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sábado, 6 de febrero de 2010
John Elliott - Entrevista (2010)
EFE - Madrid - 05/02/2010
John Elliott, el hispanista inglés más renombrado del mundo, cree que el sentimiento de excepcionalidad que España arrastra desde el siglo XVII la hace "demasiado autocrítica", cuando su historia "tuvo éxitos y fracasos" y ha de "ser integrada, incluyendo a las Indias, en un contexto más amplio del mundo occidental".
España, Europa y el mundo de ultramar 1500-1800 (Taurus [2010]) título de su nuevo libro, sobre el que habló hoy con Efe, continúa el estudio que inició con España y su mundo, 1500-1700 [1990], sobre dos siglos críticos en los que la historia de Europa se vio ensombrecida por el poder español, tratando de equilibrar la balanza.
"Dejar borrosas las diferencias puede distorsionar tanto la historia como exagerarla; identificar diferencias es tan importante como descubrir semejanzas", recalca el hoy catedrático emérito de la Universidad de Oxford, de 79 años.
Elliott cree que "el péndulo de la actual historiografía española se vuelca hoy excesivamente en equiparar toda la historia española con la europea, cuando hay diferencias importantes a destacar por las profundas consecuencias que tuvieron".
"La España del XVI fue única entre los estados de Europa en tener dentro de sus fronteras una minoría étnica, en su mayor parte sin asimilar -señala-, que a pesar de su conversión nominal al cristianismo, continuaba aferrada a su fe y costumbres islámicas tradicionales".
Y fue única en poseer un imperio poblado por millones de indígenas con sus sistemas de creencias y formas de organización, cuyo oro y plata fue codiciado por los europeos, pero a menudo convertido en escoria, a ojos de los mismos españoles".
Elliott rechaza que no se haya tenido en cuenta el mérito español de haber integrado tres razas y religiones, debido a una influencia ejercida por las críticas puristas de los europeos en el XVI, que hizo que los españoles "se desesperaban crecientemente en buscar una uniformidad que terminó por dañar al país".
"Escapar a esa mentalidad lleva su tiempo, pues siempre surgen más problemas", reconoce hoy el Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales, que en Imperios del mundo Atlántico [2006] examinó y comparó las colonizaciones inglesa y española.
En su opinión, la forma en que se vivieron las pérdidas del siglo XVII por la añoranza del imperio y el sentimiento de fracaso "pueden estar aún latiendo en las mentes de los españoles, cuya percepción de su propia diferencia creció como un exceso de autocrítica que no se ha superado.
La integración de los moriscos -cuya interesante complejidad está mostrando la historiografía contemporánea- es una de esas diferencias que el historiador reclama por no haber sido tenidas en cuenta.
Elliott reconoce ser "un poco filósofo" cuando plasma y organiza sus conocimientos, fruto de la original e innovadora mirada de quien fue durante años catedrático en Princeton (EEUU). Los artículos, ensayos y conferencias que ordena este libro fueron escritos a partir de 1990 cuando regresó a Inglaterra y algunos son inéditos.
España, Europa y el mundo de ultramar 1500-1800 se divide en tres partes. En la primera, "Europa", el autor incluye a España como conjunto de pueblos e identidades y no solo de Castilla; y luego, en "Un mundo de ultramar", sigue comparando la colonización de españoles e ingleses.
Analiza la distribución y legitimación del territorio americano por las potencias europeas, la visión positivo-negativa que tenía España de sus territorios ultramarinos y las relaciones entre europeos y nativos americanos.
Asimismo, se centra en la progresiva diferenciación entre las sociedades metropolitanas y coloniales y las emancipaciones y estructuraciones políticas que tuvieron lugar en la América británica y la española.
El libro acaba con un panorama de las relaciones entre el mundo del arte y el poder político en el que estudia la sociedad cortesana después de haber seguido el fascinante recorrido vital de El Greco por el Mediterráneo oriental en el que confluyeron el Imperio Otomano, el mundo cristiano de Bizancio y el de tradición cristiana latina.
