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martes, 14 de agosto de 2007
Plagiarios - II
En el Perú. Fernando Iwasaki y Álvaro Vargas Llosa, ambos escritores peruanos que sucumbieron ante la tentación del plagio. El primero pagó su error a un alto precio.
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Plagios al descubierto
Los plagios y fraudes en materia literaria o musical no son hechos esporádicos. El afán de notoriedad ha llevado a muchos, finalmente, a estropear sus carreras promisorias por haber quedado al descubierto luego de hurtar el trabajo ajeno y presentarlo como propio. Aquí algunos casos que bien pueden ser una lección para esos egos dominados por tanta pereza como ambición.
Por Edmir Espinoza
La República, suplemento "Domingo", Lima, domingo 8 de abril de 2007
Ana Rosa Quintana. Presentadora de TV sin talento literario.
Ana Rosa Quintana era una de las presentadoras más famosas y queridas de la televisión española. Andaba en la cresta de la ola cuando, muy oportunamente, decidió publicar su primera novela. La presentación de Sabor a hiel, en octubre del 2000, fue por todo lo alto, pero un incidente imprevisto hizo que toda la parafernalia cediera ante un escándalo mayúsculo. Quintana había plagiado. Varias páginas de su novela eran copias textuales de artículos y obras literarias escritas por las estadounidenses Danielle Steel y Colleen McCullough, y la mexicana Ángeles Mastretta. El hecho fue a parar a las portadas de los diarios más importantes de España, y la imagen de Ana Rosa cayó abuptamente. Las excusas que esgrimió la presentadora de TV, lejos de limpiar su alicaída imagen, ayudaron a acrecentar el escándalo. El responsable del plagio no habría sido Quintana sino un "estrecho colaborador". O un negro literario, como se les conoce en el ámbito académico a aquellos escritores sin mucho nombre que terminan escribiendo por encargo. Todo no había sido más que un fraude. Un error que a la postre no era más que un hecho calculado y premeditado. Lo único que no estaba en los planes, ni de Quintana ni de su colaborador, era que el plagio saliera a la luz. Los españoles, sin embargo, parecen haberla perdonado, de otra manera no se explica cómo la consideran la mejor presentadora de televisión en la Península.
Y es que el plagio, por increíble que parezca, se ha convertido en una práctica bastante común en ciertos círculos periodísticos, literarios y musicales, por supuesto. Quizá el caso de fraude musical más recordado es el del dúo Milli Vanilli. La agrupación, que gozó de amplia fama a finales de los ochenta y que llegó incluso a ganar un Grammy en 1990, resultó ser todo un engaño. En un concierto en Australia, los integrantes de la agrupación, Fabrice Morvan y Rob Pilatus, fueron descubiertos: ninguno de los dos cantaba los temas que los hicieron famosos y, en cambio, se limitaban a hacer la fonomímica del playback. Las verdaderas voces eran de cantantes anónimos que formaban parte del montaje. Luego de descubierto el fraude, Morvan y Pilatus fueron acusados por todos los medios de prensa, su carrera artística cayó en un abismo y el mundo entero pareció olvidarlos en un abrir y cerrar de ojos. Años más tarde, en 1998, Rob Pilatus, sería encontrado muerto a causa de una intoxicación con alcohol y drogas.
Pero los casos de fraude y plagio que más daños colaterales generan, son los que se dan en grandes medios de prensa. En Estados Unidos, quizá los dos periódicos más influyentes han sido presas de los engaños más alucinantes. Corría el año 1981 cuando el escándalo tocó la puerta del Washington Post. Resulta que Janet Cooke, reportera del medio, había inventado la historia con la que se había hecho acreededora al premio Pulitzer. El reportaje de Cooke narraba el caso de Jimmy, un niño de 8 años adicto a la heroína. Según la historia de la reportera, el conviviente de la madre de Jimmy solía inyectarle pequeñas dosis de heroína a fin de calmar sus llantos. Pronto el niño crecería y se convertiría en un adicto antes de cumplir los nueve años. El reportaje había sido portada en el Post y venía siendo seguido por todo el pueblo estadounidense. Luego el público pidió referencias de Jimmy. Y Cooke se vio obligada a aceptar que toda la historia de Jimmy y la heroína había sido inventada por ella, a raíz de las presiones de sus editores para que consiga una nota de impacto. La decepción del público norteamericano fue un traumática. Y la credibilidad del Washington Post se fue por los suelos. Días después, la reportera fue corrida del diario y, por supuesto, despojada de su Pulitzer.
Culpable. J. Blair, el peor error del New York Times. Inventó y copió más de 100 notas.
Algo similar ocurrió en The New York Times recientemente. En 2003, el corresponsal Jayson Blair fue acusado de escribir artículos falsos e inventar notas periodísticas. El periódico hizo una prolija investigación y se dio con la sorpresa de que Blair había inventado 36 artículos y otros 70 eran una suma de plagios y mentiras. Los editores de The New York Times no encontraron otra salida que presentar sus renuncias apenas el escándalo saltó a las primeras planas de los tabloides. Las críticas cayeron, una tras otra, sobre el diario más importante del planeta y, una vez más, la tan mentada credibilidad se estrelló contra el suelo.
Sucedió aquí
En nuestro medio el caso de Fernando Iwasaki fue uno de los más sonados. En mayo de 1989, el entonces novel intelectual Fernando Iwasaki Cauti tuvo que confesar que el artículo que apareció firmado con su nombre en el diario Expreso unos días antes, era un plagio de una texto escrito por el filósofo irlandés Eric Robertson Dodds. El plagio descubierto afectó tanto su carrera –hasta ese momento promisoria– que a Iwasaki no le quedó otro camino que dejar el país y empezar de cero en España.
Otro caso que tuvo impacto en los medios fue la acusación de plagio que hiciera la historiadora María Rostworowski. Según ella, Álvaro Vargas Llosa había plagiado varios de sus ensayos sobre Francisca Pizarro, la hija del conquistador, para la elaboración del libro La mestiza de Pizarro. En un principio Álvaro Vargas Llosa negó el plagio y hasta don Mario, su padre, salió a defenderlo, minimizando la acusación. Lejos de amilanarse, Rostworowski se cargó de tanta indignación que preguntada sobre si iba a demandar al impopular Alvarito dijo que no, que bastaba con "mandarlo a la mierda". Poco después el plagiario le envió un ramo de rosas con una disculpa.
Descubiertos o no, los plagiadores pululan por medios artísticos y periodísticos. En la conciencia de cada uno es donde finalmente quedará la verdad, esa palabrita que causa tantos dolores de cabeza, pero que para algunos no representa mucho que digamos. Basta con leer una columna de Alonso Cueto, publicada en Perú 21 el 18 de abril del 2005 en la cual recuerda detalles de un congreso dedicado a la obra de Bryce. Cueto hace referencia a los comentarios de Bryce sobre el plagio. "Bryce se preguntaba qué es, en el arte, un plagio y qué es original" y agrega, ya a título personal y entre paréntesis: "Todo artista, en cierto modo, plagia e imita el arte anterior al suyo". Con razón no se hacía problema en colocarle su nombre a los escritos ajenos.
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Ver: http://www.larepublica.com.pe/content/view/151382/
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