Sobre el próximo Congreso
Por Martín Tanaka
La República, Lima, domingo, 23/01/2011
La semana que pasó se realizaron las elecciones internas para definir los candidatos al Congreso de la República 2011-2016, que han dado lugar a justificados temores por su calidad.
Pienso que hay algo crítico que no ha sido comentado hasta el momento: en realidad, los congresistas representan, primero, al programa de la lista partidaria, y en segundo lugar, a un departamento. Los electores debemos exigir a los candidatos la presentación de una propuesta de agenda parlamentaria y, dentro de ella las propuestas que defenderán como representantes de un departamento, en vez de preguntarles qué piensan hacer individualmente. No se trata de una empresa personal, y esa confusión es consecuencia directa de los efectos que crea el voto preferencial. Se estimula a que cada quien busque diferenciarse dentro de su lista, en vez de identificarse con ella. Y después nos quejamos del transfuguismo.
De otro lado, es indudable que existe un problema con la oferta política. Creo que en general todos los grupos han presentado listas relativamente coherentes y expresivas de lo que son como colectividad política: decir esto es positivo solo para el caso de Perú Posible, Gana Perú y la Alianza para el Gran Cambio, me parece necesario. Expresan la consistencia mínima de grupos ya sea con experiencia de gobierno y algunos méritos que exhibir, o de alguna propuesta definida de política.
Por el contrario, la lista de Fuerza 2011 expresa un movimiento construido sobre antiguas redes y lealtades personalistas, en el que no es posible trazar una línea clara de distinción con viejas prácticas corruptas. Solidaridad Nacional expresa bien la ausencia de ideas e identidad, y revela que lo único que lo une es la locomotora personalísima de su líder. Esta será la lista más indisciplinada y que más rápidamente se fraccione de llegar al Parlamento. Finalmente, de la candidatura aprista hay poco que decir, víctima de sus pugnas internas. La pregunta aquí es si el instinto de sobrevivencia alcanzará para poder sacar adelante la lista parlamentaria.
Finalmente, hay un tema que nos remite a los electores. Se ha criticado a las listas presentadas su frivolización, pero no hay que olvidar que los congresistas llegan a sus escaños con los votos del pueblo. Es responsabilidad de cada quien, según sus preferencias, llevar al Congreso a los mejores de sus listas. De entre los grupos que a mi juicio han presentado listas más consistentes, ojalá fueran elegidos, de los que postulan en Lima, Henry Pease, Juan Sheput o Ronald Gamarra; Nicolás Lynch, Félix Jiménez o Jaime Delgado; Marisol Pérez, Luis Iberico o Güido Lombardi, entre muchos otros. Buenos candidatos hay: capaces al mismo tiempo de defender sus propias posiciones, y de buscar los consensos necesarios con las ajenas. Es cuestión de nosotros, como electores.
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Tomado de: http://www.larepublica.pe/23-01-2011/sobre-el-proximo-congreso
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La calidad del Congreso
Por Antonio Zapata
La República, Lima, miércoles, 26/01/2011
La constante caída de calidad del Congreso obedece a varias causas, pero sobre todo a una poco reconocida: el sistema del voto preferencial. A primera vista no parece negativo. Por el contrario, aparentemente es muy democrático, puesto que le quita a las cúpulas partidarias la decisión sobre quién entra al Congreso y le traslada ese derecho al elector, que puede reordenar la lista entregada por los partidos. Así, los partidos ofrecen una baraja de candidatos y el ciudadano elige el orden de ingreso al Parlamento. Dicho de este modo, parece una conquista democrática, pero en realidad ha generado enormes problemas.
En primer lugar, introduce la competencia al interior de los partidos, cuando deberían enfrentar unidos la contienda electoral. En efecto, hoy en día podemos observar gruesos problemas en todos los partidos y eso que recién están seleccionando sus candidatos al Congreso. Mañana, cuando la lista esté inscrita, cada candidato a parlamentario encontrará sus rivales dentro de su propio partido. Son aquellos con quienes competirá por el preferencial. Como consecuencia, al interior de los partidos prima el conflicto y en ninguno impera un clima fraterno. En este sentido, el voto preferencial agudiza las contradicciones y acaba deshaciendo las lealtades internas. El partido se vuelve arena de las más pequeñas y grandes mezquindades. Por ello, estamos ante una democracia frágil sin partidos.
