Netanyahu cree que la convivencia de las tres religiones favoreció la integración de los judíos en España [medieval]
El autor de Los orígenes de la Inquisición participa la próxima semana en un simposio en Valladolid
FIETTA JARQUE
"El Pais", Madrid - 14/10/2000
El historiador Benzion Netanyahu, padre del ex primer ministro de Israel, es autor de una monumental obra sobre la persecución de los judíos conversos en la España del siglo XV. Le llevó cerca de 25 años escribir Los orígenes de la Inquisición (Crítica, 1999). La próxima semana participa en Valladolid en el simposio Isabel I de Castilla y la política, que se desarrolla entre los días 16 y 18 con la participación de importantes expertos en la época. Benzion Netanyahu cree que la convivencia de las tres religiones (musulmana, judía y cristiana) pudo favorecer en España la integración de los judíos. Sostiene que los conversos eran auténticos cristianos y que fueron perseguidos por un movimiento racista, más que por la Inquisición.
Una guerra intelectual
Benzion Netanyahu tiene noventa años "y medio", como sostiene con un guiño amable. No sólo mantiene la lucidez y el brillo en la conversación sino el apasionamiento propio de quienes son devotos de su campo. Una dedicación que le viene de su firme creencia en los fines de la investigación: la búsqueda de la verdad, más allá de las propias ideas adquiridas. "Cuando yo era niño crecí con la idea de que todos los conversos seguían siendo, en realidad, judíos en secreto", dice Netanyahu. "Eran héroes y mártires que la Inquisición persiguió, torturó y eliminó. Pusieron en peligro sus vidas para seguir en secreto los preceptos judíos. Yo los admiraba, pero años después, los documentos me dijeron algo distinto. Me han mostrado que, año tras año, los conversos abandonaron progresivamente sus religión judaica y se acercaron cada vez más al cristianismo".
Esta es la tesis principal de su gran obra Los orígenes de la Inquisición en el siglo XV, de 1.200 páginas. "Parto de textos y testimonios escritos desde 1391 buscando saber hasta qué punto dejaron atrás el judaísmo. Uno de estos escritores judíos dice, tres años después: 'Me parece que se están alejando de nosotros'. Los judíos siempre han pensado que un judío no puede hacerse cristiano y este libro prueba, por lo menos, que los niños judíos fueron educados como cristianos. Y lo terrible es que, a pesar de ello, algunos de ellos fueron quemados en la hoguera por los propios cristianos. Esto es algo que Américo Castro entendió muy bien. Los conversos de segunda generación fueron los más celosos cristianos".
Pero todo esto empieza mucho antes de lo que se suele pensar. Según Netanyahu, el origen del antisemitismo se inicia en el imperio griego, a raíz de su conquista de Egipto. "Existe la creencia de que el antisemitismo fue una creación cristiana. No es así, fue una creación pagana. Todo empezó con los egipcios pero los griegos, al conquistarlos y emigrar en gran cantidad a Egipto, se unieron a la gente de Egipto, en especial en Alejandría. Para los griegos era importante imponer en Oriente que ellos eran el pueblo superior en el mundo y que los otros eran bárbaros. Pero entonces llegan los judíos y dicen que sus profetas eran más importantes que los filósofos porque sus ideas eran más correctas y profundas, recibidas directamente de Dios. La mayoría de los intelectuales judíos que combatían el helenismo estaban en Alejandría, no en Judea y la mayoría vivía en la diáspora. Los judíos representaban un 7 u 8% de la población del imperio romano que tenía unos 75 u 80 millones de personas", añade. Una idea que sembró el germen de la diferenciación por poner el énfasis en su idea de ser el pueblo elegido. Es necesario comprender el significado de esta firmación, subraya. "Pero no dicen que sean elegidos por su raza ni por sus grandes cualidades. Ellos dicen que fueron elegidos por Dios para ser los maestros de la humanidad. Y Él les dio las enseñanzas. Eso es todo. ¿Por qué los eligió Dios? No tienen la respuesta. Sólo que en las Escrituras dice que fue el pueblo elegido por Dios y sólo Él sabe las razones. No son superiores, sólo son los elegidos".
Netanyahu encontró que el caso español presentaba características peculiares. "La española fue la única comunidad en la que la mayoría de los judíos se convirtieron al cristianismo. No sucedió lo mismo en Alemania o en Inglaterra. En ambos sitios cuando se les impuso la condición de convertirse o morir, muchos eligieron la muerte. Durante las cruzadas, cuando atacaron las comunidades judías en Alemania, la mayoría murió con sus familias. Para ellos era una cuestión de honor no doblegarse ante la fuerza y defender sus ideas".
