Espacio virtual creado realmente por Nicanor Domínguez. Dedicado a la historia del Sur-Andino peruano-boliviano.

viernes, 30 de marzo de 2007

Altiplano del Titicaca (Siglos XIV-XVI)




I.- Los “Señoríos” altiplánicos aimaras (siglos XIV-XVI).
[Parte 1]

Durante la Tertulia que tuvo lugar el pasado 3 de noviembre en la Casa del Corregidor (*) varios de los participantes expresaron su convicción de que los antecedentes indígenas de la actual ciudad de Puno se remontaban al período prehispánico, cuando la localidad de “Puñu” habría sido un asentamiento importante y no simplemente un “tambo” en el camino incaico del Collao. Nuestro colaborador Nicanor Domínguez trata aquí de ubicar este aparente problema en el contexto de los estudios etnohistóricos del pasado prehispánico del Altiplano.

(*) Ver la transcripción de la versión grabada del Conversatorio en el portal de La Casa del Corregidor, en la sección “Tertulias”: http://www.casadelcorregidor.com.pe/tertulia_Dominguez.php.

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Quizás deba comenzar repitiendo lo dicho en la Tertulia, así como en un artículo anterior de Cabildo Abierto: el orgullo local de los habitantes de Puno no tendría por qué verse disminuido por el hecho de que no existan pruebas arqueológicas de que alguna vez haya habido un asentamiento prehispánico importante en donde hoy se levanta la ciudad (véase “Diez conclusiones sobre la fundación de Puno”, núm. 11, nov.-dic. 2005, p. 16). Sólo un trabajo serio de prospección y excavación arqueológica podrá ayudarnos a entender mejor el desarrollo de las sociedades indígenas del Altiplano antes de la expansión incaica de finales del siglo XV y de la invasión española de mediados del siglo XVI.

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La llamada “Etnohistoria” es una disciplina académica desarrollada desde mediados del siglo XX, que aplica a los estudios históricos el conocimiento antropológico sobre las sociedades tradicionales no-Occidentales del presente (su cultura, sistemas de pensamiento, formas de organización, etc.), ya sea para entender el pasado de esas mismas sociedades o para desarrollar modelos de análisis aplicables a otras sociedades de características similares. En el caso de los países andinos, la etnohistoria se desarrolla desde la década de 1960, cuando se empiezan a releer analíticamente las descripciones de los siglos XVI y XVII sobre los pobladores indígenas que los conquistadores españoles dejaron escritas. Tal relectura incluía esta novedosa perspectiva antropológica y se aplicó no sólo a las “crónicas” de los conquistadores sino también a los documentos administrativos coloniales producidos para controlar la explotación económica de los grupos indígenas sometidos.

Los estudios etnohistóricos sobre las sociedades indígenas andinas (del Altiplano así como de otras regiones ubicadas actualmente en Bolivia, Perú o Ecuador), permiten entender mejor la forma en que los grupos humanos nativos de los Andes prehispánicos vivieron no sólo las transformaciones impuestas por los conquistadores españoles a partir de 1532, sino también las transformaciones que durante casi un siglo antes de esa fecha los conquistadores incas habían impuesto a esos mismos grupos.

La organización política de las sociedades andinas se basó, entre otros criterios clasificatorios, en la división de los grupos humanos en dos mitades complementarias (dualidad). Cada mitad podía subdividirse a su vez en mitades también complementarias (cuatripartición). Así, el Cuzco de los Incas estaba dividido en una mitad “alta” (“Hanan” en quechua) y una mitad “baja” (“Urin”), y el Imperio en cuatro sectores (“suyos”) ordenados jerárquica y complementariamente: (i) Chinchaysuyo (al N.O.) y (ii) Antisuyo (al N.E.) en la parte “alta”; (iii) Collasuyo (al S.E.) y (iv) Condesuyo (al S.O.) en la parte “baja”.

En el caso del Altiplano Surandino prehispánico la mayoría de los pobladores hablaban la lengua aimara, pues la división lingüística que hoy existe en la Región Puno entre zonas quechua (al N. y O.) y aimara (al S.E. y en Huancané) se origina sólo en la época colonial. Entre los grupos aimaras la mitad “alta” es llamada “Alassaa“ y “Maasaa” es la mitad “baja”. Al interior de cada mitad existían varios sub-grupos, llamados “ayllu” en quechua y “hatha” en aimara, formados por familias emparentadas entre sí y lideradas por un “pariente mayor” llamado “kurak” en quechua o “hilacata” en aimara. Idealmente, pues, el grupo mayor (al que los etnohistoriadores suelen referirse como “grupo étnico”) estaba organizado en dos mitades, a su vez subdivididas en un número variable de sub-grupos, existiendo una cadena de mando entre los jefes de los sub-grupos y los jefes de las mitades. El jefe de la mitad “de arriba” era a su vez el jefe de todo el grupo (“hatun-kurak” en quechua, “capac-mallku” en aimara).

Los Incas sometieron en la segunda mitad del siglo XV a los tres “grupos étnicos” que habitaban el Altiplano del Titicaca: los Collas (del N. y E. del lago), los Lupacas (al S.O. del lago), y los Pacajes (al S.E. del lago). Los tres grupos hablaban aimara, aunque estaban divididos políticamente. Por el nivel de organización política que alcanzaron, los cronistas españoles se refirieron a estos tres grupos como “reinos” o “señoríos”.

Sin embargo, habría que considerar un detalle importante. El término “Altiplano” corresponde a una noción físico-geográfica referida a la Cuenca del Lago Titicaca en su totalidad: el territorio delimitado por las cumbres de las cordilleras que rodean la altiplanicie (donde se originan los ríos que vierten sus aguas en el lago). Sin embargo, la noción prehispánica de “Collao” corresponde mas bien a un criterio étnico-geográfico, pues se refiere específicamente a la parte del Altiplano ocupada por los tres grupos Collas, Lupacas y Pacajes.

