una religión plena y vigente.

Pero la legítima Obatala yace oculta en el reverso del propio lienzo del Señor de los Milagros. Por supuesto, lo visible es una misteriosa Virgen de las Nieves que no se explica por qué ha sido colocada en el reverso. Solo que cuando tuvieron que restaurarla, el especialista descubrió que estaba pintada sobre un óleo de la Virgen de las Mercedes. Obatala oculta del ojo público, la Mamacha Meche. La misma Virgen de las Mercedes a la cual las Fuerzas Armadas le dieron el grado de Gran Mariscala del Perú, ratificado por el Congreso el 24 de setiembre de 1921. Luego, el 8 de diciembre de 1954, en ceremonia pública realizada en Campo de Marte, con la presencia del dictador Manuel A. Odría, la Virgen de las Mercedes fue condecorada con la Orden Militar de Ayacucho. Entonces, el nuncio apostólico, cardenal Federico Tedeschini, embajador del Vaticano, se retiró de la ceremonia, pese al embarazo de Odría, porque la consideró un acto de idolatría.

Todavía no lo han hecho mariscal del Perú al Señor de los Milagros, pero ya le colgaron todas las condecoraciones habidas y por haber. Anita Fernandini de Naranjo, alcaldesa de Lima, le dio las Llaves de la Ciudad. Velasco le puso una condecoración y Tantaleán Vanini, para no quedarse atrás, le colgó la Cruz del Mérito Naval. Posiblemente la santería no permite que el hijo reciba más homenajes que la madre. Porque siempre habrá una gran distancia entre una medallita y el bastón de mariscal.

Sea como fuere, no existe en el mundo nada comparable a la procesión del Señor de los Milagros. Las procesiones en España o en México pueden ser más patéticas y sangrientas, con verduguillos y pencas de nopal lacerando la carne; sin embargo, no se comparan con la grandiosidad del infierno de cultura chicha que en el mes de octubre trastorna Lima. Aunque, eso sí, falta meterle más bandas en contrapunteo, fiesta y creatividad popular.

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Tomado de: http://peru21.pe/impresa/noticia/procesion-va-dentro/2010-10-17/287769

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El nuevo Leguía

Por Alberto Adrianzén

La República, Lima, sábado 5 de junio de 2010

El 23 de mayo de 1923 fue, acaso, uno de los días más importantes en la vida de Víctor Raúl Haya de la Torre. Ese día, Haya, con la presencia de obreros y estudiantes sanmarquinos, encabezó una protesta en Lima que impidió la consagración del Perú al Corazón de Jesús tal como querían el arzobispo Emilio Lisson y el dictador Augusto Leguía. Su participación en esa protesta, al igual que en la lucha por las ocho horas y la reforma universitaria años antes, fue clave para construir lo que más tarde sería un liderazgo indiscutible y, después, el partido más importante y masivo del siglo pasado.

Fue el propio Haya de la Torre, ese mismo 23 de mayo en el patio de San Marcos, quien presentó la moción de rechazo a tal medida. En aquella oportunidad dijo: “se intenta una consagración oficial, cercenando la libertad de pensamiento, burlándose de la conciencia nacional”. También se dice que durante la manifestación en la Plaza San Martín y rodeado por la policía Haya les gritó: “No son ustedes responsables de la medida de terror que ha masacrado a nuestros compañeros. El culpable es el sombrío tirano que se esconde allí” (se refería a Leguía). Al día siguiente, y luego de pasear por la calles de Lima el cadáver del estudiante Manuel Alarcón asesinado en estas protestas (murieron, además, un obrero y tres policías), Haya de la Torre pronunció aquel famoso y legendario discurso que lleva por título “El quinto no matar”. Como consecuencia de todo ello, Haya de la Torre fue deportado, acusado de masón y declarado enemigo de la Iglesia.

Este hecho, como sabemos, fue uno de los factores más importantes que explica la rivalidad entre el APRA y la Iglesia Católica. En una página web de católicos fundamentalistas (www.connuestroperu.com) puede encontrarse un artículo titulado: “El ‘anticristo’ del 23 de mayo de 1923” que afirma que Haya de la Torre sería uno de los más grandes adoradores de Lucifer.

Décadas después la historia se repite pero en sentido contrario. Los que antes fueron enemigos jurados hoy se abrazan. El 12 de mayo el presidente Alan García, además presidente del Partido Aprista, ha enviado un proyecto de ley al Congreso (N° 4022) para que se declare al Señor de los Milagros Patrono del Perú.

La ironía no puede ser mayor. En este caso se puede establecer la siguiente analogía: Leguía es a García como Lisson es a Cipriani. No me extrañaría que este famoso proyecto de ley haya sido una idea inicial del actual Arzobispo de Lima. Con esta iniciativa Alan García termina de enterrar una de las mejores y más modernas tradiciones del APRA: su propuesta de un Estado laico, pero también su visión de que la libertad de conciencia –y dentro de ella la religiosa– es un aspecto central de cualquier régimen democrático.

Me imagino que a García le gustaría, en lugar de repetir las palabras de Haya del 23 de mayo de 1923, recitar más bien ese otro famoso discurso de Riva Agüero en el Colegio Recoleta en 1932, donde renuncia a sus ideas del pasado al considerarlas “despropósitos y frases impías, que hoy querría condenar al perpetuo olvido, y borrar y cancelar aún a costa de mi sangre”.

Además la propuesta de García va contra la propia Constitución ya que en ésta, como se afirma en su artículo 86, el Estado es independiente y autónomo de cualquier religión, más allá que reconozca a la Iglesia Católica “como elemento importante en la formación histórica, cultural y social del Perú”. Por ello, pretender declarar al Señor de los Milagros, como “Patrono del Perú”, es un acto de imposición que en nada favorece a un clima de tolerancia cuando hablamos de religión. Y menos al desarrollo de un Estado laico en el país.

Este no es un alegato en contra de la procesión y presencia del Señor de los Milagros en nuestra sociedad. Es más bien un llamado para construir un Estado laico y para que el Cristo Morado siga siendo del pueblo y no del Opus Dei y menos de un poder que poco toma en cuenta a la mayoría de sus fieles.

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Tomado de: http://www.larepublica.pe/disidencias/05/06/2010/el-nuevo-leguia

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