"Es difícil de explicar por qué, pero en España se desarrolló una mentalidad distinta y una actitud diferente ante la religión. Quizá porque se dio la compleja situación de tener que vivir junto a los musulmanes y los cristianos. Eran tres religiones en convivencia y no sabemos qué es lo que les hizo cambiar de actitud. Quizá la apertura mental que da la convivencia. En Alemania sólo eran ellos y los cristianos y lo mismo en Inglaterra. En Nueva York llegaron a suicidarse y matar a sus mujeres e hijos". Y continúa: "También hubo mártires entre los judíos de España, en 1391 miles eligieron morir, pero cerca de 200.000 prefirieron convertirse. En 1412 la reina Catalina formuló leyes tan duras contra los judíos que forzó a otros muchos a convertirse; según las fuentes, fueron otros 200.000. Es algo único en la historia de la diáspora, de los 600.000 judíos, 400.000 se convirtieron".
Descontento del pueblo
Netanyahu explica que el origen del antisemitismo en España partió del descontento del pueblo y no de las autoridades. "Los reyes españoles trataron las tres religiones más o menos de la misma manera. Américo Castro enfatiza demasiado la tolerancia del pueblo. Los cristianos no pensaban así porque la mayoría consideraba a los otros como sectas extranjeras. La Iglesia quería que todos se convirtieran y darles igualdad de derechos a todos, pero se enfrentaron al pueblo español que quería sentirse superior y separado de los otros", dice. "Fernando creó la Inquisición formalmente para deshacerse de los falsos cristianos entre los conversos, pero en realidad para reducir la presión del creciemente movimiento anticonverso. No quería castigar a todos los conversos. Fernando fue un gran hombre de Estado, pero al estilo maquiavélico, no en vano Maquiavelo dice haberlo considerado como modelo para su libro El Príncipe. Lo que pasa es que aun antes de que se creara la Inquisición ya había empezado un movimiento racista en España. Un movimiento que, sin embargo, no representaba a la mayoría de los españoles. Creció lentamente y no fue significativo para la creación de la Inquisición ni para sus leyes. La Inquisición rechazó formalmente el racismo. Sólo después de la muerte de Fernando creció la influencia racista hasta el punto de que la Inquisición puso en marcha por primera vez procedimientos contra grupos de conversos. El que hicieran esas leyes contra la totalidad de los conversos significa que admiten una posición racista. Pero eso fue cerca de cuarenta años después de que se creara la Inquisición, en 1520, y cuatro años después de la muerte de Fernando. En su época la Inquisición no hubiera podido dictar una sola regulación de carácter racista. No lo habría permitido".
Una historia que se revela poco a poco
Como buena parte de los historiadores, el profesor Netanyahu es poco dado a hablar del presente. Dice que hace cincuenta años que se retiró de la política y prefiere no pronunciarse sobre el tema. Lo que le interesa hasta el punto de la obsesión es que sus tesis se divulguen y que no sólo los especialistas hallen en él una fuente de iluminación sobre el tema y la época.
La publicación de Los orígenes de la Inquisición en España el año pasado despertó una encendida polémica en las páginas de este diario. La conferencia que presentará Netanyahu para la clausura del simposio Isabel I de Castilla y la política, que se celebra con motivo del quinto centenario de la reina española, promete abundar en algunos de los puntos más espinosos sobre las verdaderas causas y los fines de la Inquisición española.
Además de él participarán en este encuentro, organizado por el Instituto Universitario de Historia de Simancas, especialistas como Isabel del Val Valdivieso, Tarsicio de Azcona, Ángel Alcalá, Luis Suárez Fernández, Paulino Castañeda Delgado, José Manuel Nieto Soria, Salustiano de Dios, Juan Manuel Carretero Zamora, Miguel Ángel Ladero y Benjamín González Alonso.
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Tomado de: http://www.elpais.com/articulo/cultura/ISABEL_LA_CATOLICA/NETANYAHU/_BENZION_/HISTORIADOR/ISRAEL/_PADRE_DEL_EX_PRIMER_MINISTRO/Netanyahu/cree/convivencia/religiones/favorecio/integracion/judios/Espana/elpepicul/20001014elpepicul_1/Tes
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Espacio virtual creado realmente por Nicanor Domínguez. Dedicado a la historia del Sur-Andino peruano-boliviano.
domingo, 12 de abril de 2009
Orígenes de la Inquisición Española - 2
Los orígenes de la Inquisición
ANTONIO DOMÍNGUEZ ORTIZ
"El Pais", Madrid, 16/12/1999
Con motivo de la traducción al castellano de la obra Los orígenes de la Inquisición en la España del siglo XV de Benzion Netanyahu, padre del ex presidente del Estado de Israel, se ha suscitado una polémica en la que, como veterano cultivador del tema, me gustaría dar a conocer mi opinion.
La tesis central del libro, muy voluminoso, fruto de toda una vida de trabajo, es la siguiente: bajo apariencias de tribunal eclesiástico la Inquisición española fue un instrumento creado por los Reyes Católicos con fines políticos: destruir la poderosa minoría judeo conversa (marrana la llama, aunque tal denominación cuadra mejor a los judaizantes portugueses) que había suscitado el odio de los cristianos viejos, manifestado en sangrientos tumultos, sobre todo en la Baja Andalucía. Los judeoconversos eran, salvo raras excepciones, cristianos sinceros, aunque sus pasados se hubieran convertido por temor o por interés; así resulta de los dictámenes de los rabinos que examinaron la conducta y creencias de los conversos y negaron que se les pudiera considerar como criptojudíos; eran cristianos, y los reyes lo sabían, pero como habían concitado el odio del pueblo creyeron que beneficiaría su imagen destruir aquella minoría con el pretexto de que habían renegado y regresado a la fe de sus antecesores. Con tal motivo crearon en 1480 el tribunal de la Inquisición, con la colaboración del Pontificado pero totalmente supeditada a la voluntad de los reyes, que la convirtieron en temible arma política. Destruida la minoría marrana la Inquisición buscó luego otras víctimas (protestantes, moriscos...) para justificar su existencia.