El cronista Pedro Cieza de León [ca. 1520-1554] indica con claridad:

“Esta parte que llaman Collas [= Collao] es la mayor comarca a mi ver [de] todo el Perú, y la más poblada. Desde Ayauire comiençan los Collas, y llegan hasta Caracollo. Al oriente [= al E.] tienen las montañas [= bosques] de los Andes: al poniente [al O.] las cabeçadas de las sierras nevadas, y las vertientes dellas que van a para[r] a la mar del sur [= el Océano Pacífico]. Sin la tierra que ocupan con sus pueblos y labores ay grandes despoblados y que están bien llenos de ganado sylvestre. Es la tierra del Collao toda llana, y por muchas partes corren ríos de buena agua”. (Crónica del Perú, Sevilla 1553, 1a. Parte, cap. xcix).

Así, Cieza definió el Collao como la parte del Altiplano comprendida entre los pueblos de Ayaviri al norte y de Caracollo al sur. La zona al norte de Ayaviri estuvo ocupada por el grupo étnico Cana (incluyendo las “Provincias Altas” de la actual Región Cuzco), mientras que la zona al sur de Caracollo era ocupada por los grupos étnicos Caranga (al S.) y Sora (al S.E.), en el actual territorio boliviano (Departamentos de Oruro y parte de Cochabamba). Todos estos grupos hablaban principalmente aimara.

• Publicado originalmente en: Cabildo Abierto (Puno), núm. 12 (Enero - Febrero 2006), pp. 16-17.

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II.- Los “Señoríos” altiplánicos aimaras (siglos XIV-XVI). [Parte 2]

Continúa en este número de Cabildo Abierto la breve síntesis sobre la etnohistoria del Altiplano del Titicaca que nuestro colaborador Nicanor Domínguez nos presenta para comprender los antecedentes prehispánicos de la actual Región Puno.

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Quizás quien más ha reflexionado sobre los “reinos” y “señoríos” aimaras del Altiplano peruano-boliviano sea la etnohistoriadora francesa Thérèse Bouysse-Cassagne, autora del libro titulado: La identidad aimara: Aproximación histórica (Siglo XV, siglo XVI), publicado en La Paz en 1987. En esta obra la autora explica la forma particular en la que el pensamiento dualista andino fué desarrollado por los grupos étnicos aimaras del Altiplano prehispánico. Los términos aimaras “Urco” y “Uma” expresan nociones complementarias análogas a los términos quechuas “Hanan” y “Hurin”, aunque incluyen además significados específicos derivados de la experiencia aimara en el medio geográfico y ecológico del Altiplano.

La noción de “Urco” se refiere al lado derecho y al color negro, a la mitad superior (en prestigio y en ubicación geográfica: la puna y las montañas, lo firme, sólido y seco), parte masculina y guerrera del grupo social. La noción de “Uma”, de manera complementaria, se refiere al lado izquierdo y al color blanco, a la mitad inferior (en prestigio y en ubicación geográfica: el lago y los ríos altiplánicos, el agua y lo húmedo), a la parte femenina del grupo social. Estos dos conceptos complementarios se unen simbólica y ritualmente en un punto intermedio o “Taypi”.

Las tres nociones aimaras de “Urco”, “Uma” y “Taypi” fueron aplicadas al Altiplano, formándose entonces una imagen idealizada de ese espacio geográfico. Así, el Lago Titicaca y el “eje acuático” formado por los ríos Santa Rosa-Ayaviri-Pucará-Azángaro-Ramis (que van a dar sus aguas al lago viniendo en dirección N.O.-S.E.) y el río Desaguadero (que nace del Titicaca y va hacia el Lago Poopó, también en dirección N.O.-S.E.), eran entendidos como el “Taypi” o punto de encuentro de los sectores “Urco” (al Oeste, hacia la Costa del Pacífico) y “Uma” (al Este, hacia la Cuenca Amazónica). La zona extra-altiplánica hacia el Oeste de la Cordillera Occidental (los valles de los ríos Tambo, Moquegua, Ilabaya, Sama, Caplina, Lluta y Azapa) era llamada “Alaa” (o “valles de arriba”). Simétricamente, la zona extra-altiplánica hacia el Este de la Cordillera Real (los valles orientales de Carabaya, Larecaja y Yungas de La Paz) recibía el nombre de “Manca” (o “valles de abajo”). Por ser zonas ecológicas de menor altitud y de clima más cálido, estas zonas extra-altiplánicas recibían el nombre de “Yunga” (o “yunca”, término que tanto en quechua como en aimara se refiere a valles o tierras calientes y, por extensión, a sus pobladores).

Idealmente éstas cuatro divisiones formaban cuatro franjas paralelas orientadas en dirección N.O.-S.E., ordenadas jerárquica y complementariamente: (i) Urco-suyo (al O. del Lago) y (ii) Alaa-yunga (los valles costeros occidentales) en la parte “alta”; (iii) Uma-suyo (al E. del Lago) y (iv) Manca-yunga (los valles orientales) en la parte “baja”.

Cuando los Incas conquistaron el Altiplano a finales del siglo XV expandieron también su sistema de caminos en la región. El camino incaico del Collasuyo partía desde el Cuzco y llegaba hasta Ayaviri, punto desde donde se bifurcaba en dos rutas: la ruta al Oeste del Lago Titicaca era “el camino de Urcosuyo”, mientras que la ruta al Este del Lago recibía el nombre de “camino de Umasuyo”.

Por supuesto, esta imagen ideal del espacio altiplánico no correspondía del todo con la realidad geográfica. Por ejemplo, la Cordillera Real incluye una serie de picos nevados de mayor altitud que los volcanes y otras cumbres de la Cordillera Occidental, pero por hallarse entre los sectores orientales “Uma” y “Manca” era considerada como parte correspondiente a la parte “inferior” del espacio altiplánico aimara. Del mismo modo, el sector “Uma” del Altiplano tenía básicamente las mismas características ecológicas que el sector “Urco”, aunque simbólica y ritualmente era considerado inferior y subordinado a éste. Los propios grupos étnicos aimaras prehispánicos estuvieron divididos en dos mitades complementarias, Urco-suyo y Uma-suyo. Sin embargo, ésta dualidad existió en los reinos altiplánicos Colla y Pacaje, mas no en el reino Lupaca.