El hispanista cierra su panorama con el capítulo "Apariencia y realidad en la España de Velázquez", pintor por el que reconoce se aficionó tanto a la historia de España, desde que en 1950 vio en el Museo del Prado el retrato del conde duque de Olivares.
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Tomado de: http://www.publico.es/agencias/efe/292088/espanoles/demasiado/autocriticos/dice/hispanista/ingles/elliott
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John Elliott - Reflexiones (2010)
Hacia una historia de ida y vuelta
El eminente hispanista John H. Elliott defiende una investigación libre de prejuicios nacionalistas para contar la colonización y la independencia de América.
TEREIXA CONSTENLA
El Pais, Madrid - 06/02/2010
A ciertos ingleses se debe la leyenda negra de España. Y a ciertos ingleses, como el historiador John H. Elliott (Reading, Inglaterra, 1930), se deben grandes esfuerzos por erradicarla. A Elliott le desagradan los estereotipos. Lleva toda una vida combatiéndolos. Se diría que empezó el día que decidió sumergirse en la investigación de la historia de España, el Estado que durante la edad moderna había sido el gran rival político de Inglaterra. Ambos son ejemplos de "monarquías compuestas", que analiza en su último libro España, Europa y el mundo de ultramar (1500-1800) [2010], publicado por Taurus, en el que, entre otras claves, cuenta que los rivales se copiaban métodos y prácticas cuando les convenía, incluidas drásticas limpiezas étnicas. "Aprender del enemigo se convirtió en un rasgo de la vida internacional", escribe.
Elliott era un veinteañero cuando descubrió España, después de dedicar seis semanas de las vacaciones de verano a recorrer junto a otros estudiantes de Cambridge la Península Ibérica. Le fascinaron las posibilidades historiográficas de un país que guardaba un filón en adormecidos archivos. En esa mina documental rescató material para reconstruir la historia de los siglos XVI y XVII, que luego vertió en libros como La rebelión de los catalanes [1977], El mundo de los validos [editado con Laurence Brockliss, 1999], El conde-duque de Olivares [1990] o España y su mundo [1990]. Una historia sin leyendas negras ni resonancias imperiales. Sin estereotipos. Y sin fragmentaciones.
Elliott es ahora un investigador laureado por los antiguos imperios. Sir inglés y premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales. Y sigue defendiendo la investigación libre de prejuicios. Algo que todavía echa en falta en la historia atlántica. Un relato blanco o negro, según la orilla de quien cuente. "Los españoles deben integrar la historia de América Latina dentro de la historia del mundo hispánico y reconocer la complejidad de los movimientos de independencia", sostiene. De igual modo, la historiografía americana tendrá que aligerarse de carga nacionalista: "Había criollos que querían seguir bajo la monarquía, todos bajo el mismo rey, y ha sido difícil para los americanos aceptar esto". "Cuando se está formando una nueva nación, se escribe una historia nacionalista". Gráficamente lo resume: "Hernán Cortés se merece su estatua en México junto a la de Cuauhtémoc".
Dos siglos después de la cascada de independencias que derrumbó el imperio español, Elliott cree que podría comenzar a narrarse "una historia más común de la que ha habido hasta ahora". Cita a los mexicanos porque están comenzando a revisar la historia "indigenista" que caracterizó los años de la revolución, aunque, en contrapartida, presume que la historiografía boliviana tal vez acentúe la visión indigenista. "Pero los prejuicios sobreviven sobre todo en los emigrantes que llegan a Estados Unidos con ese sentimiento antiespañol que queda fosilizado, como ha ocurrido con los irlandeses respecto a Inglaterra". Una semejanza entre antiguos rivales de las muchas que Elliott ha realzado en sus trabajos de historia comparada. "La constatación de que en muchos aspectos España no era tan diferente de otros Estados europeos como se suponía tradicionalmente ha contribuido a devolverla a la corriente principal de la historia", escribe en su nueva obra, donde también evidencia una paradoja. España dominó la política, el comercio y los mares, pero nunca ejerció una hegemonía cultural como Francia o Italia. Elliott lo achaca en parte al "peso del Renacimiento", aunque señala otras influencias culturales españolas que prosperaron, como el Quijote o el traje negro de Felipe II, de moda en el siglo XVI.