Esto es lo esencial de su tesis, expuesta con gran prolijidad y erudición; mérito suyo es utilizar fuentes hebreas poco accesibles. Las fuentes impresas castellanas y latinas son también utilizadas aunque con métodos muy discutibles: como ha hecho notar el profesor Escudero, Netanyahu da crédito a los autores que favorecen su tesis y descalifica sin contemplaciones a los que la contradicen. Su conocimiento de la documentación inquisitorial es escaso y de segunda mano.
Mientras la tesis del carácter más político que religioso de la Inquisición había sido ya defendido por otros autores, el de la cristiandad casi general de los conversos es propia de Netanyahu y comporta no pocas dificultades y contradicciones que expondré de forma sintética. De entrada, resulta incomprensible que los descendientes de los forzados conversos fueran cristianos sin fisuras: lo lógico es que no pocos conservaran el recuerdo de la antigua fe y volvieran a ella, aunque con práctica irregular y contaminada, que es lo que suscitaría el adverso parecer de los rabinos acerca de la autenticidad de su judaismo. Los testimonios coetáneos acerca de la existencia de criptojudíos son, por tanto, verosímiles, pero Netanyahu los desecha y se aferra a la tesis de que la Inquisición condenaba a sabiendas cristianos auténticos; su actuación sería comparable a los procesos de Stalin contra la cúpula comunista, un montaje, una farsa, y es raro que los reyes se tomaran tanto trabajo para organizar una red inquisitorial complicada, costosa, dotada de instrucciones detalladas; para hacer un trabajo sucio no se necesitaban tantas precauciones; por otra parte, los inquisidores, fiscales, secretarios, etcétera tenían que saber que aquello era un tinglado; pero la documentación inquisitorial no da, en absoluto, esa impresión; incluso la documentación más confidencial, como la correspondencia de la Suprema con los tribunales de distrito, dan la idea de que se tomaban muy en serio su papel de averiguar la verdad de las denuncias que pesaban sobre los reos.
Hay otra consideración que ataca de raíz la tesis del autor: la Inquisición no atacó la minoría conversa en bloque sino un sector minoritario variable según las regiones: pequeño en Castilla-Leon, zona de conversos antiguos y bastante asimilados; mayor en la zona del tribunal de Toledo, y mucho mayor en la Baja Andalucía, donde era mayor la presencia de criptojudíos y más fuerte el rechazo popular. En total, extrapolando los datos conocidos, puede estimarse que la Inquisición abrió unos treinta y cinco mil procesos entre 1482 y 1532, que fue el medio siglo de máxima actividad. Netanyahu calcula que habría en España por aquellas fechas 600.000 conversos; yo no creo que fueran tantos; quizás la mitad, pero de todas formas la discordancia entre conversos y procesos es tan grande que se impone la evidencia de que sólo una minoría fue directamente afectada. Pero hay más: de esos treinta y cinco mil penitenciados seis o siete mil lo fueron a la pena capital, la mitad en persona y la otra mitad en efigie; los restantes, en no pocos casos, consiguieron rehabilitarse. Juan Sánchez de Toledo, abuelo de santa Teresa, llevó varios años el infamante sambenito; terminada la condena cambió de apellido y de residencia, prosperó en Ávila, sus nietos consiguieron hidalguía, varios hicieron fortuna en Indias y una nieta se carteó con Felipe II y subió a los altares. Caso excepcional, se dirá. Excepcional sí, pero no único, ni mucho menos.
Hacia 1530, cuando la minoría conversa, según la teoría de Netanyahu, debía estar ya destruida, encontramos conversos por todas partes, y muy bien situados: en los consistorios municipales, aprovechando las oportunidades que ofrecía la venta de cargos, en los cabildos y órdenes religiosas; en las chancillerías; en los organismos económicos más potentes; copaban el consulado de Burgos, y muchos había en el de Sevilla. Casi ninguno fue molestado. Ante esta invasión, cabildos, colegios mayores y otras instituciones empezaron a elaborar estatutos de limpieza de sangre. Por esta rendija entró el racismo, pero ésta es otra historia; el racismo no estaba en la base, en el origen de la Inquisición; fue una consecuencia no prevista, no buscada que la Inquisición aceptó tarde y de mala gana.
