Espacio virtual creado realmente por Nicanor Domínguez. Dedicado a la historia del Sur-Andino peruano-boliviano.

martes, 14 de agosto de 2007

Plagiarios - I


Bryce: copia y original

Por Giovanna Pollarolo
gpollarolo@peru21.com

Peru.21, Sábado, 7 de abril de 2007

http://www.peru21.com/Comunidad/Columnistas/Html/2007-04-07/Pollarolo0703479.html

Pierre Menard, nos cuenta Jorge Luis Borges, "no quería componer otro Quijote -lo cual es fácil- sino el Quijote. Inútil agregar que no encaró nunca una transcripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran -palabra por palabra y línea por línea- con las de Miguel de Cervantes". El afán de Pierre Menard de escribir otro Quijote "con las mismas palabras" culmina en un nuevo Quijote; ambos son: "verbalmente idénticos, pero el segundo (el de Menard) es casi infinitamente más rico", explica el narrador de Pierre Menard, autor del Quijote.

La idea de un nuevo Quijote, igual pero distinto -escrito en el siglo XX y por alguien que no es Cervantes-, bien puede leerse como una típica ironía borgiana que abisma al lector en laberintos infinitos. Pero la crítica posmoderna ha visto en este juego autorial un excelente ejemplo que explica aquello de la 'intertextualidad', noción imprescindible para los teóricos que entienden la creación literaria como "la continuación de discursos, la cita explícita e implícita de textos previos". Es decir, no hay 'texto puro', 'original', 'inédito'. Todo texto remite a otro texto; la originalidad no existe; es una utopía de los románticos.

Frente a lo que para la prensa peruana es "la noticia cultural del año": las denuncias de plagio contra Alfredo Bryce Echenique, me pregunto si no estamos ante Pierre Menard y su sueño de escribir otro Quijote; y que, de ser así, podemos explicar 'los plagios' como casos explícitos de 'intertextualidad'. Es decir, si aceptamos la posibilidad de establecer una analogía entre Bryce y Menard -el plagiador del Quijote-, debemos preguntarnos si alguno de los textos originales, los 'plagiados' por Bryce, están a la altura del Quijote que Menard quiso copiar.

Sin duda, al genial Pierre Menard no se le hubiera pasado por la cabeza "producir unas páginas que coincidieran" con los escritos del ex embajador Oswaldo de Rivero, del señor Herbert Morote, o con los escritos de los periodistas españoles que han sido 'plagiados'. Pero tal como ha sido demostrado, Alfredo Bryce sí 'produjo páginas' que coinciden con las escritas por los autores antes nombrados.

Debo decir que me asombra que quien nos descubrió el mundo de Julius, quien nos contó la historia de Jimmy en Paracas o los tormentos de Martín Romaña y Octavia de Cádiz copie, se apropie, plagie, textos que no están a la altura de su talento creador, de su originalidad y de su capacidad para construir un estilo absolutamente propio e inconfundible.

Sin duda alguna, en este caso, la apropiación o 'plagio' no se puede explicar como un ejercicio de 'intertextualidad'. Pero tampoco, debo decir, me convence la idea de un Alfredo Bryce a la caza de los escritos de otros para apropiárselos y fingir que son fruto de su creación. ¿Cómo explicar entonces las descaradas similitudes entre los artículos publicados con su firma y los de sus autores originales? Muchos, con beneplácito, lo han acusado de inmoral, estafador, ladrón de ideas; y le han tirado piedras como los fariseos a la adúltera antes de que Cristo, deteniéndolos, les dijera: "El que esté libre de toda culpa, lance la primera piedra". Nadie se atrevió, cuentan los evangelios. Por limitaciones de espacio, continuaré reflexionado sobre este tema la próxima semana.