Los ensayos se cierran con un repaso a las relaciones entre artistas y el poder político. Porque algo más deslumbró a Elliott en aquel viaje estudiantil de 1950: Velázquez y el Museo del Prado. "Me di cuenta de que el arte y la cultura eran parte integral de la historia", señala.
Y con la excusa de Velázquez desgrana aspectos de la corte madrileña de Felipe IV, en la que el pintor fue designado "aposentador" y encargado de la limpieza y decoración interior del palacio, "una tarea que llevaba aparejado un amplio abanico de obligaciones y oportunidades". Y llaves. En el bolsillo de Velázquez se conservaba la llave que abría todos los aposentos reales. "No hubo ninguna puerta cerrada para Velázquez en el Alcázar de Madrid".
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El falso Velázquez
Velázquez fue un artista indiscutible. Y tal vez algo fullero. "Existen claros indicios de que Velázquez pudo haber falsificado la identidad de su abuela materna al solicitar la admisión en la orden y de que los testigos que dieron fe de la nobleza de sus antepasados portugueses mintieron", cuenta Elliott. El pintor, propuesto por el rey para ingresar en la orden de Santiago, argumentó que era de noble ascendencia -de la línea de Silvas, que se remontaba a Eneas Silvio- y que jamás había cobrado por sus obras. Las indagaciones tumbaron sus propósitos sobre su supuesto linaje "con un golpe humillante para su reputación" y se rechazó su candidatura. El artista necesitó una dispensa papal concedida a petición del rey para que la orden finalmente le admitiese el 28 de noviembre de 1659, poco antes de morir.
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Tomado de: http://www.elpais.com/articulo/cultura/historia/ida/vuelta/elpepicul/20100206elpepicul_1/Tes
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John Elliott - Imperios Atlánticos (2006) - I
ANDREA AGUILAR
El Pais, Madrid - 17/05/2006
John Elliott (Reading, Reino Unido, 1930) analizó ayer en la Real Academia de la Historia, en Madrid, la crisis que la guerra de los Siete Años, en el siglo XVIII, desató al norte y al sur del continente americano. Este conflicto bélico encendió la chispa de los movimientos independentistas frente a los poderes imperiales.
El profesor emérito de la Universidad de Oxford -premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales y uno de los hispanistas fundamentales de la historiografía contemporánea- se centró en uno de los aspectos que aborda en su nuevo libro, Imperios del mundo atlántico. España y Gran Bretaña en América, 1492- 1830, cuya publicación anunció para el próximo otoño [2006]. Elliott apuntó ayer cómo a pesar de las tensiones entre el Gobierno imperial y las sociedades emergentes que desde un principio se dieron en el Nuevo Mundo, fue la guerra entre las dos potencias coloniales lo que propició la rebelión de las Américas. "La guerra de 1756 a 1783 fue la razón esencial de la crisis colonial de ambos imperios. España consiguió contener la crisis durante los siguientes 30 años", afirmó el historiador.
El autor de El conde duque de Olivares [1990] achacó a una "cierta flexibilidad" del régimen español el motivo de la contención del movimiento independentista en las colonias. Gracias a ello, aseguró, se pudo mantener "la lealtad al rey y a la patria". "A mi modo de ver, en los dos imperios la independencia fue resultado de la ley de consecuencias no buscadas".