Según los datos proporcionados por los cronistas y funcionarios españoles del siglo XVI, la capital de los Colla habría sido la localidad de Hatun-Colla; la capital de los Lupaca habría sido la localidad de Chucuito; y la capital de los Pacaje habría sido la localidad de Caquiaviri. Hatun-Colla se ubicaba en el sector Urco-suyo del reino Colla, así como Caquiaviri se localizaba en el sector Urco-suyo del reino Pacaje.

En este contexto, la zona actual donde se ubica la ciudad de Puno correspondía en el siglo XV al extremo meridional del sector Urco-suyo del reino Colla.

• Publicado originalmente en: Cabildo Abierto (Puno), núm. 13 (Marzo 2006), pp. 16-17.

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III.- Los “Señoríos” altiplánicos aimaras bajo el dominio incaico (siglos XV-XVI).

Continúa en este número de Cabildo Abierto la breve síntesis sobre la etnohistoria del Altiplano del Titicaca que nuestro colaborador Nicanor Domínguez nos presenta para comprender mejor los antecedentes prehispánicos de la actual Región Puno.

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En 1612, 80 años después de iniciada la invasión conquistadora española en los Andes, el padre jesuita Ludovico Bertonio [Nápoles, 1555/57-Juli, 1625/28], en su diccionario del idioma aimara publicado en el pueblo de Juli con el título de Vocabulario de la lengua aymara, registraba los términos “pusi” (el número cuatro) y “pusi suu”, que traducía como “todo el universo mundo”. Como vimos en dos artículos anteriores, el Altiplano del Titicaca corresponde parcialmente a la noción étnico-geográfica de “Collao”, el territorio ocupado por los “señoríos” aimaras de los Collas, Lupacas y Pacajes (Cabildo Abierto, núm. 12, ene.-feb. 2006). Este “universo aimara” era concebido como un espacio cuatripartito (“pusi suu”), conformado por sectores paralelos y jerárquicamente complementarios orientados en dirección N.O.-S.E., teniendo como eje y punto de encuentro (“taypi”) el Lago Titicaca (Cabildo Abierto, núm. 13, marzo 2006). A finales del siglo XV, probablemente entre las décadas de 1470-1490, este universo aimara fué conquistado por el estado Inca cuzqueño, en pleno proceso de expansión sobre toda el área andina sudamericana.

El período que los arqueólogos llaman “Intermedio Tardío”, aproximadamente entre los años 1,000 y 1,450 D.C., es la época del desarrollo de los “señoríos” aimaras Colla, Lupaca y Pacaje en el Altiplano del Collao. La información de los cronistas españoles del siglo XVI, corroborada por la de cronistas indios de principios del siglo XVII, nos presenta una época de inestabilidad política y constantes conflictos entre los grupos étnicos andinos. La memoria oral andina, registrada por escrito por estos cronistas, apunta a una época de guerreros (“auca runas”). Aunque pudiera pensarse que la imagen de violencia e inseguridad fuera diseñada como contraste (y justificación) frente a la pacificación traída a los Andes por las conquistas incaicas y la expansión del Tawantinsuyo a partir de mediados del siglo XV, otro tipo de evidencias confirma esta información.

El difunto arqueólogo norteamericano John Hyslop [1945-1993] estudió los sitios arqueológicos de la zona sur de la actual Región Puno, comparando sus hallazgos con la información etnohistórica sobre los Lupaca. Encontró que los asentamientos de esa época (las fortalezas de Tanka-Tanka, Anquicollo, Siriya, Nuñamarca y Cutimbo) se localizaban entre unos 10 a 20 kms. de las orillas del Lago Titicaca, en zonas al rededor de los 4,100 mts. de altitud. Eran edificaciones defensivas ubicadas en zonas de puna aptas para el pastoreo de llamas y alpacas, así como el cultivo restringido de papas y quinua. Coinciden con la imagen de los “auca runas” viviendo en sectores “urco” del Collao.

La información sobre la conquista incaica del Altiplano la proporcionan los cronistas de los siglos XVI y XVII, aunque estas distintas versiones no sean del todo consistentes entre sí, pues provenían de distintos informantes indígenas. La versión del cronista Pedro Cieza de León, que recorrió el Sur Andino en 1548-1549, tiene la ventaja de haber sido recopilada, organizada y redactada muy tempranamente en Lima en 1551, antes de su regreso a España.

Cieza recojió la versión de un conflicto existente entre los Collas y los Lupaca, previo a la expansión incaica. Identifica a los “capac mallku” de ambos grupos: Zapana era el soberano Colla y Cari el soberano Lupaca. Menciona una batalla ocurrida en Paucarcolla, donde se habrían enfrentado 150,000 guerreros (cifra al parecer exagerada), muriendo 30,000 de ellos (incluido Zapana) y quedando vencedores los Lupaca. El vencedor Cari habría establecido una alianza con el soberano cuzqueño Viracocha, aproximadamente en el año 1430.

Esta alianza Inca-Lupaca explica que la conquista del Altiplano se hiciera durante la expansión de los reinados de Pachacútec (aprox. 1438-1471) y Túpac Yupanqui (aprox. 1471-1493) en detrimento de los Collas y, en menor medida, de los Pacajes. Cieza precisa que el avance incaico sobre los Collas se inició con una masacre en Ayaviri, prosiguiendo con la ocupación del sector Uma-suyo de los Colla. Tiempo después, cuando los Incas pensaban que el Altiplano ya estaba sometido, se produjo una rebelión de los Collas. Sólo después de reprimida ésta es que el dominio incaico sobre el Collao se consolidó.