A continuación, facilita el transfuguismo, al conferirle un carácter individual al representante. Como han sido elegidos en tanto personas, gracias a sus propios votos preferenciales, los congresistas se sienten por encima de su bancada. Además, para repetir el plato, algo a lo que todos aspiran, tienen que seguir actuando en primera persona, puesto que solo la fama personal los lleva a la palestra. De este modo, todo congresista es una estrella solitaria e individualista. No representa un grupo ni una ideología, tampoco un compromiso definido con sus electores. Por el contrario, a consecuencia de su sistema de elección, los parlamentarios son figuretis, listos para cambiar de camiseta si la ocasión contribuye a su beneficio.
En tercer lugar, el preferencial impide que algunos buenos candidatos sean elegidos. Anteriormente, el partido podía colocar en buenos puestos a ciertas figuras, políticos o intelectuales, que no necesariamente eran carismáticos ni supersimpáticos. Individuos serios que levantaban el nivel del debate congresal gracias a sus capacidades, pero que no hubieran podido bailar al ritmo del “Chino” ni hacer chistes en los programas cómicos de TV. Así, nuestro sistema actual de elección propende a la candidatura de vedettes y deportistas, porque son personas conocidas por el gran público, útiles para arrastrar votos. El preferencial es un selector al revés, facilita que los expertos en mil oficios accedan a los puestos políticos.
Otro tema es la corrupción. En efecto, no es el partido el que sustenta la campaña al Congreso, sino cada candidato por separado realiza la suya. Entonces, para ganar, el candidato debe invertir como persona individual. O tiene su dinero y lo toma como una inversión que luego dará su ganancia, o solicita apoyo a otros, a quienes –de ser electo– tendrá que retribuir con favores políticos.
En ambas situaciones, el preferencial alienta el mal manejo de los representantes. Provoca la aparición de los “comepollo” y “robaluz”.
Poco se dice pero los procedimientos definen la sustancia de las cosas. En este caso, el mecanismo a través del cual el voto ciudadano se transforma en escaños, acaba definiendo la calidad del Congreso. Si queremos mejorar el nivel del Parlamento, primero debemos eliminar el voto preferencial, fortaleciendo el sistema de partidos.
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Tomado de: http://www.larepublica.pe/26-01-2011/la-calidad-del-congreso
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Representación y calidad
Por Sinesio López Jiménez
La República, Lima, viernes, 21/01/2011
¿Será mejor el próximo Congreso que el actual? ¿Será más representativo? ¿De qué depende la calidad del Congreso? ¿De qué depende su nivel de representatividad? La historia ha demostrado que el sufragio universal y la democracia hacen más representativos a los Congresos, pero disminuyen su calidad. La democracia, como sostuvo Montesquieu, nos hace mediocres pero felices. Los Congresos mesocráticos y elitistas han sido, de lejos, mejores que los Congresos populares. ¿Es inevitable el choque entre la calidad y la representatividad de los Congresos? Mi hipótesis es que ese choque es inevitable porque expresa la contradicción entre la democracia política y las clases sociales y entre la política y la economía en el mundo moderno.
¿Y la igualdad política no elimina la desigualdad económica y social? Podría atenuarla en ciertos casos, pero no la elimina. En algunos países de AL, por el contrario, la desigualdad económica ha crecido bajo el techo de las democracias. El caso chileno es paradigmático al respecto. La igualdad política (cuando es producto de un sistema político fuertemente autónomo) hace iguales a los votos de los desiguales económicamente y a sus representantes, pero no elimina la desigualdad económica ni mejora la calidad representativa. ¿Qué se puede hacer entonces con la contradicción entre la calidad y la representatividad de los Parlamentos? Es necesario transformar la contradicción en tensión. ¿Cómo? Elevando la calidad de los ciudadanos y reduciendo drásticamente la desigualdad económica y social.
¿Existen otra maneras de atenuar esa contradicción? En Occidente se han inventado dos instituciones para acercar la calidad y la representatividad. La primera es el Parlamento mismo que, gracias a sus funciones clásicas –espacio de representación, institución legislativa, foro público, centro de fiscalización, aprobación del presupuesto, lugar de formación de las élites políticas– ayuda a reducir las diferencias de calidad de los representantes de las diversas bancadas. Eso requiere fortalecer los Congresos frente a los Ejecutivos y reivindicar enérgicamente sus funciones clásicas. Eso pasa también por permitir y favorecer la reelección de los mejores parlamentarios. En algunos países de AL se ha suprimido la prohibición de la reelección parlamentaria. La segunda es la formación de los sistemas de partidos. Estos, incluidos los partidos de masas, constituyen las élites de las diferentes clases sociales que representan y dirigen y en esa medida tienden a mejorar la calidad de la representación.