Inmigrantes
La principal diferencia que John Elliott observa en la trayectoria de los dos imperios al otro lado del Atlántico se encuentra en "la presencia de densas poblaciones indígenas y de yacimientos de plata". Estas circunstancias determinan, según el historiador, las distintas trayectorias imperiales. Entre las similitudes, Elliott destaca la inmigración, es decir, la fundación de poblaciones europeas españolas y británicas en el mundo americano que van poco a poco adaptándose a las condiciones del nuevo continente. "Quieren ser lo mismo pero van cambiando. Aquello fue el principio de la globalización".
Esta conferencia se enmarca dentro del ciclo La Ilustración española y la independencia de Estados Unidos. Benjamin Franklin, patrocinado por la Fundación Consejo de España-Estados Unidos y la Fundación Rafael Pino. David Weber, Felipe Fernández-Armesto, Gonzalo Anes y Thomas E. Chávez pronunciarán a lo largo de esta semana el resto de las conferencias de este ciclo, analizando, entre otros aspectos, las políticas innovadoras de España en América del Norte a finales del XVIII o el papel de Benjamin Franklin en la época de las luces. Todas las conferencias se celebran en la Real Academia de la Historia de Madrid.
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Tomado de: http://www.elpais.com/articulo/cultura/John/Elliott/compara/aventura/atlantica/Espana/Gran/Bretana/elpepicul/20060517elpepicul_3/Tes
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John Elliott - Entrevista (2006)
ENTREVISTA: John H. Elliott
"El pluralismo religioso favoreció a los ingleses en América"
JOSÉ ANDRÉS ROJO
El Pais, Madrid, 02/12/2006
Encuadrado entre los grandes hispanistas de las últimas décadas, John H. Elliott aborda en Imperios del mundo atlántico. España y Gran Bretaña en América (1492-1830) [2006] un estudio comparativo de la presencia de las dos potencias europeas en el Nuevo Mundo. A partir de semejanzas y diferencias, el historiador traza un amplio y documentado retrato de estos colonialismos.
"Un perspicaz notario extremeño, convertido en colonizador y aventurero, y un antiguo corsario manco de Limehouse, en el condado inglés de Middlesex. Ochenta y siete años separan ambas expediciones, dirigidas respectivamente por Hernán Cortés y el capitán Christopher Newport, que pusieron los cimientos de los imperios de España y Gran Bretaña en el continente americano".
Con estas palabras empieza el último libro de John H. Elliott (Reading, 1930), uno de los grandes hispanistas y profundo conocedor de la España que dominó gran parte del mundo y luego se precipitó en una larga decadencia. "La idea de comparar el desarrollo de dos grandes imperios a lo largo de tres siglos permite abordar desde una nueva óptica lo que ocurrió entonces viendo las semejanzas y las diferencias entre uno y otro en aspectos tan distintos como la conquista, la colonización, el tratamiento de las poblaciones indígenas, el tipo de sociedad, los procesos de independencia", comenta a propósito de Imperios del mundo atlántico. España y Gran Bretaña en América (1492-1830), que acaba de publicar Taurus. "El gran problema surge cuando se analiza el pasado con la mirada del siglo XXI. Un estudio sistemático que atienda al desarrollo paralelo de los dos grandes imperios permite comprender mejor el contexto y conocer por qué las cosas sucedieron como sucedieron".
PREGUNTA. ¿Cuál fue el elemento esencial que presidió ambas aventuras?
RESPUESTA. La religión. Pero ahí empiezan las diferencias. La expedición de Newport tiene lugar más de 80 años después que la de Cortés, y durante ese tiempo en Europa se ha consolidado la Reforma protestante. Los ingleses leen directamente la Biblia y surgen diferentes corrientes, con lo que trasladan a América un pluralismo religioso que no se da en el ámbito hispánico, donde no existe un pensamiento monolítico pero en el que se impone la Iglesia de forma rotunda. Un dato: en 1700 hay ya 20 obispos en la América hispánica; en la inglesa, al primero se lo nombra después de la independencia.
