El visionario
Por Mirko Lauer
La República, Lima, Martes, 18/01/2011
José María Arguedas es hoy un héroe cultural por ser la persona que con más éxito introdujo el tema andino en el debate público peruano. Esta tarea indispensable había sido emprendida por el indigenismo medio siglo antes, pero los tiempos de la hegemonía criolla no habían estado maduros para ello. Arguedas fue el hombre adecuado, con la obra adecuada, en el momento adecuado.
Su tema central fue el estatuto de lo andino (no solo lo indígena) como alternativa complementaria de lo peruano. Algunas mentes iluminadas, empezando por Garcilaso en el exilio del siglo XVI, se habían acercado antes a este desafío, pero solo Arguedas logró encarnarlo, y así vivir la fractura del cuerpo nacional como un drama personal concientemente representado ante el público.
Pero que Arguedas introdujera lo andino en el debate nacional no significa que resolviera el asunto de las grietas de la peruanidad. Lo que entregó al país fue un proyecto y una polémica cultural renovada. El proyecto es decididamente integrador, y el título de su novela Todas las sangres (1964) lo describe bien. La polémica fue con las resistencias de un país acostumbrado a postergar y prescindir de lo andino.
Arguedas ha venido ganando la parte principal de su lucha después de fallecer, en 1969. En los siguientes decenios los frutos de la migración han hecho a lo andino cada vez más parte de la corriente central en la cultura moderna del Perú. En este movimiento Arguedas es visto como algo más que un escritor o un intelectual. Como visionario, quizás, de una nación finalmente ensamblada.
Ir ganando la lucha ha significado avanzar hacia la institucionalización de la imagen. Ya en 1979 fue el narrador favorito en una encuesta de Hueso húmero, dos votos por encima de Mario Vargas Llosa. Que un partido de centro derecha tome lo de las sangres como lema, o que se haya discutido colocar su nombre en los membretes oficiales todo el 2011, son gestos que hablan de un Arguedas camino de la plena recuperación.
El creciente auge de lo andino, y de lo indígena en general, dentro y fuera de las artes es el mejor homenaje al hombre que con más talento argumentó la capacidad de sobrevivencia y de superación de las culturas autóctonas del Perú. Este auge ha venido produciendo lecturas siempre renovadas de la obra, y formas frescas de apreciar al agónico personaje.
Quizás nada describe el sentido de la saga como su célebre grito del corazón “No soy un aculturado”, lanzado en 1968 precisamente en ocasión de recibir un premio con el nombre de Garcilaso. Cada vez mejor entendemos que no estaba transmitiendo su deseo de pertenecer a todas nuestras culturas. En cambio gracias a él cada vez más los peruanos somos aculturados de nosotros mismos.
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Tomado de: http://www.larepublica.pe/18-01-2011/el-visionario
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476 años de Lima y 100 de Arguedas
Por Nelson Manrique
La República, Lima, Martes, 18/01/2011
Al hablar de José María Arguedas –escritor, antropólogo, gran animador cultural– se piensa en la sierra y suele olvidarse que él vivió en Lima la mitad de su vida. La vivencia de la migración (una experiencia común a millones de peruanos) atraviesa su vida y sus reflexiones, desde su niñez errante, acompañando al padre juez, hasta su inserción en el medio intelectual limeño, en el que batalló incansablemente por lograr el reconocimiento de la cultura andina. Alfredo Torero –gran lingüista y amigo íntimo suyo– me hizo una vez la observación de que cuando JMA perdía el camino (le sucedió, por ejemplo, al empezar a trabajar antropológica y literariamente la ciudad de Chimbote) invariablemente era a través de su contacto con los migrantes que retomaba el hilo. Basta releer El zorro de arriba y el zorro de abajo para constatarlo.
El aporte de JMA ha sido capital para definir la identidad cultural de Lima. No solo presentó la sierra al público limeño sino contribuyó a resolver necesidades muy sentidas de sus coterráneos. Los primeros inmigrantes tuvieron que enfrentar no solo un profundo choque cultural sino, sobre todo, sufrir los prejuicios con que históricamente los costeños han visto a los serranos. Para los viejos limeños los migrantes venían a quitarles su ciudad, eran sucios, desconfiados y taciturnos. Los serranos, por su parte, consideraban a los costeños ociosos, inconstantes y superficiales. Pensar en un proyecto de integración nacional en esas condiciones era iluso.
La imagen de Lima como una Arcadia colonial, construida por Ricardo Palma y poetizada por Chabuca Granda, contribuyó a alimentar los equívocos. Cuando se producen cambios muy acelerados en la realidad, los ojos con que se ve esta tienden a quedarse fijados en las viejas imágenes y son incapaces de registrar lo que objetivamente sucede. Algo así ocurrió a Lima en la transición demográfica que la andinizó a mediados del siglo XX. Mientras Chabuca cantaba a la ciudad del río, el puente y la alameda, a una aristocracia terrateniente que recorría senderos bordeados de naranjos cabalgando en caballos de paso, Lima estaba siendo profundamente transformada por la gran oleada andina, en medio de grandes tensiones y resentimientos. El sentimiento de los viejos limeños, de que los migrantes estaban destruyendo su ciudad, era reforzado por el colapso de los servicios públicos, incapaces de abastecer la demanda de una población que se multiplicó por diez en apenas tres décadas, con el consiguiente deterioro de la calidad de vida. Para los recién llegados la urbe era ajena y hostil, y los clubes de migrantes fueron un espacio fundamental de defensa. El otro fueron los coliseos.