Las principales políticas de control incaico en el Altiplano fueron:

1.- El establecimiento de un centro administrativo en Hatun-Colla, para controlar mejor al grupo étnico Colla. La alianza con los Lupaca --y en menor medida con los Pacaje-- produjo una menor intervención incaica entre ellos.

2.- La construcción de un sistema de caminos (“capac ñan”) a través del Altiplano, con pequeños edificios y posadas (“tambos”) para recambio de mensajeros (“chasquis”) en las dos rutas a ambas orillas del Lago Titicaca. En una lista de ‘tambos’ de 1543 la localidad de Puno aparece mencionada en “el camino de Urcosuyo del Collao”.

3.- La reorganización de la población aimara del Altiplano, concentrándola en pueblos nuevos en las zonas bajas cercanas al Lago Titicaca.

4.- La imposición de la organización decimal sobre los grupos étnicos aimaras para regular el tributo laboral rotativo en forma de “mitas” (trabajo por turnos).

5.- El Inca Huayna Cápac (aprox. 1493-1525/27) habría ordenado a los Uros (un 25 a 30 por ciento de la población altiplánica, pero tradicionalmente sometida a los aimaras), que salieran de las zonas fluviales y lacustres a zonas de tierra firme, para hacerlos pagar tributo en trabajo al estado incaico.

6.- La apropiación física y simbólica del centro religioso de Copacabana, y el establecimiento de unos 40 grupos de familias trasladadas (“mitimaes”), venidas de todo el imperio.

En 1567, 35 años después de iniciada la invasión española, los ‘mallkus’ Lupaca presentaron un “quipu” (registro estadístico en cordeles con nudos) con información sobre el número de tributarios existentes en época de la dominación incaica. Sumaban unos 20,000 hombres adultos hábiles para trabajar. Se puede calcular en base a éste número, y comparando con la información recopilada en la década de 1570 durante la “Visita General” del Virrey Toledo, que el número mínimo de la población total del grupo étnico Lupaca hacia el año 1530 habría sido de unas 85,000 personas. Extendiendo éstos cálculos, el grupo étnico Colla habría tenido unos 95,000 habitantes, mientras que el grupo étnico Pacaje habría pasado de las 100,000 personas.

• Publicado originalmente en: Cabildo Abierto (Puno), núm. 14 (Abril 2006), pp. 16-17.

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IV.- La Conquista española y los “Señoríos” altiplánicos aimaras (siglo XVI). [Parte 1]

Continúa en éste número de Cabildo Abierto la breve síntesis sobre la etnohistoria del Altiplano del Titicaca que nuestro colaborador Nicanor Domínguez nos presenta para comprender mejor los antecedentes prehispánicos de la actual Región Puno. Sin embargo, en esta oportunidad, el tema se enfoca en la problemática de la invasión y conquista española del Altiplano, como parte integrante del Tahuantinsuyo o Imperio de los Incas, en la década de 1530-1540. Las consecuencias específicas de la imposición del nuevo régimen colonial español para los grupos étnicos del Altiplano Surandino serán presentadas en un siguiente artículo.

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Tradicionalmente el estudio de la conquista española del Imperio de los Incas se ha concentrado excesivamente en los “sucesos de Cajamarca”, ocurridos en la tarde del sábado 16 de noviembre de 1532. Se ha escrito mucho, ya desde el siglo XVI, sobre los prejuicios mutuos, los cálculos y las acciones de las dos personalidades principales de este dramático encuentro: el jefe de la hueste española, Francisco Pizarro [ca. 1476/78-1541], y el jefe victorioso de la reciente guerra civil que había conmocionado los Andes, Atahualpa [ca. 1502-1533].

En el siglo XX diferentes generaciones de historiadores han enfatizado algunos de los distintos y complejos aspectos de aquellos eventos de 1532. Los llamados “hispanistas” han elogiado la capacidad estratégica del conquistador Pizarro en la captura del Inca en Cajamarca, suceso con el que se iniciarían los casi 300 años de la presencia colonial española en los Andes. Los “indigenistas” han criticado negativamente la astucia de los invasores españoles, y en especial la decisión de ejecutar a Atahualpa (el 26 de julio de 1533), pese a haberse pagado un cuantioso “rescate” en objetos de oro y plata llevados hasta Cajamarca desde distantes templos y palacios incaicos ubicados a lo largo y ancho del imperio.

Para otros historiadores, menos interesados en el simbolismo que la conquista ha tenido y tiene para las generaciones posteriores, y más preocupados por comprender los eventos del pasado en términos de ese mismo pasado, la fecha de la captura de Atahualpa en Cajamarca no es más que un punto --muy importante, por cierto-- en un proceso histórico mucho más amplio en la Historia Andina.

Los etnohistoriadores, como Franklin Pease [1939-1999] y María Rostworowski, han apuntado a la crisis del imperio incaico tras la muerte del Inca Huayna Cápac hacia 1525/27. La prolongada permanencia del gobernante Inca en la zona norte del imperio, fijando su residencia en Tomebamba (hoy Cuenca, en Ecuador), lo alejó de la capital imperial cuzqueña y generó tensiones que desembocarían en la guerra civil entre dos de sus hijos, Huáscar [ca.1500/05-1532] y Atahualpa (ambos nacidos en el Cuzco, hijos de Huayna Cápac en distintas princesas reales cuzqueñas).

Algunos historiadores nacionalistas, tanto en el Perú como en Ecuador, quisieron interpretar éste conflicto de principios del siglo XVI como un antecedente directo de los conflictos territoriales Peruano-Ecuatorianos de los siglos XIX y XX. Para ellos, Atahualpa habría sido ya “ecuatoriano” y Huáscar “peruano”, afirmaciones simplistas y patrioteras sin ningún fundamento histórico. Incluso la nomenclatura les falla, pues “Perú” (o “Pirú”) es un nombre que los españoles trajeron con ellos desde Panamá en el siglo XVI para referirse al reino de los Incas, y “Ecuador” es el nombre que desde 1830 los pobladores de las antiguas jurisdicciones coloniales de Quito y Guayaquil decidieron darle al país cuando se independizaron de la Gran Colombia diseñada por el Libertador Bolívar.