Otra contradicción a la tesis de Netanyahu resulta de la conducta de los Reyes Católicos con los judíos afectados por el decreto de expulsión de 1492: hicieron grandes esfuerzos para que se convirtieran y se quedaran en España; durante varios años después del decreto fueron muchos los que regresaron para bautizarse y recuperar sus bienes. O sea, que los reyes, que presuntamente deseaban la destrucción de dicha minoría cooperaban a su expansión. Estas contradicciones nacen de errores de principio y de un conocimiento imperfecto de la historia general de España; conoce muy poco el carácter de los Reyes Católicos quien piense que podrían doblegarse ante unos tumultos populares; quizás hubieran cedido ante una fuerte presión de la nobleza, pero ésta, y las clases elevadas en general, no eran partidarias de usar la violencia contra los judeoconversos. Es mas lógico pensar que los reyes querían castigar a los conversos que judaizaban y dejar en paz a los demás. Así todas las piezas encajan, y es lo que además sucedió.
La explicación racista de la Inquisición no tiene ninguna base; el mismo Netanyahu reconoce que tanto Isabel como Fernando estaban rodeados de conversos; lo eran los miembros de la camarilla aragonesa de don Fernando, fray Hernando de Talavera, confesor de la reina, el cronista Hernando del Pulgar, Torquemada, inquisidor general... Netanyahu lo reconoce y sugiere explicaciones nada convincentes. La obra termina con una soflama en la que se alude a Hitler y al Holocausto, como si hubiera alguna paridad entre estos hechos y el caso español, en el que, ciertamente, hubo hechos muy condenables, pero de otro signo y en otra escala.
La Inquisición española fue un producto del fanatismo religioso, como otras instituciones similares en toda Europa. El prejuicio antirracial entre nosotros fue un fenómeno tardío, folklórico y nada violento, porque en la España moderna ya no había judíos, y ello explica la cantidad de infundios y fábulas que corrían sobre ellos. Estimanos a los sefardíes; compadecemos a las víctimas de la intolerancia; condenamos a sus verdugos. Al doctor Netanyahu agradecemos sus trabajos y esperamos que rectifique algunos aspectos de su obra que nos parecen no tan logrados.
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* Antonio Domínguez Ortiz es miembro de la Real Academia de la Historia.
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Tomado de: http://www.elpais.com/articulo/opinion/NETANYAHU/_BENZION_/HISTORIADOR/ISRAEL/_PADRE_DEL_EX_PRIMER_MINISTRO/origenes/Inquisicion/elpepiopi/19991216elpepiopi_5/Tes
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ANTONIO DOMÍNGUEZ ORTIZ
"El Pais", Madrid, 16/12/1999
Con motivo de la traducción al castellano de la obra Los orígenes de la Inquisición en la España del siglo XV de Benzion Netanyahu, padre del ex presidente del Estado de Israel, se ha suscitado una polémica en la que, como veterano cultivador del tema, me gustaría dar a conocer mi opinion.
La tesis central del libro, muy voluminoso, fruto de toda una vida de trabajo, es la siguiente: bajo apariencias de tribunal eclesiástico la Inquisición española fue un instrumento creado por los Reyes Católicos con fines políticos: destruir la poderosa minoría judeo conversa (marrana la llama, aunque tal denominación cuadra mejor a los judaizantes portugueses) que había suscitado el odio de los cristianos viejos, manifestado en sangrientos tumultos, sobre todo en la Baja Andalucía. Los judeoconversos eran, salvo raras excepciones, cristianos sinceros, aunque sus pasados se hubieran convertido por temor o por interés; así resulta de los dictámenes de los rabinos que examinaron la conducta y creencias de los conversos y negaron que se les pudiera considerar como criptojudíos; eran cristianos, y los reyes lo sabían, pero como habían concitado el odio del pueblo creyeron que beneficiaría su imagen destruir aquella minoría con el pretexto de que habían renegado y regresado a la fe de sus antecesores. Con tal motivo crearon en 1480 el tribunal de la Inquisición, con la colaboración del Pontificado pero totalmente supeditada a la voluntad de los reyes, que la convirtieron en temible arma política. Destruida la minoría marrana la Inquisición buscó luego otras víctimas (protestantes, moriscos...) para justificar su existencia.
Esto es lo esencial de su tesis, expuesta con gran prolijidad y erudición; mérito suyo es utilizar fuentes hebreas poco accesibles. Las fuentes impresas castellanas y latinas son también utilizadas aunque con métodos muy discutibles: como ha hecho notar el profesor Escudero, Netanyahu da crédito a los autores que favorecen su tesis y descalifica sin contemplaciones a los que la contradicen. Su conocimiento de la documentación inquisitorial es escaso y de segunda mano.
