Espacio virtual creado realmente por Nicanor Domínguez. Dedicado a la historia del Sur-Andino peruano-boliviano.

viernes, 30 de marzo de 2007

Region Sur Andina Peruano-Boliviana



• Foto del Altiplano Surandino tomada cerca de la vía del ferrocarril Cusco-Puno (PeruTravelNews.Info).

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Algunas reflexiones sobre la integración regional del Sur peruano.

La actual división administrativa del Perú en 24 departamentos (regiones desde el 18 de noviembre del 2002) evolucionó durante el siglo XIX, y hasta mediados del XX, a partir de las 7 “Intendencias” diseñadas durante las Reformas Borbónicas de las décadas de 1780-1790. Aunque Puno mantiene básicamente el territorio de la Intendencia colonial del mismo nombre, Moquegua y Tacna fueron separadas de Arequipa entre 1857 y 1875. Durante el anterior proceso de regionalización de la década de 1980, los departamentos de Puno, Moquegua y Tacna conformaron la Región “José Carlos Mariátegui”, mientras que el de Arequipa conformó una región propia. Tras la década fujimorista, en la que se decidió desactivar el ordenamiento regional previo al no poder controlar el resultado de las elecciones que daban acceso a las Asambleas Regionales, el gobierno y congreso actuales [período de gobierno del presidente Alejandro Toledo, 2001-2006] decidieron iniciar un nuevo proceso de regionalización. ¿Cuáles pueden ser las bases históricas para un efectivo reordenamiento geográfico-administrativo del Sur peruano? Nuestro colaborador Nicanor Domínguez reflexiona al respecto.

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El Altiplano del Titicaca es la meseta en la que se ubica el Lago Titicaca (a 3,810 metros de altitud), y su superficie es relativamente plana, aunque bordeando los 4,000 metros de altitud. Estas condiciones geográficas determinan a su vez condiciones ecológicas específicas: la vegetación de puna en estas llanuras altiplánicas permite la cría masiva de ganadería de auquénidos andinos y, desde el siglo XVI, la de ganado ovino. Las posibilidades agrícolas del Altiplano son relativamente reducidas, permitiendo el cultivo de especies de tubérculos y granos aclimatados a esas altitudes.

La presencia del lago, con el aumento de la temperatura que ocasiona, ha incrementado las posibilidades de alimentar poblaciones humanas numerosas desde tiempos prehispánicos. Ciertas tecnologías agrícolas prehispánicas como los “camellones” o “waru-waru” (sistema de promontorios y zanjas de irrigación que amplía las zonas cultivables al aumentar la temperatura, debido a la reflexión de la irradiación solar sobre el agua) permitieron el incremento de la producción agrícola altiplánica a partir de los primeros siglos de la Era Cristiana, y con seguridad desde por lo menos la época de la cultura Tiwanaku (500-1000 DC).

Como lo propuso el antropólogo rumano John Murra [1916-2006] en 1972, los pueblos prehispánicos del Altiplano necesitaron para poder subsitir controlar los recursos naturales y los cultivos producidos en regiones de menor altitud, tanto hacia la costa del Océano Pacífico (donde hoy se ubican los departamentos peruanos de Arequipa, Moquegua y Tacna, así como el Norte de Chile actual), como hacia el piedemonte andino oriental, las zonas de “montaña” o “ceja de selva” (en el Perú), o las “yungas” (en Bolivia). Es a esta estrategia de acceso a diversos recursos ubicados a distintas altitudes a la que Murra llamó “verticalidad”. En 1980 el antropólogo alemán Jürgen Golte demostró que la “verticalidad” de las comunidades andinas no era sólo un ideal que se quisiese lograr para mantener una autonomía alimentaria, sino una necesidad a la que los pobladores andinos se veían forzados si es que querían sobrevivir.

Una de las formas de acceso a esos recursos ubicados en zonas ecológicas de menor altitud ha sido el llamado “doble domicilio”, es decir, la existencia de individuos o familias de “colonos” que, por ciertos períodos de tiempo y rotativamente, dejaban sus hogares en el Altiplano para vivir en las zonas bajas y explotar los recursos de esos “nichos ecológicos” en beneficio de sus comunidades originales. Para algunos investigadores, éstas estrategias comunales prehispánicas habrían servido de inspiración a los Incas en el diseño del sistema de “mitimaes” o comunidades enteras transplantadas desde sus regiones de origen a zonas distantes dentro del imperio para servir las necesidades estatales de control y colonización.