El conflicto de los años 1527-1532 en los Andes enfrentó a dos élites incaicas rivales: (a) la antigua élite cuzqueña, desplazada del poder en la última década del reinado de Huayna Cápac, liderada por Huáscar y que buscaba recuperar el control del imperio afirmando sus derechos tradicionales; y (b) la nueva élite militar que había sido privilegiada por Huayna Cápac en Tomebamba, debido a los problemas de control en esa distante frontera septentrional del imperio, que buscó a su dirigente en Atahualpa (hijo del Inca que lo había acompañado en su estadía norteña), pues, a fin de cuentas, Atahualpa provenía de la élite cuzqueña tradicional.

La llegada de los españoles en 1532, cuando este conflicto acababa de resolverse militarmente con la derrota y captura de Huáscar, pero aún debía legitimarse simbólica y políticamente con la entrada de Atahualpa en el Cuzco, modificó definitivamente la dinámica histórica interna del Tahuantinsuyo y de los Andes en general.

No sabemos si Atahualpa hubiera podido restablecer sus lazos con la élite tradicional cuzqueña y alcanzar una estabilidad que le hubiera permitido reinar pacíficamente hasta el fin de sus días, ya fuese en el Cuzco o en Tomebamba. De haber sido así, y como en crisis internas anteriores --como la que ocurrió hacia 1438 entre el Inca Huiracocha y sus hijos Inca Urco e Inca Yupanqui (quien al triunfar sobre su hermano y su padre tomó el nombre de Pachacútec)--, Huáscar hubiera pasado a ocupar un papel secundario en la memoria oficial incaica (la que fue, en buena parte, la fuente de información de los cronistas españoles del siglo XVI como Betanzos [ca. 1519-1576] y Cieza [ca. 1520-1554]) y hubiera sido recordado sólo por su grupo familiar o “panaka” (memoria de los grupos reales cuzqueños que, por ejemplo, sirvió de fuente al escritor mestizo Gracilaso de la Vega [1539-1616]).

Pese a la captura y posterior ejecución de Atahualpa en Cajamarca en 1532-1533, la conquista española del Imperio de los Incas, y de los Andes en general, no terminó allí. En realidad, sólo estaba comenzando. Y demoraría hasta 40 años en terminarse. Sólo cuando en 1572 el Virrey Toledo [1515-1582] envió una expedición a Vilcabamba (en las selvas al este de la actual “Región Cusco”), y se logró la captura del último rey descendiente de los Incas, el joven Túpac Amaru [ca. 1544-1572] (ejecutado en el Cuzco el 24 de setiembre), es que los españoles pudieron considerar su presencia en los Andes como un hecho indiscutido.

Parte de la demora tuvo que ver con la temprana rebelión que, entre 1536-1539, dirigió contra los españoles Manco Inca [ca. 1516-1545], uno de los hijos sobrevivientes de Huayna Cápac, que se había aliado inicialmente a los españoles (quienes al entrar en el Cuzco, en noviembre de 1533, apoyaron su coronación como Inca). La llamada “Rebelión de Manco Inca” tuvo dos etapas, la primera desarrollada en los Andes Centrales y concentrada en expulsar a los españoles del Cuzco y de Lima (1536-1537) y la segunda ocurrida en el Altiplano Surandino (1538-1539).

Pese al esfuerzo de coordinar una masiva mobilización contra los invasores hispanos, la rebelión de Manco Inca terminó derrotada, forzándolo a refugiarse en Vilcabamba y a establecer un “gobierno en el exilio” que constituyó por más de 30 años un peligro latente para el desarrollo del sistema colonial en los Andes. Este disminuido pero peligroso reino incaico en la selva de Vilcabamba fue llamado en 1947 el “Estado Neo-Inca” por el historiador norteamericano George Kubler [1912-1996].

No han faltado en el siglo XX historiadores que, combinando motivaciones nacionalistas e indigenistas, han querido ver en la rebelión de Manco Inca una guerra de resistencia de los “peruanos” contra los españoles. De nuevo, tales anacronismos no ayudan a explicar los procesos históricos del siglo XVI. Una de las razones por las que la rebelión de Manco Inca fue derrotada es que muchos grupos étnicos andinos no veían en los incas cuzqueños a los mejores representantes de sus intereses locales, y prefirieron establecer sus propias alianzas con los españoles (que originarían algunos privilegios a favor de las élites locales indígenas posteriormente durante la época colonial).

En la década de 1530 este tipo de conflictos inter-étnicos, que explican las distintas y opuestas alianzas establecidas con los invasores españoles o con los últimos incas cuzqueños, también se dieron en el Altiplano.

• Publicado originalmente en: Cabildo Abierto (Puno), núm. 16 (Agosto 2006), pp. 16-17.

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V.- La Conquista española y los “Señoríos” altiplánicos aimaras (siglo XVI). Parte 2.

Continúa en éste número de Cabildo Abierto la breve síntesis sobre la etnohistoria del Altiplano que nuestro colaborador Nicanor Domínguez nos ofrece para comprender mejor los antecedentes prehispánicos de la actual Región Puno. Siguiendo con el tema de la invasión y conquista española del Altiplano en la década de 1530-1540, el presente artículo se enfoca en las alianzas establecidas entre éstos y los “señores étnicos” andinos. Las consecuencias específicas de la imposición del nuevo régimen colonial español para los grupos étnicos del Altiplano Surandino serán presentadas en un siguiente artículo.