Mientras la tesis del carácter más político que religioso de la Inquisición había sido ya defendido por otros autores, el de la cristiandad casi general de los conversos es propia de Netanyahu y comporta no pocas dificultades y contradicciones que expondré de forma sintética. De entrada, resulta incomprensible que los descendientes de los forzados conversos fueran cristianos sin fisuras: lo lógico es que no pocos conservaran el recuerdo de la antigua fe y volvieran a ella, aunque con práctica irregular y contaminada, que es lo que suscitaría el adverso parecer de los rabinos acerca de la autenticidad de su judaismo. Los testimonios coetáneos acerca de la existencia de criptojudíos son, por tanto, verosímiles, pero Netanyahu los desecha y se aferra a la tesis de que la Inquisición condenaba a sabiendas cristianos auténticos; su actuación sería comparable a los procesos de Stalin contra la cúpula comunista, un montaje, una farsa, y es raro que los reyes se tomaran tanto trabajo para organizar una red inquisitorial complicada, costosa, dotada de instrucciones detalladas; para hacer un trabajo sucio no se necesitaban tantas precauciones; por otra parte, los inquisidores, fiscales, secretarios, etcétera tenían que saber que aquello era un tinglado; pero la documentación inquisitorial no da, en absoluto, esa impresión; incluso la documentación más confidencial, como la correspondencia de la Suprema con los tribunales de distrito, dan la idea de que se tomaban muy en serio su papel de averiguar la verdad de las denuncias que pesaban sobre los reos.
Hay otra consideración que ataca de raíz la tesis del autor: la Inquisición no atacó la minoría conversa en bloque sino un sector minoritario variable según las regiones: pequeño en Castilla-Leon, zona de conversos antiguos y bastante asimilados; mayor en la zona del tribunal de Toledo, y mucho mayor en la Baja Andalucía, donde era mayor la presencia de criptojudíos y más fuerte el rechazo popular. En total, extrapolando los datos conocidos, puede estimarse que la Inquisición abrió unos treinta y cinco mil procesos entre 1482 y 1532, que fue el medio siglo de máxima actividad. Netanyahu calcula que habría en España por aquellas fechas 600.000 conversos; yo no creo que fueran tantos; quizás la mitad, pero de todas formas la discordancia entre conversos y procesos es tan grande que se impone la evidencia de que sólo una minoría fue directamente afectada. Pero hay más: de esos treinta y cinco mil penitenciados seis o siete mil lo fueron a la pena capital, la mitad en persona y la otra mitad en efigie; los restantes, en no pocos casos, consiguieron rehabilitarse. Juan Sánchez de Toledo, abuelo de santa Teresa, llevó varios años el infamante sambenito; terminada la condena cambió de apellido y de residencia, prosperó en Ávila, sus nietos consiguieron hidalguía, varios hicieron fortuna en Indias y una nieta se carteó con Felipe II y subió a los altares. Caso excepcional, se dirá. Excepcional sí, pero no único, ni mucho menos.
Hacia 1530, cuando la minoría conversa, según la teoría de Netanyahu, debía estar ya destruida, encontramos conversos por todas partes, y muy bien situados: en los consistorios municipales, aprovechando las oportunidades que ofrecía la venta de cargos, en los cabildos y órdenes religiosas; en las chancillerías; en los organismos económicos más potentes; copaban el consulado de Burgos, y muchos había en el de Sevilla. Casi ninguno fue molestado. Ante esta invasión, cabildos, colegios mayores y otras instituciones empezaron a elaborar estatutos de limpieza de sangre. Por esta rendija entró el racismo, pero ésta es otra historia; el racismo no estaba en la base, en el origen de la Inquisición; fue una consecuencia no prevista, no buscada que la Inquisición aceptó tarde y de mala gana.
Otra contradicción a la tesis de Netanyahu resulta de la conducta de los Reyes Católicos con los judíos afectados por el decreto de expulsión de 1492: hicieron grandes esfuerzos para que se convirtieran y se quedaran en España; durante varios años después del decreto fueron muchos los que regresaron para bautizarse y recuperar sus bienes. O sea, que los reyes, que presuntamente deseaban la destrucción de dicha minoría cooperaban a su expansión. Estas contradicciones nacen de errores de principio y de un conocimiento imperfecto de la historia general de España; conoce muy poco el carácter de los Reyes Católicos quien piense que podrían doblegarse ante unos tumultos populares; quizás hubieran cedido ante una fuerte presión de la nobleza, pero ésta, y las clases elevadas en general, no eran partidarias de usar la violencia contra los judeoconversos. Es mas lógico pensar que los reyes querían castigar a los conversos que judaizaban y dejar en paz a los demás. Así todas las piezas encajan, y es lo que además sucedió.
La explicación racista de la Inquisición no tiene ninguna base; el mismo Netanyahu reconoce que tanto Isabel como Fernando estaban rodeados de conversos; lo eran los miembros de la camarilla aragonesa de don Fernando, fray Hernando de Talavera, confesor de la reina, el cronista Hernando del Pulgar, Torquemada, inquisidor general... Netanyahu lo reconoce y sugiere explicaciones nada convincentes. La obra termina con una soflama en la que se alude a Hitler y al Holocausto, como si hubiera alguna paridad entre estos hechos y el caso español, en el que, ciertamente, hubo hechos muy condenables, pero de otro signo y en otra escala.
La Inquisición española fue un producto del fanatismo religioso, como otras instituciones similares en toda Europa. El prejuicio antirracial entre nosotros fue un fenómeno tardío, folklórico y nada violento, porque en la España moderna ya no había judíos, y ello explica la cantidad de infundios y fábulas que corrían sobre ellos. Estimanos a los sefardíes; compadecemos a las víctimas de la intolerancia; condenamos a sus verdugos. Al doctor Netanyahu agradecemos sus trabajos y esperamos que rectifique algunos aspectos de su obra que nos parecen no tan logrados.