El ejemplo mejor estudiado es el de los Lupaqas de la provincia de Chucuito, grupo étnico que en el siglo XVI estaba formado por siete “cabeceras” o pueblos principales: Chucuito, Acora, Ilave, Juli, Pomata, Yunguyo y Zepita. Las “colonias” de los Lupaqa en las tierras bajas incluían los valles costeros occidentales en los actuales departamentos/regiones de Moquegua y Tacna, así como los valles orientales de Larecaja, en el departamento boliviano actual de La Paz.

Con la conquista española (1532-1572) y el establecimiento del sistema colonial por el Virrey Toledo (1569-1581), la población indígena surandina se vió forzada a trabajar en beneficio de la nueva élite colonial, especialmente en la extracción, refinamiento y transporte de metales de plata. La macro-región surandina colonial --correspondiente hoy al Sur del Perú, Norte de Chile y el Oeste de Bolivia--, se desarrolló en torno a la minería de Potosí, que atrajo mano de obra indígena (mitayos) así como productos para cubrir la demanda del centro minero, a lo largo de 240 años (la mita a Potosí existió oficialmente entre 1572-1812). Como hemos comentado en un artículo anterior (Cabildo Abierto núm. 7, julio 2005), la división de esta macro-región surandina se produjo a lo largo de 70 años (1771-1842), y la proclamación de la Independencia en el Perú (28-VII-1821) y en Bolivia (6-VIII-1825) sólo confirmó la dirección de este proceso, sin iniciarlo ni concluirlo.

A lo largo de los 3 siglos coloniales, las comunidades altiplánicas fueron perdiendo su cohesión como parte de grupos étnicos mayores, desarrollando identidades más bien locales. La “verticalidad” perdió su carácter étnico (colonos en tierras bajas que enviaban productos a un centro de poder en el Altiplano que redistribuía esos productos entre las comunidades que conformaban el grupo), transformándose en una serie de contactos e intercambios comerciales dirigidos por comunidades altiplánicas ganaderas, que criaban llamas para el transporte y trueque de productos de distintas zonas altitudinales.

Tras la Independencia, y especialmente entre 1850 y 1930, el Sur Andino peruano se convirtió en el principal centro exportador de lana de alpaca para la industria textil inglesa y europea. Las haciendas y comunidades ganaderas de las provincias altas de Puno, Arequipa y Cuzco, interconectadas desde 1870-1910 por la línea del ferrocarril, se articularon con los nuevos centros de acopio de lanas (el crecimiento de Sicuani y Juliaca comienza en esta época) y con las sedes de las casas comerciales en Cuzco, Puno y, especialmente, Arequipa. A través de los puertos arequipeños (primero Islay, luego Mollendo), la exportación de lanas altiplánicas dinamizó y reorientó la actividad económica de todo el Sur Andino peruano.

Estos ejemplos históricos muestran que una misma area geográfica puede ser utilizada por grupos humanos con distintos tipos de prioridades económicas y diversas tecnologías de explotación y transporte de recursos y productos. Desde el siglo XVI, el principal motor de la economía surandina ha sido la exportación de riquezas minerales o ganaderas (lanas) al mercado internacional. Por otro lado, decisiones políticas --como la Independencia de nuevos estados, o la creación de nuevas jurisdicciones administrativas-- facilitan o dificultan el desarrollo de regiones económicamente viables.

El actual [octubre 2005] proceso de “integración regional” es, en realidad, el reordenamiento de los 24 departamentos del país en la esperanza de que el nuevo sistema geográfico-administrativo resultante promueva el desarrollo económico de las distintas regiones del país y mejore los niveles de vida de sus pobladores. Sorprende la ausencia de Moquegua en la propuesta inicial de integrar Arequipa, Puno y Tacna. Esperemos que la activa participación ciudadana en las distintas etapas de este proceso permita superar las limitaciones que los “intereses creados” de grupos políticos locales y/o nacionales puedan ocasionar. Todo el país espera con interés los efectos positivos de este nuevo esfuerzo de descentralización.

• Publicado originalmente en: Cabildo Abierto (Puno), núm. 10 (Octubre 2005), pp. 16-17.

• Ver: http://www.ser.org.pe/index.php?option=com_remository&op=ListarDocumentos&id=4&inicio=0

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Algunas reflexiones sobre la Independencia Peruana en Altiplano Sur Andino (parte I).