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En las décadas de 1550 y 1560 los “señores étnicos” andinos empezaron a entender mejor el funcionamiento del sistema legal de los conquistadores españoles y muy pronto comenzaron a utilizarlo activamente, como una forma de obtener de las autoridades coloniales ciertos privilegios, equiparables a los de la nobleza de Castilla, dentro de la nueva sociedad colonial peruana. Durante la década de 1570 el Virrey Toledo ordenó a los jueces de las Audiencias o tribunales coloniales de Lima, La Plata (hoy Sucre, en Bolivia) y Quito que limitaran al máximo esta “litigiosidad andina” que eximía de las “obligaciones coloniales” (pago del tributo, participación en tandas de trabajo a favor de colonizadores españoles) a numerosos indígenas.

Algunos de estos juicios incluían la versión escrita de la contabilidad hecha en “quipus” por los “señores étnicos” andinos. En esos “quipus” se habían registrado las cantidades de alimentos, ropas y ganados entregados a los conquistadores españoles en las conflictivas décadas de 1530 y 1540. Los “señores étnicos” argumentaban que su apoyo al conquistador Pizarro había permitido la derrota de la resistencia indígena liderada por Manco Inca entre 1536-1539, y que luego, durante las llamadas “Guerras Civiles” entre los propios conquistadores (iniciadas en 1537 y continuadas intermitentemente hasta 1556), ellos habían estado siempre del lado de las fuerzas leales al emperador Carlos [1500-1559, reinó entre 1517-19 y 1558] y en contra de los rebeldes, quienesquiera que éstos hayan sido.

¿Cuán ciertos eran estos reclamos? Pues, al parecer, totalmente ciertos. La conquista española del Tahuantinsuyo no habría sido posible sin el apoyo recibido por los conquistadores de parte de numerosos grupos indígenas que, en esa coyuntura histórica, decidieron liberarse de la dominación incaica y negociar nuevos privilegios con los invasores europeos.

Algunas de estas alianzas parece que comenzaron a desarrollarse ya desde el día siguiente de la captura de Atahualpa en Cajamarca (ocurrida el sábado 16 de noviembre de 1532). Éste, vencedor en el conflicto militar con Huáscar, se hallaba en el proceso de establecer alianzas y relaciones de subordinación con los “señores étnicos” andinos que habían peleado contra él hasta ese momento. En camino hacia el Cuzco para afianzar su dominio político y simbólico del Tahuantinsuyo, Atahualpa se detuvo en Cajamarca para verse con los recién venidos españoles, de los que poco se sabía y, dado su reducido número (menos de 200 hombres), ninguna sorpresa se esperaba.

Tras la captura de Atahualpa los españoles se dirigieron al campamento de Pultumarca, en las afueras de Cajamarca, donde éste había estado asentado por algunas semanas. Entre las personas que allí hallaron se encontraban numerosos “señores étnicos” que, vista la situación de Atahualpa, debieron empezar a considerar las ventajas de nuevas alianzas con los recién llegados. Las crónicas y otros testimonios escritos por los españoles sobre los “sucesos de Cajamarca” no son muy explícitos acerca de éstas tempranas alianzas. Son más bien los juicios entablados por los “señores étnicos” andinos en 1550-1560 los que mencionan la presencia en Cajamarca de éstos dirigientes indígenas y, retroactivamente, argumentan por el inmediato y leal apoyo ofrecido a los conquistadores, como enviados directos del rey de España.

Parece imposible saber con exactitud en qué momento algunos “señores étnicos” tomaron la crucial decisión de apoyar a los invasores españoles. Las consecuencias fueron sin embargo decisivas, pues esto permitió que la conquista del Tahuantinsuyo ocurriera con la relativa rapidez con que se produjo (1532-1539) y que un precario “Estado Neo-Inca” se estableciera en Vilcabamba (1540-1572), una zona definitivamente marginal del área centro-andina.

Como dijéramos en un artículo anterior (Cabildo Abierto, núm. 16, agosto 2006), éstas decisiones y alianzas no deben ser vistas como una “traición” ya que para los “señores étnicos” andinos los Incas cuzqueños podían ser considerados tan “invasores extranjeros” como los propios españoles. Además, algunas de esas alianzas debieron estar condicionadas por antiguos resentimientos contra la dominación incaica y la forma como ésta había sido impuesta a los distintos grupos étnicos andinos. Recordemos que en el Altiplano los Incas tenían una relación especial de alianza con el grupo étnico Lupaca, y que éste grupo a su vez tenía una antigua rivalidad con el grupo Colla. Los Incas habían reprimido fuertemente una sublevación de los Collas y establecido un centro administrativo en su territorio, Hatun-Colla (ver Cabildo Abierto, núm. 14, abril-mayo 2006).

El historiador británico John Hemming, en su libro La Conquista de los Incas (1970), relata con detalle las dos etapas de la llamada “Rebelión de Manco Inca”. La primera etapa (1536-1537) se desarrolló principalmente con los cercos de las ciudades de Lima y Cuzco, pero fracasó en su objetivo de expulsar a los españoles. Éstos recibieron refuerzos venidos de otras áreas ya coloniazdas (México, Nicaragua, Panamá, Santo Domingo), así como de los conquistadores que Pizarro había enviado a Quito y aquellos que habían ido con Diego de Almagro a Chile. Éstos refuerzos, sumados al desgaste de la resistencia indígena en los Andes Centrales, obligaron a suspender las hostilidades y permitieron a los españoles reconectar el Cuzco con Lima.

El breve período intermedio de suspención de hostilidades en la “Rebelión de Manco Inca” (1537-1538) proporcionó el espacio para que finalmente estallaran las rivalidades existentes entre los grupos Pizarristas y Almagristas de conquistadores. Esta crisis culminó con la Batalla de Las Salinas (el sábado 6 de abril de 1538), en el arroyo de Cachimayo a la salida sur del Cuzco (hoy en el distrito de San Sebastián), donde Diego de Almagro [ca.1475/80-1538] fue derrotado. Capturado y preso en el Cuzco, fue finalmente ejecutado (8 de julio) por órdenes de Hernando Pizarro [1502-1568], hermano del conquistador.