¿Qué sucede cuando los Parlamentos se devalúan y los partidos colapsan como es nuestro caso y el de otros países de AL? En esos casos, la contradicción entre representatividad y calidad de los representantes reaparece con fuerza. Eso es lo que hemos visto en el Perú en estas dos últimas décadas. Para comenzar a salir de esta lamentable situación sería deseable (en el caso peruano) que el porcentaje de los invitados a participar en las listas parlamentarias, cuya designación está en manos de los dirigentes, sea ocupado por personas políticamente calificadas o por gente nueva que constituya una promesa política. Algunos dirigentes no aprovechan desgraciadamente esta prerrogativa para mejorar la calidad de la representación.
Ellos creen erróneamente que, colocando a la cabeza de la lista a gentes del deporte o de la farándula, van a arrastrar más votos. Olvidan que, como caudillos, ellos mismos son ríos caudalosos que arrastran muchas piedras como representantes. Son verdaderas canteras políticas. Creo, sin embargo, que la experiencia enseña y que los representantes del próximo Congreso serán mejores. Eso se puede ver ya en algunas listas. En el caso del nacionalismo, por ejemplo, personas con una trayectoria parlamentaria brillante como Daniel Abugattás, Javier Diez Canseco, Manuel Dammert y gente nueva muy calificada que promete mucho como Nicolás Lynch, Alberto Adrianzén, Félix Jiménez, Rosa Mavila y otros que van a mejorar notablemente la calidad del Congreso si son elegidos.
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Tomado de: http://www.larepublica.pe/21-01-2011/representacion-y-calidad
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Ocaso de los políticos profesionales
Por Alberto Adrianzén
La República, Lima, sábado, 22/01/2011
Es probable que estas elecciones pasen a la historia por ser, acaso, la coronación de la política entendida como un ejercicio mediático. Dicho en otras palabras como un espectáculo. Basta ver la “fiesta naranja” y a Keiko Fujimori bailando encima de un gran televisor de cartón como escenografía y símbolo; o a quienes encabezan algunas listas parlamentarias o son candidatos para constatar, finalmente, que la política ya no está asociada a los políticos y sí más bien a aquellas personas que ejercen actividades por fuera de la propia política. El lema de estas elecciones bien puede ser la canción del Grupo 5: “Para político no”.
Es cierto que partidos y políticos han contribuido entusiastamente para que ello ocurra. Algunos partidos son verdaderas fábricas de reciclaje político y de subasta de puestos al Congreso. Un buen número de parlamentarios son conocidos por sus apodos: “comepollo”, “robaluz”, “mataperros”. A ello se suma la crisis abierta del APRA y del PPC . No es extraño en este contexto que muchos candidatos al Parlamento lo primero que digan cuando son entrevistados es que “no son políticos” y que por ser tales, curiosamente, pueden hacer “política”. No estamos frente a una selección de candidatos para el Congreso sino más bien frente a un casting para un reality show.
La mayoría de partidos ha optado por llevar en sus listas a pastores evangélicos, deportistas, cantantes, vedettes, actores, conductores de programas de TV, y probablemente serán ellos y no los políticos los que ocupen los espacios más llamativos en los medios de comunicación y en el futuro Congreso.
La pregunta que habría que hacer es en qué momento la política dejó de ser una profesión de los políticos para convertirse en una actividad que puede ser ejercida no solo al margen sino hasta incluso de manera contraria a lo que es su propia especificidad. Es decir, cuándo la política dejó de ser un saber y un oficio especializado. Es cierto que detrás de este hecho hay un elemento democratizador. La idea de que cualquier ciudadano pueda ser político y hacer política contiene un elemento igualitario. Eso ocurre cuando asistimos a un cambio de la elite política; es decir, cuando un grupo en el poder es reemplazado por otro que muchas veces es de signo contrario y que no ha sido parte de las estructuras de dominación. Eso sucede en Bolivia, más allá del juicio de valor que se tenga sobre dicho proceso.
Sin embargo, la otra pregunta es qué sucede cuando ese cambio no se fundamenta en una legitimidad política ni en una reforma del orden político, y cuando aquellos que reemplazan a los “viejos políticos” justifican su nueva ubicación afirmando que no son políticos.
