Por Rocío Silva Santisteban
La semana pasada Gonzalo Pajares, periodista de Perú21, entrevistó por fin a Alfredo Bryce Echenique, sobre el peliagudo tema de los artículos que firmó y sobre los cuales cae la negrísima sombra del plagio. Pajares estuvo realizando una pormenorizada investigación sobre el tema, precisamente porque admira las obras de Bryce, y llegó a la conclusión de que había plagiado 22 artículos de periódicos como La Vanguardia o El Comercio. En la misma entrevista el periodista confirma que el Indecopi multó a Bryce por el plagio de 16 artículos con la suma de 77, 500 soles. Nuestro escritor sostiene que no ha plagiado a nadie, y que en todo caso “todo plagio es un homenaje”. Finalmente la entrevista se cierra con estas palabras durísimas del periodista: “Le confieso, señor Bryce, que lo admiro como escritor, que lo quiero como amigo; pero hoy lo respeto menos”.
No voy a referirme en este artículo a los problemas éticos de Alfredo Bryce Echenique. No soy quién. La verdad que podría suscribir las palabras finales de Gonzalo Pajares: una sombra se ha cernido sobre uno de nuestros escritores más queridos y a sus lectores, a quienes aprendimos prácticamente a leer con Un mundo para Julius o con “El descubrimiento de América”, esta entrevista nos choca. Nos estremece. Nos manda una descarga de frío letal desde la coronilla y por toda la espina dorsal. No se trata de que esté descubriendo algo nuevo: sus palabras prácticamente son las mismas de sendas entrevistas anteriores (Caretas, por ejemplo). El problema es precisamente que no reconoce los plagios. La gran complicación es que repite un discurso de político criollo: el corazón de este nudo en la garganta del lector se centra en que Alfredo Bryce mantiene una actitud de mendacidad ante las pruebas, ante el investigador de las mismas, y ante la opinión pública.
Hace muchos años como para recordarlos, otro escritor peruano, Fernando Iwasaki, fue acusado de plagiar en uno de sus artículos de Expreso un fragmento de un texto publicado por E.R Doods. El tema no hubiera pasado a mayores (léase, más allá de las fronteras del Fundo Pando) si no lo hubiera entrevistado César Hildebrandt un domingo por la noche en el programa que conducía en Canal 4. ¿Qué hizo Iwasaki? Admitió el plagio. En ese entonces era un joven escritor, con muchos admiradores y enemigos, pues había publicado El Perú como entelequia y era calificado como uno de los “jóvenes turcos”. Todos a una hicieron leña del árbol caído. Iwasaki no fue cínico, no mintió hasta creerse esas verdades a medias, no dijo que había “homenajeado” a E.R. Doods, por el contrario, salió a la televisión nacional un domingo por la noche, con el tope de televisores prendidos, y admitió con vergüenza que él había cometido ese error. Después se fue del Perú hacia Sevilla con su hermosa esposa andaluza, a estudiar un postgrado, y por esas cosas del Destino o, como decía mi abuela, “no hay mal que por bien no venga”, hoy es finalmente respetado, reconocido en España pero también en el Perú, como un escritor fino, de calidad, que puede hilar historias sobre las Inquisiciones Peruanas (que él padeció, dicho sea de paso) o El Derby de los penúltimos.
Dos maneras de enfrentar el mismo problema. Ahora, ¿eso implica que Fernando Iwasaki es mejor escritor que Alfredo Bryce? En primer lugar son incomparables; en segundo lugar, aún cuando Alfredo Bryce sea un asesino en serie o un terrorista kamikaze, eso no significa, como tampoco significó en los casos de Ezra Pound o Mishima, que Un mundo para Julius no sea una novela espléndida e intensa. Bryce, plagiario o no, es uno de los mejores escritores latinoamericanos del post-boom. Y eso nadie se lo quita.
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Tomado de: http://www.larepublica.pe/kolumna-okupa/18/04/2010/bryce-e-iwasaki?t=1271534354#comment-204367
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