Pese a la aparente simplicidad con que suele presentarse el proceso de la Independencia de nuestro país (una “toma de conciencia” de los “peruanos” que el sábado 28 de julio de 1821 rompieron formalmente con la Corona Española y lucharon hasta conseguir la victoria el jueves 9 de diciembre de 1824 en la Pampa de Ayacucho), las guerras entre “realistas” y “patriotas” en realidad tuvieron un desarrollo muy diverso a lo largo de los Andes. La presente colaboración del historiador Nicanor Domínguez nos ofrece algunas reflexiones sobre los complejos procesos sociales, políticos y económicos experimentados a principios del siglo XIX en el Altiplano Sur Andino.

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La “historia oficial” de los estados nacionales modernos ha sido escrita desde el siglo XIX con criterios de homogenización patriótica. A este discurso aglutinador, que simplifica y tiende a suprimir las diferencias socio-económicas y regionales de los habitantes de un país en aras de la “unidad nacional”, es a lo que el antropólogo marxista británico Benedict Anderson propuso en 1989 llamar una “comunidad imaginada”. El objetivo último sería proveer a la “nación” de una narración sobre sus orígenes que pudiera incorporar a todos sus miembros de manera armónica, pese a todas las diferencias y particularidades que en la realidad existen y dificultan tal identidad.

En América Latina, región en la que Anderson veía el surgimiento de estos discursos nacionalistas aún antes que en Europa, las “comunidades imaginadas” se definieron en oposición al pasado colonial que las guerras de Independencia (1810-1825) habían cancelado. Las nuevas naciones latinoamericanas, negando en parte sus raíces hispanas, definieron su nueva identidad en términos de las aspiraciones de sus élites criollas y mestizas (en el siglo XIX) o, más tarde, en políticas indigenistas de asimilación (en el siglo XX).

Los países andinos de Sudamérica (Bolivia, Ecuador, Perú) no fueron ajenos a estas tendencias continentales y sus historias nacionales fueron elaboradas por sus respectivas élites intelectuales que residían en las capitales nacionales (Sucre-La Paz, Quito, Lima). Con criterios nacionalistas y patrióticos, éstas élites intelectuales seleccionaron del pasado tan sólo uno o dos aspectos del mismo, la historia militar y política, y la enfocaron espacialmente en las ciudades capitales, reforzando el centralismo político-administrativo de éstas y relegando a las distintas regiones de cada país a un olvido historiográfico que las élites locales siempre han tratado de subsanar pese a todo tipo de limitaciones materiales para hacerlo.

Las “historias oficiales” de los países andinos, por su estrecha selectividad, ayudan poco a entender los procesos históricos regionales. Un caso doblemente complejo es el del Altiplano Surandino, hoy compartido por las repúblicas del Perú y Bolivia. Región conformada durante la época colonial en torno a la “mita minera” (subsidio laboral indígena) para Potosí, el Sur Andino experimentó un prolongado y complejo proceso de división político-administrativa entre las décadas de 1770 y 1840. Las principales fechas en esta historia son:


I- Antecedentes y formación de la región Surandina:

1545: descubrimiento de Potosí

1550: establecimiento de una “mita” no oficial

1572: el virrey Toledo establece la “mita” oficial a Potosí

1575-1635: auge de la minería de plata en Potosí

1635-1735: decadencia y estancamiento de Potosí

1735: reactivación de Potosí


II- Proceso de división del Sur Andino:

1771: inicio de las “Reformas Borbónicas” (proyecto de modernización administrativa y fiscal del estado colonial)

1776: creación del Virreinato del Río de la Plata (capital Buenos Aires) incluyendo la Audiencia de Charcas y el obispado de La Paz (al que pertenecía Puno); se empieza a utilizar el término “Alto Perú”

1780-1783: Gran rebelión Tupacamarista, incluyendo la toma de Puno (V-1781) y los cercos de La Paz por Túpac Catari (III-IV y VIII-XI de 1781)

1796: la Intendencia de Puno (norte y oeste del Lago Titicaca) es transferida al Virreinato del Perú

1805: conspiraciones de criollos descontentos en Cuzco (G. Aguilar y M. Ubalde) y en La Paz (P.D. Murillo)

1808-1814: crisis en España, invasión francesa; Constitución liberal (Cádiz, 1812), abolición de la “mita”

1809: criollos toman el control de La Paz por 6 meses

1810-1815: criollos de Buenos Aires proclaman su independencia y envían tres ejércitos al Alto Perú; derrotados por fuerzas del Virrey Abascal (1806–1816), quien anexa esa jurisdicción al Virreinato del Perú (1815)