Cuando eso ocurre, sospecho, la política y la democracia no solo se convierten en un simulacro sino que también –esto es lo más importante– el poder deja de estar en manos de aquellos que ejercen la política. Política y democracia son vaciados de contenido para convertirse en simple espectáculo y adorno. Por eso se recurre a personajes “conocidos” que “jalan” votos y no a los propios políticos. Los que gobiernan no son los políticos sino más bien otros.
No es extraño que este proceso de “espectacularización” (o mediatización) de la política venga acompañado al mismo tiempo de un proceso de “opacidad” de la democracia, de restricción de la participación política en temas fundamentales y de escándalos que legitiman la creencia de que los políticos son corruptos y la política es “sucia”. Pero es también la instalación de un círculo vicioso que conduce a un deterioro creciente de la calidad de la política y de la democracia. El “nuevo personal” no es capaz de reformar la política porque, curiosamente, se niega a hacer política. Es el viejo truco de hacernos creer que gobernamos cuando son otros (los poderes fácticos) los que nos gobiernan. Es, finalmente, el crepúsculo del deber, el fin de los políticos profesionales y de la política como virtud, y el inicio del show y del “gatopardismo”.
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Tomado de: http://www.larepublica.pe/22-01-2011/ocaso-de-los-politicos-profesionales
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Partidos de baja intensidad
Por Alberto Adrianzén
La República, Lima, sábado, 05/02/2011
En el país existe una regla política bastante curiosa: mientras más se desarrolla la democracia electoral, menos capacidad tienen los partidos para consolidarse institucionalmente y mucho menos para construir un sistema de partidos. Por ejemplo, no se ha podido reducir el número de partidos en estos diez años de democracia. Lo que viene sucediendo es el aumento de las organizaciones políticas con representación en el Congreso. Según las encuestas (el APRA está en veremos) serán cinco los partidos o frentes que logren pasar la valla electoral: Perú Posible, Solidaridad Nacional, Gana Perú (Partido Nacionalista Peruano), Alianza para el Gran Cambio y Fuerza 2011.
Sin embargo, con la sola excepción del PNP, las otras cuatro organizaciones son como las muñecas rusas (matrioska): no contienen un partido sino varios a su interior. De darse este resultado la cifra llegaría a quince partidos reconocidos legalmente. Perú Posible va en alianza con AP y SP. Solidaridad Nacional lleva como vagones a Cambio 90, UPP, Todos por el Perú y Siempre Unidos. La Alianza para el Gran el Cambio al PPC, al Partido Humanista, a Restauración Nacional y Alianza para el Progreso. Fuerza 2011 a Renovación Nacional. Si proyectamos este resultado, la composición del Congreso probablemente será más fragmentada de la que existe hoy; con agrupaciones que solo tienen el membrete de partido y cuyo objetivo principal, además de satisfacer vanidades, es servir a intereses personales o de grupo.
Y si a ello le sumamos las crisis de los dos partidos más antiguos en el país: el APRA y el PPC, resulta evidente que estamos tocando fondo. En este contexto la crisis del PPC, agravada por la actitud del líder de ese frente que ahora lo cobija, es bastante ilustrativa de lo que viene sucediendo en la mayoría de las organizaciones políticas y de cómo estas alianzas electorales en lugar de fortalecer a los partidos que las integran terminan por debilitarlos.
El caso de la congresista Alcorta es un buen ejemplo de ello. La “invitación” a uno de los militantes que perdió las elecciones internas en el PPC (Lourdes Alcorta) por el candidato presidencial (PPK) para que integre la lista congresal viola la institucionalidad del partido y establece un régimen de privilegio para algunos candidatos. Siempre se gana, incluso perdiendo, y eso no es bueno para la meritocracia al interior de los partidos.
Es cierto que se puede argumentar que Lourdes Alcorta, más allá de sus posiciones abiertamente derechistas y autoritarias, es una figura destacada del PPC en el actual Congreso. Juan Carlos Tafur ha dicho: “Lo que hizo el PPC con ella es una deslealtad sin nombre… PPK ejerciendo un derecho que le corresponde al candidato presidencial, tuvo el buen gesto de convocarla”. Sin embargo, si creemos en la institucionalidad de los partidos y en los partidos mismos como una pieza clave de la democracia, nada justifica este como otros hechos. Perder una elección no es una deslealtad, es un resultado, salvo que se pruebe que hubo fraude.
Lo que viene sucediendo es consecuencia no solo de la existencia del voto preferencial sino también de una democracia y de un proceso electoral cuyo rasgo principal es la espectacularidad. Importan más las figuras mediáticas y las caras bonitas que los militantes y los políticos. Es el reino del individualismo, de la vanidad, de la antipolítica, de los lobbies y de la política como negocio. No sería extraño que en el corto plazo terminemos por aceptar la idea de que los partidos son un estorbo para ganar una elección.