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De lo inverosímil a lo verosímil

Por Giovanna Pollarolo
gpollarolo@peru21.com

Peru.21, Sábado, 14 de abril de 2007

http://www.peru21.com/Comunidad/Columnistas/Html/2007-04-14/Pollarolo0707083.html


Cómo explicar las similitudes entre los artículos publicados con la firma del escritor Alfredo Bryce Echenique y los de sus autores originales, fue la pregunta sin respuesta de la semana pasada. La necesidad de buscar una explicación se debe a que resulta difícil aceptar que un escritor, cuyo talento creativo está fuera de toda discusión, se vea de pronto envuelto en una denuncia que, por otra parte, ha sido suficientemente documentada. Si estuviéramos en un universo ficcional donde se relatara un episodio similar, los lectores acusarían al autor de haber escrito una novela 'inverosímil'. Pero Aristóteles dijo que en la 'vida real' ocurren hechos inverosímiles y, por esa razón, aconsejó a los creadores de ficciones que entre lo "realmente ocurrido" pero inverosímil y aquello que no ocurrió pero que "podría haber ocurrido" optaran por lo que "parece verdadero". El reto para el escritor que elige narrar lo 'inverosímil' es que deberá crear las condiciones necesarias con el fin de convencer al lector de la 'verdad' del suceso.

Aun cuando sabemos que la vida 'real' es pródiga en hechos inverosímiles, también buscamos explicaciones para que resulten 'verosímiles'. Y en el 'caso Bryce', la apropiación de aquello que pertenece a otros resulta inverosímil aun después de leer los argumentos que intentan explicar el 'por qué' y el 'para qué'. Y es que las explicaciones no son convincentes. Muchas provienen de antiguas rivalidades, de viejos y nuevos sentimientos de exclusión que pueden ser válidos, pero que no contribuyen al objetivo que es hacer 'verosímil lo inverosímil'. Asimismo, muchos han visto en tal apropiación la oportunidad de demostrar sus valores morales y han levantado el dedo acusador temiendo que Bryce no sea suficientemente castigado. El viejo y siempre nuevo tema de la impunidad. Y otra vez estamos ante una reacción que no logra hacer 'verosímil lo inverosímil'.

Sea por ánimo acusatorio o revanchista, por viejas y nostálgicas lealtades amicales o por auténtica admiración a una obra novelística valiosa, o todo esto mezclado, es asombrosa nuestra incapacidad para elaborar explicaciones convincentes. Inclusive una víctima como el escritor José María Pérez Álvarez no se puede explicar el por qué: "Al principio me sorprendió y me soliviantó", ha dicho en una entrevista (publicada en La Jornada); pero, pasada la sorpresa, "puse en un platillo sobre la balanza el daño que me podría haber causado (Bryce) copiando mi artículo y el placer que me había causado como lector de sus obras". Y después de "con perdón, cagarme en sus muertos", el escritor plagiado declara que ha llegado a la conclusión de que "pesa muchísimo más el placer que me causó". Negándose a "sumarse a esa fiesta de locos" en la que quieren "fusilarlo como si fuera una especie de Saddam Hussein", da "el plagio por olvidado".

Ante la falta de explicaciones convincentes, las ajenas y las mías -y habiendo dicho antes que ante una trama ficcional inverosímil el escritor tendrá que crear las condiciones necesarias para convencer al lector de la 'verdad' del suceso- en este caso de la 'vida real', lo más razonable es pedirle explicaciones al propio Bryce con el fin de que 'haga verosímil lo inverosímil'.

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Acusar o confesar la culpa

Por Giovanna Pollarolo
gpollarolo@peru21.com

Peru.21, Sábado, 21 de julio de 2007

http://www.peru21.com/Comunidad/Columnistas/Html/2007-07-21/Pollarolo0757238.html

Cómo explicar las similitudes entre los artículos publicados con la firma del escritor Alfredo Bryce y los de sus autores originales, fue la pregunta que muchos lectores nos hicimos desde el asombro y la perplejidad luego de que aparecieran las primeras acusaciones de plagio.

"Los que admiramos a Bryce", escribió el escritor boliviano Edmundo Paz Soldán, "esperamos una explicación, una aclaración, unas disculpas, la asunción de la falta, algo más que el portazo con que Bryce ha respondido a todo esto, la simple respuesta de que una torpe secretaria que se equivocó de carpetas es la responsable de todo".

Luego de varios meses de silencio, Alfredo Bryce habló del tema con Caretas para revelar que la culpa no la tuvo la secretaria -tal como lo afirmó en marzo, cuando el embajador Oswaldo de Rivero denunció que había sido plagiado- sino Herbert Morote, quien está empeñado -afirma- en desacreditarlo: "Creo, pero no puedo afirmarlo", señala, que le paga al director de Perú.21.

Según Bryce, esto forma parte de una campaña de desprestigio: "La delincuencia periodística está instalada en Lima", sostuvo. A pesar de ello, "la gente en las calles me felicita, se solidariza"; y afuera a nadie le interesan estos provincianos "líos de peruanos".