P. ¿Qué otros efectos produjo ese pluralismo religioso?
R. Gracias a la Reforma se consolidó en Europa el Parlamento inglés. Y eso tiene su traslación a América: los colonos forman muy pronto (en Virginia, en 1619, por ejemplo) asambleas representativas donde dirimir sus diferencias. Los Reyes Católicos, en cambio, no quieren exportar las Cortes al Nuevo Mundo. La conquista de México coincidió con la rebelión de los comuneros y querían evitar que las instituciones representativas se hicieran fuertes allí. Buscaron otras formas, como los cabildos municipales, que ejercieron el poder político de manera mucho más autoritaria.
P. ¿Qué importancia tuvo que el reto de colonizar América fuera en el caso español subvencionado por la monarquía y en el caso inglés por empresas particulares?
R. Era forzoso que los ingleses pudieran satisfacer las exigencias de los accionistas. De ahí la búsqueda frenética de recursos naturales, pero no encontraron ni oro ni plata. Sólo más adelante se sirvieron de las plantaciones de tabaco. La iniciativa privada existió también en el caso español: la colonización de Venezuela fue costeada por empresarios privados, pero fracasó. Lo que de verdad marca la diferencia es el intervencionismo constante de la Corona en la América española. Debía ocuparse de la explotación de las minas, de su vigilancia, del transporte. Las minas de plata de Zacatecas y Potosí generaron tal riqueza que toda la economía española giró alrededor de la plata.
P. ¿Qué momentos fueron decisivos en la historia de América durante esos tres siglos?
R. La guerra de los Siete Años (1756-1763) fue muy importante, y en ella Gran Bretaña derrotó a Francia y destruyó su imperio en América del Norte. Para que la aventura colonial no resultara tan gravosa, la metrópoli intentó que se subvencionara en la propia colonia con los impuestos. También éstos subieron en la zona española con la llegada de Carlos III al poder. Entre 1773 y 1783 se desencadenó la gran rebelión en la América inglesa. Al mismo tiempo (1780-1781) se produjeron las revueltas de Tupac Amaru y Nueva Granada.
P. Una triunfa y las otras fracasan, ¿por qué?
R. En Estados Unidos la rebelión de los colonos frente a Gran Bretaña cuenta con la colaboración de franceses y españoles. Las de Tupac Amaru y Nueva Granada son gestos aislados, sin apoyos de ningún tipo. La cuestión racial también es importante. En ambas revueltas el fuerte componente indigenista asusta a los criollos, que terminan por considerar un mal menor seguir dependiendo de la Corona española que hacer frente a las reivindicaciones indígenas que se les pueden ir de las manos.
P. ¿Cómo surge la necesidad en América de defender una identidad propia frente a Europa?
R. Para diferenciarse de los indios y de los esclavos, los ingleses y españoles que llegaron a las colonias querían ser ante todo más ingleses y españoles que los de las madres patrias. Con el tiempo, sin embargo, y por mucho que fuera el poder que tuvieran en América, descubrieron que los hombres de Inglaterra y España los seguían mirando por encima del hombro. No existía la paridad entre unos y otros, y eso reforzó el sentido de identidad de los americanos, y en un momento empezaron ellos mismos a llamarse así: americanos.
P. ¿Cuánto hay de verdad en la leyenda negra y cuánto en el afán de los ingleses de no mezclarse con los indios?
R. Hubo muchas atrocidades y crueldad durante la conquista de la América española, como ocurre en toda conquista por otro lado, pero también es cierto que la difusión que de los horrores hizo Bartolomé de las Casas les vino muy bien a los protestantes para sus fines políticos. Nunca se ve bien a una superpotencia, hay envidias y odios, y se subrayan las maldades que comete. En cuanto a la mezcla con los habitantes de América, no hay que olvidar que los ingleses se encontraron con poblaciones dispersas y poco densas. Aun así, buscaron el camino de la segregación: no hubo matrimonios mixtos, no hubo cohabitación. Temían que se produjera, al entrar en contacto con esos pueblos que consideraban bárbaros, una degeneración cultural. Tal vez ese afán de conservar su pureza fuera una herencia de la colonización de Irlanda, donde tampoco hubo mezcla. Los españoles, en cambio, facilitaron la integración y hubo todo tipo de matrimonios mixtos.