La segunda etapa de la “Rebelión de Manco Inca” (1538-1539) tuvo como escenario el Sur Andino, y comenzó cuando los generales incas mobilizaron a los Lupaca en contra de los Colla. Éstos últimos se habían aliado con los españoles y no habían apoyado la primera etapa de la rebelión. Pese a los renovados esfuerzos de las fuerzas militares indígenas, y el haber cercado en Cochabamba a un contingente español dirigido por Hernando y Gonzalo Pizarro, la segunda etapa de la rebelión también fracasó. La capacidad de Manco Inca de mantener el apoyo de los “señores étnicos” andinos se vió cada día más limitada, lo que finalmente lo obligó a refugiarse en Vilcabamba. Nunca más en el siglo XVI volvería a producirse una rebelión anti-española de dimesiones comparables a la que Manco Inca dirigió en la segunda mitad de la década de 1530, pero el temor de que pudiera ocurrir se mantuvo vivo entre los invasores europeos por más de 30 años, hasta la campaña final que en 1572 ordenó el Virrey Toledo contra los “Incas de Vilcabamba”.

• Publicado originalmente en: Cabildo Abierto (Puno), núm. 17 (Septiembre 2006), pp. 16-17.

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VI.- Los “Señoríos” altiplánicos aimaras bajo el dominio español (siglo XVI).

Concluye en este número de Cabildo Abierto la serie de artículos sobre la etnohistoria del Altiplano que nuestro colaborador Nicanor Domínguez nos ha venido ofreciendo para comprender mejor los antecedentes prehispánicos de la actual Región Puno. El presente artículo se enfoca en las consecuencias específicas de la imposición del nuevo régimen colonial español para los grupos étnicos del Altiplano Surandino.

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Durante los casi 8 meses en que Atahualpa permaneció prisionero de Pizarro y su hueste, Cajamarca recibió cantidad de objetos de oro y plata provenientes de los templos de todo el Tahuantinsuyo para pagar el “rescate” del gobernante cautivo. En esos meses los españoles oyeron hablar de un “río de oro en la provincia del Collao”. La vaga referencia parece haberse referido a los lavaderos de oro de la Manca-yunga o piedemonte oriental del Altiplano, en las zonas de Carabaya, de Larecaja o de Chuquiabo (hoy el río que cruza la ciudad de La Paz).

Tras la entrada de Pizarro y sus hombres en el Cuzco, en noviembre de 1533, casi exactamente un año después de la llegada de los invasores europeos a Cajamarca, se envió un partida de exploradores hacia el Altiplano. En 1534 los primeros conquistadores que llegaron hasta el Lago Titicaca fueron Diego de Agüero (natural de Extremadura, participó en la captura de Atahualpa, fue encomendero de Lunahuaná, se avencindó en Lima, ciudad de la que fue regidor y alcalde, y donde murió de enfermedad en 1544, a los 35 años) y Pedro de Moguer (natural del puerto andaluz de Moguer, participó también en la captura de Atahualpa, fue encomendero de Canas, se avencindó en el Cuzco, pero lo mataron los indios de su repartimiento en 1536 al iniciarse la rebelión de Manco Inca).

La conquista española de los Andes, como en general en el resto de América, fue una empresa privada de grupos de aventureros y comerciantes que obtenían una autorización de la Corona para explorar territorios, sojuzgar a sus pobladores, y posteriormente someterlos a la jurisdicción colonial del Reino de Castilla. El principal interés era descubrir y explotar los recursos minerales de una región, pero esto sólo se podía lograr controlando a la población indígena local. Tras la etapa militar de la conquista, los conquistadores distribuían entre sí la mano de obra indígena, lo que les permitía asentarse en las nuevas ciudades que fundaban en su avance. A esta distribución de mano de obra se le llamaba “reparto” y al grupo asignado “repartimiento”.

Para justificar legal y moralmente las conquistas, la Corona exigía que los conquistadores velaran por la conversión al Catolicismo de los grupos de trabajadores indios que les eran asignados o “encomendados” a su cargo. Además, los indios, como nuevos súbditos de la Corona, debían pagar un impuesto a su nuevo soberano. Este impuesto era llamado “tributo”. Así, la “encomienda” era una institución legal diseñada para que el tributo producido por los grupos de trabajadores indígenas --teóricamente debido al rey de España--, fuera entregado directamente a un conquistador, llamado ahora “encomendero”, en premio por sus servicios a la Corona al conquistar los nuevos territorios americanos.

En la práctica, la asignación de grupos de trabajadores indios a los conquistadores se hacía a partir de los niveles y jerarquías internos de organización social de los grupos indígenas. En sociedades indígenas complejas, populosas e internamente estratificadas, como las que formaban el Tahuantinsuyo, y en especial los “Señoríos” altiplánicos aimaras, los “repartos de encomiendas”, es decir, la distribución de la mano de obra indígena entre un crecido número de conquistadores significó el fraccionamiento de los grupos étnicos andinos siguiendo las divisiones internas de los mismos.

Como explicáramos en un artículo anterior (Cabildo Abierto, núm. 12, ene.-feb. 2006), los grupos étnicos altiplánicos se organizaban por un principio de divisiones duales complementarias. Los “repartos de encomiendas” fraccionaron los grupos étnicos siguiendo éstas divisiones duales, a las que los españoles llamaron “parcialidades”. La jerarquía de gobierno indígena, formada por “mallkus”, “hilacatas” y “kurakas”, recibió el nombre genérico de “caciques” (término en lengua Arawak para referirse a los jefes de los grupos indígenas, aprendido por los españoles en el Caribe y aplicado en toda América), y de “mandones” o “segundas personas” (implicando la complementariedad de la organización dual de los grupos y sub-grupos indígenas). Además, como la fórmula legal utilizada por los españoles era la de “repartir los indios en encomiendas”, los sub-grupos al interior de los antiguos grupos étnicos empiezaron a ser llamados “repartimientos”. En la práctica, los “repartos de encomiendas” consistieron en asignar “caciques” y “mandones” a cada conquistador, pues sólo las autoridades indígenas podían garantizar el flujo de bienes, servicios y mano de obra de los grupos o comunidades en beneficio de los “encomenderos”.