"Pero La Vanguardia de España está evaluando entablarle acciones legales", advierte la entrevistadora recordando que algunos de los artículos plagiados fueron tomados de dicho periódico. Y Bryce, con delicioso humor: "No, han decidido no hacer más que un almuerzo de bienvenida para cuando yo regrese".

En su edición del miércoles, Perú.21 informa sobre nuevos casos de plagio de textos que pertenecen al periodista español Juan Carlos Ponce, a la filósofa Carmen Lloret, al médico Blas Gil Extremera y a los escritores José María Pérez Álvarez y Cristóbal Pera.

Frente a la contundencia de la denuncia, es evidente que resulta poco menos que delirante acusar a "la prensa" y a Augusto Álvarez, en particular, de ser una especie de orquestadores de tanta maledicencia; pero más preocupante es la falta de rigor de las respuestas.

Nuestro querido y admirado escritor debería, antes que amenazar y acusar, ensayar explicaciones más verosímiles, investigar y demostrar la verdad del 'complot' que denuncia o confesar la culpa y pedir, humilde y provincianamente, perdón.

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Dossier Bryce Echenique: todo sobre los plagios del autor de Un mundo para Julius.

Aquí un recuento de las notas publicadas por Perú.21 sobre los plagios realizados por Alfredo Bryce Echenique.

http://www.peru21.com/P21Impreso/Html/2007-07-18/ImP2Especiales0755937.html

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Plagiarios - II



En el Perú. Fernando Iwasaki y Álvaro Vargas Llosa, ambos escritores peruanos que sucumbieron ante la tentación del plagio. El primero pagó su error a un alto precio.

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Plagios al descubierto

Los plagios y fraudes en materia literaria o musical no son hechos esporádicos. El afán de notoriedad ha llevado a muchos, finalmente, a estropear sus carreras promisorias por haber quedado al descubierto luego de hurtar el trabajo ajeno y presentarlo como propio. Aquí algunos casos que bien pueden ser una lección para esos egos dominados por tanta pereza como ambición.

Por Edmir Espinoza

La República, suplemento "Domingo", Lima, domingo 8 de abril de 2007


Ana Rosa Quintana. Presentadora de TV sin talento literario.

Ana Rosa Quintana era una de las presentadoras más famosas y queridas de la televisión española. Andaba en la cresta de la ola cuando, muy oportunamente, decidió publicar su primera novela. La presentación de Sabor a hiel, en octubre del 2000, fue por todo lo alto, pero un incidente imprevisto hizo que toda la parafernalia cediera ante un escándalo mayúsculo. Quintana había plagiado. Varias páginas de su novela eran copias textuales de artículos y obras literarias escritas por las estadounidenses Danielle Steel y Colleen McCullough, y la mexicana Ángeles Mastretta. El hecho fue a parar a las portadas de los diarios más importantes de España, y la imagen de Ana Rosa cayó abuptamente. Las excusas que esgrimió la presentadora de TV, lejos de limpiar su alicaída imagen, ayudaron a acrecentar el escándalo. El responsable del plagio no habría sido Quintana sino un "estrecho colaborador". O un negro literario, como se les conoce en el ámbito académico a aquellos escritores sin mucho nombre que terminan escribiendo por encargo. Todo no había sido más que un fraude. Un error que a la postre no era más que un hecho calculado y premeditado. Lo único que no estaba en los planes, ni de Quintana ni de su colaborador, era que el plagio saliera a la luz. Los españoles, sin embargo, parecen haberla perdonado, de otra manera no se explica cómo la consideran la mejor presentadora de televisión en la Península.

Y es que el plagio, por increíble que parezca, se ha convertido en una práctica bastante común en ciertos círculos periodísticos, literarios y musicales, por supuesto. Quizá el caso de fraude musical más recordado es el del dúo Milli Vanilli. La agrupación, que gozó de amplia fama a finales de los ochenta y que llegó incluso a ganar un Grammy en 1990, resultó ser todo un engaño. En un concierto en Australia, los integrantes de la agrupación, Fabrice Morvan y Rob Pilatus, fueron descubiertos: ninguno de los dos cantaba los temas que los hicieron famosos y, en cambio, se limitaban a hacer la fonomímica del playback. Las verdaderas voces eran de cantantes anónimos que formaban parte del montaje. Luego de descubierto el fraude, Morvan y Pilatus fueron acusados por todos los medios de prensa, su carrera artística cayó en un abismo y el mundo entero pareció olvidarlos en un abrir y cerrar de ojos. Años más tarde, en 1998, Rob Pilatus, sería encontrado muerto a causa de una intoxicación con alcohol y drogas.