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* Antonio Domínguez Ortiz es miembro de la Real Academia de la Historia.
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Tomado de: http://www.elpais.com/articulo/opinion/NETANYAHU/_BENZION_/HISTORIADOR/ISRAEL/_PADRE_DEL_EX_PRIMER_MINISTRO/origenes/Inquisicion/elpepiopi/19991216elpepiopi_5/Tes
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Orígenes de la Inquisición Española - 3
Respuesta al profesor Domínguez Ortiz
B. NETANYAHU
"El Pais", Madrid, 03/02/2000
El 15 de diciembre publicó EL PAÍS en estas páginas un artículo del profesor Domínguez Ortiz, que se supone era una reseña y valoración de mi libro Los orígenes de la Inquisición en la España del siglo XV (Barcelona, Crítica, 1999). Digo "se supone" porque leído el artículo y lo que presentaba como "lo esencial" de mi tesis, dudé de si el autor estaría pensando en una obra imaginada que me adscribía por error. Pues no sólo sustituyó mis ideas sobre temas fundamentales por otras totalmente ajenas a mi pensamiento, sino que me atribuía "conclusiones" exactamente contrarias a las que yo presento en mi estudio. ¿Parece difícil de creer? El lector atento y veraz podrá verlo con las siguientes observaciones."La tesis central" de mi obra, dice Domínguez Ortiz, es que los Reyes Católicos fundaron la Inquisición para "destruir la poderosa minoría judo conversa" (cursivas mías). Pero yo no he dicho, sugerido ni aludido en ningún lugar a que ése fuera el propósito de los Reyes Católicos. Al contrario, he afirmado que rechazaron de plano esta "solución", que era la propugnada por los racistas (los enemigos más encarnizados de los conversos), si nos atenemos a los escritos de sus dos campeones: Marcos García y Alonso de Espina (Los orígenes... págs. 455-457; 756-758). Igualmente rechazaron los Reyes la "solución" de la expulsión, que para Espina era la segunda alternativa (pág. 754), o incluso la supresión de los derechos de los conversos mediante edictos discriminatorios contra ellos (págs. 914; 960). Los Reyes Católicos fundaron la Inquisición con propósitos muy distintos, que he señalado y explicado claramente en mi obra (págs. 913-916, 922).
Sin embargo, Domínguez Ortiz pasa por alto cuanto yo he dicho sobre las razones de los Reyes para establecer la Inquisición, y en su lugar me atribuye la idea de que el plan de "destrucción" no sólo fue iniciado por la Inquisición española, sino que fue puesto en práctica y logró plenamente su finalidad. Según esto, refiriéndose a la fase histórica de la Inquisición que comenzó hacia 1520, presenta lo que da como opinión mía: "Destruida la minoría marrana, la Inquisición buscó luego otras víctimas (protestantes, moriscos) para justificar su existencia". La verdad es que yo he aducido una serie de razones por las que la Inquisición se extendió a otros grupos; pero entre ellas no estaba la "destrucción de los conversos" (págs. 976-980). Es más, la primera razón que menciono es el haber comprobado la Inquisición que no había logrado "derrotarlos" y que los conversos continuaban resistiéndola con tesón y poniendo más y más obstáculos en su camino (pág. 977). He dicho también que al extender sus tentáculos, la Inquisición no cesó en su impulso anticonverso, y que durante los siglos XVI y XVII, el Santo Oficio continuó mandando conversos a la hoguera (pág. 979). Obviamente, cuando yo escribía estas cosas, estaba muy lejos de pensar que los conversos hubieran sido destruidos.
Pero esto no es todo. La misma increíble tergiversación se repite después, acompañada por la "prueba" de mi supuesto error. Nuestro crítico escribe que "hacia 1530, cuando la minoría conversa, según la teoría de Netanyahu, había sido destruida, encontramos conversos por todas partes y muy bien situados". Parece haber olvidado que yo mismo, al describir la situación en años posteriores, o sea, ¡hacia 1550!, sostengo que los conversos seguían trabajando en sus ocupaciones tradicionales, en las profesiones liberales y administraciones urbanas, y en muchos cargos en las iglesias (pág. 1.066). He notado también que sus matrimonios con los cristianos viejos continuaron sin parar durante los siglos XVI y XVII, hasta el punto de que Spinoza podía escribir en 1670 (a base de la impresión común aunque imprecisa) que los conversos "de tal manera se han mezclado con los españoles que no queda recuerdo ni memoria de ellos" (pág. 971). No comprendo cómo ha podido decir el profesor Domínguez Ortiz que yo consideraba al grupo converso "destruido" hacia 1520, cuando afirmo repetidamente que en los dos siglos siguientes continuaron aportando funcionarios para muchos cargos, numerosos reos a los procesos inquisitoriales, y millares, en realidad cientos de miles, de candidatos para el matrimonio con cristianos viejos.