1814–1815: rebelión criolla en el Cuzco (hermanos Angulo, cacique Pumacahua), se proyecta infructuosamente hacia Arequipa, Puno y La Paz; derrotados por fuerzas del Virrey Abascal

1821: San Martín ocupa Lima, proclama la Independencia del Perú (28-VII); el Virrey La Serna va a la Sierra Sur, se establece en el Cuzco (1821–1824)

1823: incursión patriota desde Lima a Arica, Tacna, Moquegua, La Paz y Oruro; batalla de Zepita (25-VIII) y subsiguiente retirada

1823–1825: el Gral. Olañeta se subleva contra el Virrey La Serna y toma el control realista del Alto Perú

1824: campañas bolivarianas de Junín (6-VIII) y Ayacucho (9-XII); derrota y rendición del Virrey La Serna

1824–1825: campaña del Mcal. Sucre en el Sur Andino: Cuzco, Arequipa, Puno, La Paz, Potosí y Chuquisaca, donde se proclama la Independencia del Alto Perú (6-VIII-1825) con el nombre de “República de Bolivar”, luego Bolivia

1828: el Gral. Gamarra invade Bolivia; expulsión del Mcal. Sucre

1829-1839: el Gral. Santa Cruz gobierna Bolivia

1836-1839: Confederación Perú–Boliviana, establecida por Santa Cruz, incluye los estados Nor-Peruano, Sur-Peruano (Cuzco, Ayacucho, Arequipa, Puno) y Bolivia

1841: el presidente Mcal. Gamarra invade Bolivia, muriendo en la batalla de Ingavi (17-XI)

1841-1842: invasión boliviana al Sur de Perú (Puno, Tacna, Arica, Tarapacá, Moquegua), termina con el Tratado de Paz de Puno (VI-1842)

Después de 1842 no han vuelto a ocurrir esfuerzos serios de reunificar el Sur Andino tal como existía unos casi 70 años antes. En este contexto, las Independencias de 1821 y 1825 en Perú y Bolivia fueron tan sólo un episodio más en una larga serie de eventos que dividieron la región altiplánica en la forma que hoy la conocemos. Pero, ¿es eso todo?

• Publicado originalmente en: Cabildo Abierto (Puno), núm. 7 (Julio 2005), pp. 16-17.

• Ver: http://www.ser.org.pe/index.php?option=com_remository&op=ListarDocumentos&id=4&inicio=0

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Algunas reflexiones sobre la Independencia Peruana en Altiplano Sur Andino (parte II).

Entre la “superficie” de los agitados sucesos político-militares y los lentos y “profundos” procesos socio-económicos e incluso geo-políticos --para usar algunas de las ideas del famoso historiador francés Fernand Braudel [1902-1985]--, la explicación histórica de la Independencia de los países andinos ha experimentado cambios significativos a lo largo del siglo XX. ¿Si las condiciones económicas y sociales del Altiplano Sur Andino, como de otras regiones latinoamericanas, no cambiaron sino hasta varias décadas despues de las guerras de 1810-1825, qué relevancia puede haber tenido en realidad la Independencia? Nuestro colaborador Nicanor Domínguez reflexiona al respecto.

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¿Cómo podemos entender los procesos históricos de carácter político y militar dentro de un contexto histórico mas amplio, que considere también factores económicos y sociales? Ésta ha sido la preocupación principal de la auto-proclamada “nueva historia”, que se ha venido desarrollando academicamente en Europa, los Estados Unidos, América Latina y otros paises del llamado Tercer Mundo en la segunda mitad del siglo XX, desde la década de 1950 en adelante. La influencia del pensamiento marxista ha sido fundamental en esta renovación de los estudios del pasado --y de las ciencias sociales en general-- ya sea porque las nuevas generaciones de historiadores profesionales utilizaron herramientas teóricas desarrolladas por Marx y sus distintos continuadores, o porque hecharon mano de teorías elaboradas como respuesta, e incluso en rechazo, de la crítica marxista.

En los años 60 y 70, la historia enfocada en procesos económicos y sociales estuvo en auge; desde los 80 y 90 ha habido una reacción historiográfica y ahora el principal interés académico se centra en un novedoso estudio de los aspectos políticos y culturales del pasado. Pese a todas sus diferencias, estas dos tendencias de la historia profesional tienen algo en común: cuestionar el saber recibido a traves de las “historias oficiales” de los siglos XIX y XX, enriqueciendo nuestra manera de entender a quienes vivieron los procesos históricos estudiados.