Pero los casos de fraude y plagio que más daños colaterales generan, son los que se dan en grandes medios de prensa. En Estados Unidos, quizá los dos periódicos más influyentes han sido presas de los engaños más alucinantes. Corría el año 1981 cuando el escándalo tocó la puerta del Washington Post. Resulta que Janet Cooke, reportera del medio, había inventado la historia con la que se había hecho acreededora al premio Pulitzer. El reportaje de Cooke narraba el caso de Jimmy, un niño de 8 años adicto a la heroína. Según la historia de la reportera, el conviviente de la madre de Jimmy solía inyectarle pequeñas dosis de heroína a fin de calmar sus llantos. Pronto el niño crecería y se convertiría en un adicto antes de cumplir los nueve años. El reportaje había sido portada en el Post y venía siendo seguido por todo el pueblo estadounidense. Luego el público pidió referencias de Jimmy. Y Cooke se vio obligada a aceptar que toda la historia de Jimmy y la heroína había sido inventada por ella, a raíz de las presiones de sus editores para que consiga una nota de impacto. La decepción del público norteamericano fue un traumática. Y la credibilidad del Washington Post se fue por los suelos. Días después, la reportera fue corrida del diario y, por supuesto, despojada de su Pulitzer.


Culpable. J. Blair, el peor error del New York Times. Inventó y copió más de 100 notas.

Algo similar ocurrió en The New York Times recientemente. En 2003, el corresponsal Jayson Blair fue acusado de escribir artículos falsos e inventar notas periodísticas. El periódico hizo una prolija investigación y se dio con la sorpresa de que Blair había inventado 36 artículos y otros 70 eran una suma de plagios y mentiras. Los editores de The New York Times no encontraron otra salida que presentar sus renuncias apenas el escándalo saltó a las primeras planas de los tabloides. Las críticas cayeron, una tras otra, sobre el diario más importante del planeta y, una vez más, la tan mentada credibilidad se estrelló contra el suelo.

Sucedió aquí

En nuestro medio el caso de Fernando Iwasaki fue uno de los más sonados. En mayo de 1989, el entonces novel intelectual Fernando Iwasaki Cauti tuvo que confesar que el artículo que apareció firmado con su nombre en el diario Expreso unos días antes, era un plagio de una texto escrito por el filósofo irlandés Eric Robertson Dodds. El plagio descubierto afectó tanto su carrera –hasta ese momento promisoria– que a Iwasaki no le quedó otro camino que dejar el país y empezar de cero en España.

Otro caso que tuvo impacto en los medios fue la acusación de plagio que hiciera la historiadora María Rostworowski. Según ella, Álvaro Vargas Llosa había plagiado varios de sus ensayos sobre Francisca Pizarro, la hija del conquistador, para la elaboración del libro La mestiza de Pizarro. En un principio Álvaro Vargas Llosa negó el plagio y hasta don Mario, su padre, salió a defenderlo, minimizando la acusación. Lejos de amilanarse, Rostworowski se cargó de tanta indignación que preguntada sobre si iba a demandar al impopular Alvarito dijo que no, que bastaba con "mandarlo a la mierda". Poco después el plagiario le envió un ramo de rosas con una disculpa.

Descubiertos o no, los plagiadores pululan por medios artísticos y periodísticos. En la conciencia de cada uno es donde finalmente quedará la verdad, esa palabrita que causa tantos dolores de cabeza, pero que para algunos no representa mucho que digamos. Basta con leer una columna de Alonso Cueto, publicada en Perú 21 el 18 de abril del 2005 en la cual recuerda detalles de un congreso dedicado a la obra de Bryce. Cueto hace referencia a los comentarios de Bryce sobre el plagio. "Bryce se preguntaba qué es, en el arte, un plagio y qué es original" y agrega, ya a título personal y entre paréntesis: "Todo artista, en cierto modo, plagia e imita el arte anterior al suyo". Con razón no se hacía problema en colocarle su nombre a los escritos ajenos.

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Ver: http://www.larepublica.com.pe/content/view/151382/

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