Pero volvamos a los Reyes Católicos y a sus razones para fundar la Inquisición. Domínguez Ortiz no sólo da una impresión errónea de mi pensamiento fijándose en la destrucción como el supuesto propósito de los Reyes, sino atribuyéndome la idea de que se movieron a esa solución porque esperasen el estallido de algunos disturbios populares. "Conoce muy mal el carácter de los Reyes Católicos", escribe, "quien piense que podrían doblegarse ante unos tumultos populares". Podría suscribir esta afirmación (aunque con algunas reservas), pero ¿qué tiene que ver conmigo? Yo les atribuyo a los Reyes motivos de mucho más peso, basados en su apreciación de la situación del país y de su valoración de las fuerzas que estaban en juego. Se dieron cuenta de que el movimiento anticonverso se había extendido hasta englobar a la mayoría del pueblo (pág. 913) y consideraron su "explosivo potencial revolucionario" que podía conducir a desórdenes a gran escala (pág. 833). Ellos sabían que la fuerza motriz de aquel fogoso movimiento era el odio enconado a los cristianos nuevos, y viendo cómo ese odio crecía y se extendía, "consideraron necesario parar su crecimiento y difusión antes de que produjera nuevas poderosas explosiones que podían destruir todo el reino" (pág. 912). Éste era el problema que, a mi juicio, los Reyes Católicos se sintieron obligados a resolver, y no simplemente unos "tumultos populares" como Domínguez Ortiz me atribuye en su resumen de mi idea.
Ignorando mi conclusión de que la Inquisición se creó para calmar la fogosidad del partido anticonverso y asegurar así la estabilidad del reino, Domínguez Ortiz afirma sin reservas: "La Inquisición española fue producto del fanatismo religioso" y la única cuestión que se propuso resolver fue la de los conversos judaizantes. El problema, sin embargo, está en que, como indican nuestras fuentes, hacia 1480 no existía tal cuestión, excepto en una fracción mínima; los conversos estaban cristianizados y alejados del pueblo judío.
Domínguez Ortiz piensa que puede esquivar esta dificultad con una nueva teoría por él pergeñada para explicar lo que había ocurrido: "Resulta incomprensible", dice, "que los descendientes de los forzados conversos fueran cristianos sin fisuras: lo lógico es que no pocos conservaran el recuerdo de la antigua fe y volvieran a ella, aunque con práctica irregular y contaminada, que es lo que suscitaría el adverso parecer de los rabinos acerca de la autenticidad de su judaísmo". Así, contra el vasto cuerpo de fuentes judías, que pintaban a los conversos como completamente cristianizados y como enemigos del judaísmo y de todo lo que representaba, tenemos ahora la novel teoría de Domínguez Ortiz sobre la conducta de los descendientes de los conversos forzados, en la tercera y cuarta generación, teoría no respaldada por una sola fuente, y contraria a todo lo conocido sobre conversiones judías. Pero, además, las conclusiones extraídas por mí de las fuentes judaicas concuerdan plenamente con lo dicho en las obras sobre los conversos escritas por autoridades conversas y de cristianos viejos, obras cuyo contenido he resumido, analizado y hecho accesibles al público. Sin embargo, Domínguez Ortiz no presta atención a las trascendentales conclusiones extraídas por mí de estas fuentes, ni cita una sola palabra de ellas. Su excusa es que utilizo estas fuentes "con métodos muy discutibles", ya que sólo doy crédito "a los autores que favorecen mi tesis y descalifico sin contemplaciones a los que la contradicen".
¿Sin contemplaciones? He dedicado más de 200 páginas de mi libro al análisis detallado de las ideas y acusaciones de los autores y líderes anticonversos. Si después de mi cuidadoso escrutinio de sus obras, termino descalificándolos como testimonios fidedignos en todo lo relativo a la religión de los conversos, no ha sido porque la mayoría de sus afirmaciones estén en completa contradicción con el resto de mis fuentes (de judíos, conversos y cristianos viejos), sino porque están repletas de acusaciones indignas de crédito, fundadas en mentiras, libelos y absurdos, lo cual demuestra la falta de respeto de sus autores por la verdad y su insaciable deseo de denigrar a los conversos y poner fin a su asociación con los cristianos viejos de España. Pero hay más: este juicio no es sólo mío; fue compartido por cristianos viejos de la mayor altura moral y legal, hombres como Fr. Alonso de Oropesa y Alonso Díaz de Montalvo, que expresaron en los términos más despectivos su opinión sobre los agitadores anticonversos. Baste recordar que, según Oropesa, estaban "tan corrompidos por la mancha de la envidia y la ambición" que los consideraba incapaces de aceptar ningún argumento demostrativo de sus errores y de su perversa conducta (pág. 809). No veía otro camino de enfrentarse al peligro que representaba sino "reducirlos al silencio" por rigurosos medios legales y expulsarlos de todos los oficios que desempeñaban en el Gobierno y en la Iglesia. Incluso recomendó su excomunión (pág. 810, y cf. Montalvo, págs. 567-568). Sin embargo, Domínguez Ortiz, que no presta atención a Montalvo ni a Oropesa, y no cita una sola palabra de lo dicho por ellos, quisiera que yo desatendiera sus clarísimos juicios, así como las conclusiones de mi propia investigación. Si yo hubiera hecho esto, quizá no hubiera él cuestionado mis "métodos" en la utilización de las fuentes.