P. Max Weber ha asociado el desarrollo del capitalismo con el espíritu protestante, ¿fue así en América?
R. No estoy muy de acuerdo con esta teoría. En México y Perú hubo, vinculados a las minas, grandes empresarios muy emprendedores y capaces. Fue más bien la política exterior de la Corona española la que impidió que el desarrollo económico no tuviera éxito. Permitió que todo girara alrededor de la plata cuando su transporte resultaba extremadamente gravoso. Gran Bretaña, al no disponer de un recurso tan valioso, no tuvo más remedio que diversificar su economía. El pluralismo religioso favoreció a los ingleses en la medida en que impulsó la competencia y generó nuevas iniciativas. En la América hispana, la solidez del catolicismo impidió que las sociedades pudieran renovarse. La industrialización, por otro lado, más que del espíritu protestante dependió de la riqueza de las minas de carbón de Inglaterra.
P. ¿Fueron los piratas muy nocivos para la economía española?
R. No sólo influyeron sus ataques a los barcos cargados de metales preciosos, también pesó su capacidad para comerciar con todo tipo de mercaderías. Se hicieron fuertes en Jamaica y desde allí, con la connivencia de muchos gobernadores, llenaron de productos de lujo los mercados de la América española y satisficieron así a los criollos enriquecidos.
P. Empezó su libro con Cortés y Newport, que iniciaron la conquista, ¿qué opina de Washington y Bolívar, que dirigieron la lucha de la independencia?
R. Tenían en común su determinación y persistencia en medio de los desastres, su capacidad para sobrevivir y triunfar. Lo que los diferenció fue su olfato para retirarse. Washington gobernó ocho años después de conseguir la independencia y se fue a casa. Bolívar se empeñó en construir un nuevo gran país con las naciones que se liberaran de España, pero fue incapaz de impedir la fragmentación.
- - - -Tomado de: http://www.elpais.com/articulo/ensayo/pluralismo/religioso/favorecio/ingleses/America/elpepuculbab/20061202elpbabens_1/Tes
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John Elliott - Imperios Atlánticos (2006) - II
IMPERIOS DEL MUNDO ATLÁNTICO
John H. Elliott
Traducción de Marta Balcells
Taurus. Madrid, 2006
680 páginas. 29,50 euros
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CRÍTICA
Culminación de la 'Elliottiada'
M. Á. BASTENIER
El Pais, Madrid, 02/12/2006
Con esta obra, el hispanista británico John H. Elliott culmina una larga trayectoria dedicada en especial a la España de los siglos XVI y XVII. En este ensayo, el historiador se ocupa del Imperio español, rico en metales, densamente poblado y muy jerarquizado, y del inglés, salpicado de pequeñas comunidades agrícolas y volcado en el comercio.De los historiadores extranjeros que han hecho su dedicación principal de las cosas de España, y específicamente en la primera Edad Moderna, el más eminente es el inglés John H. Elliott. El autor es calificado habitualmente en España como "hispanista", pero es mucho más que eso. Elliott es un gran historiador de la Europa, sobre todo, de los siglos XVI y XVII, que por profundizar en ese periodo y esa geografía dio en hacer centro de sus investigaciones de la España imperial, desvencijado coloso de la época. Y, aunque deseamos al insigne historiador que prosiga su obra, acaba de publicar lo que puede considerarse a justo título la culminación de toda una etapa. Imperios del mundo atlántico es una brillantísima historia comparada de las dos grandes construcciones políticas que Inglaterra y España (¿o Castilla?) erigieron al otro lado del océano.