El proceso de fraccionamiento de los “Señoríos” altiplánicos aimaras comenzó muy tempranamente, ya en 1534-1535, cuando Pizarro empezó a asignar caciques e indios para premiar a sus compañeros, y sólo se estabilizó hacia 1575, durante la Visita General ordenada por el Virrey Toledo. La misión del Virrey Toledo consistía en uniformizar las “obligaciones coloniales” (pago de tributo al estado, mano de obra para los colonizadores españoles) e imponerlas a toda la población indígena andina, por lo que estableció una “tasa tributaria” para cada uno de los grupos étnicos andinos (indicando montos de tributo en especie y especialmente en dinero, esto último para obligar a los tributarios indígenas a salir de sus comunidades y trabajar por un salario para los españoles).

Para 1575, durante la Visita General Toledana, el antiguo reino Colla había sido dividido en unos 35 repartimientos o encomiendas de distinto peso poblacional (13 en la mitad Urcosuyo y 22 en la mitad Umasuyo). Asimismo, el reino Pacaje fue dividido en 20 repartimientos (10 en cada mitad). El antiguo reino Lupaca no sufrió este proceso debido a que Pizarro decidió asignar los tributos de todo el grupo étnico directamente a la Corona, por lo que la “provincia de Chucuito” (como la llamaron desde el principio los españoles) pasó a estar “en cabeza de Su Majestad” y administrada por españoles no-encomenderos nombrados desde Lima (hasta que en 1575-1578 se creó la “gobernación de Chucuito”, regida por un gobernador nombrado y enviado desde España).

Los datos demográficos de la Visita General Toledana indican que, tras más de 40 años de iniciada la invasión española a los Andes, los Collas sumaban aún unas 84,200 personas (43% en el sector Urco-suyo, 57% en el Uma-suyo), los Lupacas casi 75,000 y los Pacajes más de 88,700 (58% en Urco-suyo, 42% en Uma-suyo).

Como indicáramos en un artículo anterior (Cabildo Abierto, núm. 13, marzo 2006), la zona actual donde se ubica la ciudad de Puno correspondía al extremo meridional del sector Urco-suyo del reino Colla. Los visitadores toledanos pasaron por el “repartimiento” de Puno en 1573, e informaron que los indios allí “estaban divididos en seis pueblos en distancia de tres leguas [unos 15 kms.]”, sumando 4,705 habitantes (un 60% aimaras, con 4 caciques, y un 40% uros, con 2 caciques). Decidieron reagrupar o “reducir” a la población en sólo dos pueblos: el de San Juan Bautista de Puno (ver Cabildo Abierto, núm. 2, nov. 2004) y el de San Pedro de Icho.

• Publicado originalmente en: Cabildo Abierto (Puno), núm. 18 (Octubre - Noviembre 2006), pp. 20-21.

• Ver: http://www.ser.org.pe/index.php?option=com_remository&op=ListarDocumentos&id=4&inicio=0

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• Foto del Lago Titicaca tomada por el satélite Landsat de la NASA en 1985.

• Cornell Andes/EOS Project: http://www.geo.cornell.edu/geology/eos/old_eos/eos/Candes.html

• Foto de las chullpas de Sillustani tomada de GoToLatin.Com.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ustedes dicen que los Collas son de habla aymara y habitaban en el Norte y oriente del Lago. y esto?
Fray Reginaldo de Lizárraga (1545—1615).
Libro primero
Descripción colonial
Capítulo LXXXIX
Del camino de Omasuyo
Desde el pueblo de Ayaviri, que dijimos ser el primero del Collao, tomando sobre mano izquierda, comienza el camino y se sigue la provincia llamada Omasuyo, que corre por la otra parte de la laguna de Chucuito; esta provincia es muy poblada, y por la mayor parte son Poquinas; son recios de ganados de la tierra, y participan de más maíz e trigo que los de la otra parte, por tener sobre mano izquierda la provincia de Larecaja, abundante de lo uno y de lo otro.

Anónimo dijo...

Estimado comentarista:

La referencia del cronista dominico Fray Reginaldo de Lizarraga es tardia, escrita en las decadas de 1590 y 1600. Alli se menciona una "provincia de Omasuyo" en la orilla oriental del Lago Titicaca, donde "la mayor parte son Poquinas".

La zona descrita por Lizarraga corresponde al sector Uma-suyo del Reino Colla. No hay mayores evidencias documentales que sustenten la idea de una "reino altiplanico puquina" en el siglo XV, conquistado por los Incas junto con los Collas, Lupaqas y Pacajes.

Otro problema distinto, y muy complicado, es la co-existencia de grupos indigenas altiplanicos en el siglo XVI que hablaban diferentes idiomas: quechua, aimara, puquina y uruquilla.

Un explicacion posible (discutida por linguistas como Alfredo Torero o Rodolfo Cerron-Palomino, y por etnohistoriadores como Therese Bouysse-Cassagne) es que las comunidades puquina-hablantes del Altiplano del siglo XVI sean una "supervivencia" de un periodo anterior (quizas el "Horizonte Medio" de los arqueologos, la epoca Tiwanaku). Los aimara habrian sido inmigrantes relativamente tardios, llegados al Altiplano despues de los siglos XI-XII (aproximadamente desde el año 1100 en adelante).

El Departamento de Arqueologia de la Universidad Catolica de Lima organizo en agosto del 2009 un congreso sobre arqueologia y linguisitica pre-hispanicas, y varios de los participantes discutieron el caso de la lengua puquina.

Cuando se publiquen las actas a finales de este año 2010 sabremos algo mas del asunto.

Gracias por su comentario.

Cordialmente,

Nicanor.