Lima ignoraba las culturas del interior. Como el etnomusicólogo Raúl Romero ha recordado, para los limeños la música serrana –conocida a partir de los espectáculos montados en los años 20 por el presidente Leguía en la pampa de Amancaes– era genéricamente conocida como “música incaica”. Los grupos folclóricos migrantes, fueran de donde fueran, para ser aceptados, tenían que disfrazarse con atuendos supuestamente incaicos e interpretar música cusqueña, la única que reconocía la sensibilidad criolla. JMA asumió como una cruzada personal la defensa del derecho de los migrantes a preservar su identidad. El gran violinista Máximo Damián recuerda que él no se limitaba a exhortarles a que defendieran la autenticidad de su arte, no dejándose alienar por las disqueras, sino que paralelamente buscaba conseguirles modestos trabajos, a través de sus contactos, para que pudieran vivir con dignidad y cultivar así su arte sin graves apremios materiales. Los coliseos se convirtieron entonces en un crisol cultural en el que los miles de migrantes que asistían cada semana a escuchar a los intérpretes de su localidad aprendían a disfrutar con la música de todas las regiones del Perú; toda una lección de interculturalidad.
La gran cantidad de homenajes a JMA a lo largo del año muestra la consciencia que tiene la sociedad civil de la importancia de su aporte. Qué distantes están los líderes políticos (que propusieron que este fuera el año de los submarinos, o el de Macchu Picchu) de este sentimiento.
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Tomado de: http://www.larepublica.pe/18-01-2011/476-anos-de-lima-y-100-de-arguedas
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Arguedas: 100 años
Por Antonio Zapata
La República, Lima, Miércoles, 12/01/2011
El escritor José María Arguedas fue asimismo etnomusicólogo. A lo largo de su vida, se nutrió de ambas disciplinas para crear una de las mayores obras artísticas y de reflexión fundadas en el indigenismo. Pero es mucho menos conocida la tercera rama de sus intereses, que fue la educación. Sin embargo, trabajó mucho en esta profesión. En efecto, comenzando los años cuarenta y por una década entera, fue maestro de escuela tanto en la sierra como en la capital. En ese período, formuló ideas sobre interculturalidad y escuela rural que resultan de una sorprendente modernidad.
En Canto Quechua Arguedas recuerda su biografía, enfatizando los numerosos viajes de su niñez, acompañando a su padre que trabajaba como abogador itinerante, cargando con el futuro escritor y su hermano. Recorrieron extensamente sierra y costa: Ayacucho, Cusco, Apurímac e Ica aparecen frecuentemente frente a sus ojos infantiles y adolescentes. De esa experiencia, unos años después, recordaría las enormes diferencias sociales que dividían al Perú. No había suficiente unidad nacional; por el contrario, predominaba la hostilidad entre las partes constitutivas del país.
Luego, estudió en la universidad de San Marcos y al terminar fue nombrado profesor en el colegio Mateo Pumacahua de Sicuani. Antes de partir, contrajo matrimonio con Celia Bustamante, una reconocida folklorista y animadora de la peña cultural Pancho Fierro. En Sicuani, Arguedas estuvo muy ocupado, produciendo una reflexión sistemática sobre la enseñanza del castellano en los Andes y un valioso conjunto de trabajos que impulsó con sus alumnos.
En un artículo analiza la angustia lingüística del mestizo andino, atrapado mentalmente entre dos idiomas: castellano y quechua. De acuerdo a su parecer, el mestizo piensa en quechua, pero desea hablar en castellano, porque sabe que es el idioma del futuro. En este escrito, propone una solución y no se detiene en lamentaciones; consiste en apoderarse del castellano y transformarlo, modificando su sintaxis e introduciendo nuevos vocablos provenientes de las lenguas indígenas; para lograr un producto nuevo, un castellano renovado, susceptible de expresar el alma andina.
A partir de entonces, José María Arguedas defiende un nuevo método de enseñanza para el mundo rural. Sostuvo que el niño campesino debe ser alfabetizado en su propia lengua, que posteriormente debe aprender a leer también en su idioma. Solo cuando hubiera empezado a leer fluidamente era posible introducirlo al aprendizaje del castellano.
El niño andino ha de aprender en quechua el hábito de la lectura y nunca más lo abandonará. El punto de partida es comprender bien lo que se lee. Por lo tanto, necesariamente se obtiene en la propia lengua materna. Caso contrario, si el niño rural era alfabetizado directamente en castellano, al salir de la escuela, olvidaría lo aprendido.
Arguedas muestra que el desprecio de la lengua materna de los alumnos corresponde a la enseñanza de los imperios opresivos, que imponen a la fuerza sus costumbres sobre los pueblos derrotados. Pero, que ese autoritarismo no se condice con la pedagogía moderna, que busca la igualdad de oportunidades entre los niños de la nación.
Por lo tanto, defiende el llamado “método cultural”, cuya intención es castellanizar amablemente, sin la inútil imposición que se habría practicado hasta entonces. Concluye sosteniendo que se vivía una hora urgente del país, porque los indios estaban afanados buscando su lugar en la peruanidad. Aunque al escritor lo angustiaba que el Perú no cumpliera su cita con la historia, confiaba que la escuela impulsaría esa imprescindible incorporación del indio a la nacionalidad, caso contrario sobrevendría un holocausto.
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Tomado de: http://www.larepublica.pe/12-01-2011/arguedas-100-anos
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Espacio virtual creado realmente por Nicanor Domínguez. Dedicado a la historia del Sur-Andino peruano-boliviano.
martes, 18 de enero de 2011
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