La obra de Elliott es un libro de libros, una reflexión, brillante, apasionada pero sin raptos visibles de emoción, enemiga de todos los esencialismos que se derivarían de presuntas características raciales, religiosas o antropológicas de los pueblos protagonistas. En una especie de montaje en paralelo, desde la cabalgada de Hernán Cortés a comienzos del XVI para fundar la Nueva España y el desembarco de Christian Newport, un siglo más tarde en la costa de la futura Nueva Inglaterra, se suceden las convergencias y las respuestas diferentes a problemas de estructura común o varia de las dos potencias occidentales. España se encuentra con un mundo lleno, urbanizado, abundante en mano de obra, rico en metales preciosos; e Inglaterra, con agrupamientos indígenas dispersos y ruralizados, sin otra fortuna que la de los frutos agrícolas. Y aun así, los conquistadores de la Europa del norte se miran con frecuencia en el ejemplo español para organizar su negocio, que será durante mucho tiempo más modesto, menos imperial, y, sobre todo, quedará abandonado a la colonización individual o privada, en relación con la empresa de Castilla. Tanto que en ocasiones se diría que está como sobrentendido el famoso epigrama de que el imperio se hizo "en un rapto de distracción", término que acuñó J. R. Seeley, para subrayar cómo la expansión imperial británica se produjo más en la desatención del Estado que por designio general alguno.
Elliott enmarca la doble colonización en un determinismo flexible, en el que los españoles prosiguen una ósmosis territorial iniciada contra el árabe en casa propia, y en la que la codicia por el metal rivaliza con la convicción de haber recibido del altísimo la misión de evangelizar el Nuevo Mundo; y los ingleses -más escoceses y galeses- tienen al gaélico como modelo de conquista anterior, tal que habían hecho con Irlanda, pero de ningún modo se sienten impelidos a tener que ganar almas para la cristiandad, ya dividida por la reforma protestante. Así, las dos conquistas se desarrollan asemejándose en sus diferencias, como si una fuera el negativo de la otra. La riqueza metalífera y la mano de obra en situación de servidumbre llevan al saqueo, así como ese mundo demográficamente lleno, engendra una civilización racialmente jerarquizada, separada pero revuelta, que inútilmente trata de controlar Madrid. Mientras, en el septentrión americano se impone un autogobierno de pequeñas comunidades, gran descentralización, labor de la tierra y auge del comercio, con el elemento nativo más como telón de fondo que hay que ir corriendo hacia el Oeste con la violencia que se juzgue necesaria, sin tener por qué recrearlo como Castilla a su católica imagen y semejanza.
En ese mundo parece como si las cosas ocurrieran con un encadenamiento inexorable, en el que las diferencias profundas más que en la religión o incluso en esas realidades físicas, se hallan, según el autor, en que los primeros, los españoles, quieren preservar un legado, mientras que los segundos, los ingleses, aun proclamando su homenaje a las libertades antiguas del tiempo de la conquista normanda, tratan fundamentalmente de reinventar su historia. Ese intento de homogeneizar lo diverso al sur, y de rebautizar lo uniforme al norte, tiene mucho que ver con la presente fragmentación latinoamericana y el unitarismo político anglosajón. Entre las múltiples ideas seminales que amagan en cada recodo del libro, cítese como ejemplo la de la posible absolutización de la España peninsular por la plata americana, o la contaminación del mundo hispánico por una América insostenible como dependencia si en ella medra cualquier tipo de autogobierno.
En este fecundísimo alto en el camino, balance o suma y sigue de su obra, John H. Elliott compone una vigorosa historia de encuentros y desencuentros americanos, deshaciendo por el camino muchos tópicos propios del más barato -y racista- determinismo ideológico-religioso. El autor se sirve para ello del espejo isabelino y puritano de una Inglaterra que aún está aprendiendo a gobernar las olas, y hasta parece, con perdón, en ocasiones que el inglés se hubiera establecido en América básicamente para que podamos apreciar en el contraste esa novísima España del otro lado del Atlántico.
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Tomado de: http://www.elpais.com/articulo/ensayo/Culminacion/Elliottiada/elpepuculbab/20061202elpbabens_3/Tes
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