En ese sentido, cabe preguntarse: ¿cómo entendieron la Independecia aquellos que la vivieron? ¿Por qué algunos súbditos del rey de España en los Andes decidieron rebelarse y otros no? ¿En qué medida las nuevas ideas de la Ilustración francesa del siglo XVIII influyeron en los criollos y mestizos, e incluso en los grupos indígenas y negros? ¿Por qué arriesgar la vida propia y la de los parientes y amigos adoptando una u otra posición en esa coyuntura bélica? Éstas y otras preguntas, ya formuladas por los historiadores tradicionales y respondidas con criterios patriótico-nacionalistas mas bien elementales, han vuelto a ser objeto de estudio por nuevas generaciones de historiadores en los últimos 20 años. Sus respuestas, en general, han sido más complejas y, al mismo tiempo, más ambigüas que las de los sustentadores de la versión que, en la primera parte de este artículo y siguiendo a Benedict Anderson, hemos llamado de una “comunidad imaginada”.

Lo que ahora parece claro --como debiera haberse esperado-- es que las motivaciones de individuos y grupos de individuos han sido mucho más complejas y más difíciles de explicar que con las facilistas generalizaciones de la historigrafía tradicional. No todos los criollos devinieron en patriotas, ni todos los indios fueron manipulados en apoyar una u otra causa, por ejemplo. Aunque difíciles de identificar con total claridad, los distintos actores sociales del período de las Guerras de Independencia tomaron decisiones conscientes y decisivas, dependiendo de las sucesivas coyunturas que tenían que enfrentar, sin saber en realidad si el futuro les iba o no a ser favorable (como nos pasa a nosotros mismos hoy, por cierto). Así, los historiadores se han dado cuenta de que el comportamiento de la gente del pasado, en sus propias peculiaridades de tiempo y lugar, ha sido tan complejo y contradictorio como el de la propia gente del presente. En ese sentido, no todos actuaban --ni hoy actúan-- siguiendo motivaciones precisas, unívocas y excluyentes. Y en este renovado entendimiento, los factores “subjetivos” (lo que la gente misma entiende es la causa de sus actos) son tan importantes como los factores “objetivos” (las condiciones externas a los individuos, el mundo real en el que éstos viven sus vidas).

En ese sentido, el conflictivo proceso de la Independecia adquiere una nueva importancia. No por lo que en efecto se logró, sino por lo que se quiso lograr, por las esperanzas e ideales que movilizaron las voluntades y las aspiraciones de aquellos que vivieron el proceso mismo. Es, en buena medida, lo que ya en 1958 don Jorge Basadre [1903-1980] llamó “la promesa de la vida peruana”, el proyecto de una república decimonónica políticamente liberal en la que todos sus ciudadanos fuesen jurídicamente iguales ante la ley. Sabemos hoy, como lo sabía perfectamente Basadre, que es una promesa incumplida. Sin embargo, y con todas sus limitaciones, el proyecto de una sociedad democrática, jurídica y electoralmente hablando, debería seguir siendo un ideal por el que esforzarnos comprometidamente hoy. Una vez alcanzado ese primer objetivo, otros logros futuros no serán tan difíciles de conseguir, pues sin lo uno, lo otro siempre es incompleto.

A 184 años de proclamada la Independencia peruana, y a 180 años de la proclamación de la Independencia boliviana, proponernos cumplir con esa promesa, para luego avanzar con otras tareas pendientes, quizás no sea demasiado pedir de nosotros mismos.

• Publicado originalmente en: Cabildo Abierto (Puno), núm. 8 (Agosto 2005), pp. 16-17.

• Ver: http://www.ser.org.pe/index.php?option=com_remository&op=ListarDocumentos&id=4&inicio=0

2 comentarios:

Daniel Salas dijo...

Saludos, Nicanor!

Voy a leer regularmente tu blog con atención. Empresarios, políticos y periodistas liberales se acaban de dar cuenta de que el sur existe!! Estoy seguro que tus investigaciones van a permitir conocer mejor esta zona entre el Perú y Bolivia.

Daniel Salas dijo...

Otro sí digo:

Te mando el link a esta noticia que da para pensar:

http://www.losandes.com.pe/ampliacion.php?seccion=1¬icia=4981


Saludos