Por eso, lo que hoy campea en el mundo de la política es la fragmentación de la representación, la informalidad, el transfuguismo, una precaria institucionalidad en los partidos y el imperio, así se le puede llamar, de las personas y no de las instituciones. Lo que existe son “partidos” (y una democracia) de baja intensidad al servicio de unos pocos.
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Tomado de: http://www.larepublica.pe/05-02-2011/partidos-de-baja-intensidad
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Reglas de la política peruana
Por Alberto Adrianzén M.
La República, Lima, sábado, 05/03/2011
Hace unas semanas (5/2/11) señalé que en este país existe una regla política bastante curiosa: mientras más se desarrolla la democracia electoral, menos capacidad tienen los partidos para consolidarse institucionalmente y mucho menos para construir un sistema de partidos. Se supone que el desarrollo de la democracia electoral debería fortalecerlos tanto en el plano político (o identitario) como en el institucional.
La segunda regla que se puede enunciar es la siguiente: los partidos que gobiernan no ganan la siguiente elección, ya sea porque no presentan candidato presidencial o porque obtienen votaciones bajísimas. Eso pasó con Perú Posible en el 2006 que no presentó candidato presidencial y su lista congresal obtuvo una votación tan baja (4,1%) que casi pierde la legalidad. Esta vez le toca al APRA que tampoco presenta candidato presidencial. Sospecho que su lista congresal podría estar alrededor del 5%. Incluso podría perder su legalidad. Hay que mencionar también el caso de AP que en 1985 obtuvo apenas el 7,5% en las elecciones presidenciales, cuando en las elecciones de 1980 había logrado casi el 45% de los votos. Vamos a contracorriente de lo que ocurre hoy en América del Sur donde la reelección del partido en el gobierno (Brasil, Argentina, Uruguay, Ecuador, Bolivia, Colombia y Chile hasta el triunfo de la derecha en ese país) es, justamente, lo que destaca.
Hay sin embargo dos excepciones a esta regla: el APRA en 1990 que quedó tercero con una votación superior al 20% y el fujimorismo que logró ganar, luego de su victoria electoral en 1990, en dos oportunidades consecutivas (1995 y 2000). Sin embargo, los triunfos del fujimorismo no cuentan en este análisis ya que se lograron de manera fraudulenta.
Me parece que estas dos reglas nos dicen dos cosas: a) que importan más los caudillos que los partidos; b) que no existen hoy día ni identidad política ni lealtad electoral en los votantes. La última vez que fue más importante la lealtad electoral y la identidad política que el caudillo fue en las elecciones de 1990 con el APRA. Sus electores, luego del gigantesco desastre que fue el primer gobierno de Alan García, siguieron votando por ese partido.
Los responsables de esta nueva situación –que bien podrían explicar la alta y permanente volatilidad de los electores– son el fujimorismo, que destruyó lo poco que había de institucionalidad política; el caudillismo de Alan García que echó abajo al único partido con identidad política que quedaba, la permanente crisis de las izquierdas, la violencia política y la emergencia de partidos que podríamos definir como postsociales y postideológicos, es decir partidos “atrápalo todo” que no buscan ni construir una nueva identidad política ni tampoco una lealtad electoral, puesto que su principal vínculo con los electores no es la representación política de un sector social sino más bien la creación de clientelas y su objetivo es la captura del gobierno para fines “privados”.
Estos últimos serían Perú Posible, Solidaridad Nacional, Somos Perú, Alianza Para el Progreso y Fuerza 2011 que no pretenden reconstruir el tejido social destruido estas tres últimas décadas y menos crear una nueva institucionalidad política. Para que ello suceda –y así ayudar a la democracia– habría que construir un nuevo escenario electoral sobre la base de algún tipo de diferenciación (p.e. izquierda-derecha o pobres-ricos) para cambiar las reglas. El aumento en estos días de Ollanta Humala en las preferencias electorales, podría estar anunciando la formación de este nuevo escenario y el aviso de una ruptura de las actuales reglas.
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Tomado de: http://www.larepublica.pe/05-03-2011/reglas-de-la-politica-peruana
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Espacio virtual creado realmente por Nicanor Domínguez. Dedicado a la historia del Sur-Andino peruano-boliviano.
sábado, 5 de febrero de 2011
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