Finalmente, aunque no considero necesario reaccionar a todas las demás inexactitudes y frases impropias que encuentro en el artículo de Domínguez Ortiz, no puedo pasar por alto su afirmación de que mi libro termine con una "soflama" referente a Hitler y al Holocausto, "como si hubiera alguna paridad entre estos hechos y el caso español". Todas las palabras de esta afirmación son no sólo erróneas sino que sugieren exactamente lo contrario de lo que yo he dicho. El capítulo en cuestión no es el "último" de mi libro, y no es una "soflama" en ningún sentido, sino una ponderada reflexión sobre algunos problemas, analizados a mi juicio en un estilo sereno, y desde luego no trato en él en absoluto de los hechos concretos de Hitler y el Holocausto. Pero éstos son sólo "errores" preliminares tendentes a sugerir que yo establezca alguna "paridad" entre el Holocausto hitleriano y el caso español. En realidad, lo que yo me propongo dilucidar en ese capítulo son las razones del origen del racismo en los dos países; esto me llevó a la conclusión de que en los dos había una causa común: la ineficacia del motivo religioso, ineficacia sentida por un número creciente de personas, como pretexto para justificar la persecución -en Alemania, porque el cristianismo había perdido vigencia, y en España porque los conversos eran ya cristianos-. Después indico las razones de las diferencias en los resultados de ambos movimientos. Mientras en Alemania el racismo conquistó el poder del Estado, en España no lo conquistó nunca. En consecuencia, mientras en Alemania el Estado fue capaz de aglutinar prácticamente a toda la nación en la persecución de los judíos, en España los conversos pudieron beneficiarse del favor y apoyo de gran parte del pueblo español, que se asoció con ellos en empresas económicas y se unió en matrimonio cada vez en mayor número, de manera que la mayoría de los conversos (varios cientos de miles) quedaron completamente absorbidos entre los millones de españoles (págs. 970-971). Finalmente, mi análisis termina con la observación de que, a diferencia de Alemania, en España, en última instancia, la batalla "no la ganaron los racistas, sino la mayoría de los conversos, que buscó su asimilación con el pueblo español". Aquí, pues, como en otros lugares del libro, no insinúo "paridad" entre la Alemania nazi y la España de la época inquisitorial, como ha sugerido Domínguez Ortiz, sino que he señalado claramente la disparidad de los dos países en su respuesta a graves persecuciones.
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* B. Netanyahu es historiador israelí.
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Tomado de: http://www.elpais.com/articulo/opinion/DOMINGUEZ_ORTIZ/_ANTONIO/Respuesta/profesor/Dominguez/Ortiz/elpepiopi/20000203elpepiopi_4/Tes
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B. NETANYAHU
"El Pais", Madrid, 03/02/2000
El 15 de diciembre publicó EL PAÍS en estas páginas un artículo del profesor Domínguez Ortiz, que se supone era una reseña y valoración de mi libro Los orígenes de la Inquisición en la España del siglo XV (Barcelona, Crítica, 1999). Digo "se supone" porque leído el artículo y lo que presentaba como "lo esencial" de mi tesis, dudé de si el autor estaría pensando en una obra imaginada que me adscribía por error. Pues no sólo sustituyó mis ideas sobre temas fundamentales por otras totalmente ajenas a mi pensamiento, sino que me atribuía "conclusiones" exactamente contrarias a las que yo presento en mi estudio. ¿Parece difícil de creer? El lector atento y veraz podrá verlo con las siguientes observaciones."La tesis central" de mi obra, dice Domínguez Ortiz, es que los Reyes Católicos fundaron la Inquisición para "destruir la poderosa minoría judo conversa" (cursivas mías). Pero yo no he dicho, sugerido ni aludido en ningún lugar a que ése fuera el propósito de los Reyes Católicos. Al contrario, he afirmado que rechazaron de plano esta "solución", que era la propugnada por los racistas (los enemigos más encarnizados de los conversos), si nos atenemos a los escritos de sus dos campeones: Marcos García y Alonso de Espina (Los orígenes... págs. 455-457; 756-758). Igualmente rechazaron los Reyes la "solución" de la expulsión, que para Espina era la segunda alternativa (pág. 754), o incluso la supresión de los derechos de los conversos mediante edictos discriminatorios contra ellos (págs. 914; 960). Los Reyes Católicos fundaron la Inquisición con propósitos muy distintos, que he señalado y explicado claramente en mi obra (págs. 913-916, 922).
Sin embargo, Domínguez Ortiz pasa por alto cuanto yo he dicho sobre las razones de los Reyes para establecer la Inquisición, y en su lugar me atribuye la idea de que el plan de "destrucción" no sólo fue iniciado por la Inquisición española, sino que fue puesto en práctica y logró plenamente su finalidad. Según esto, refiriéndose a la fase histórica de la Inquisición que comenzó hacia 1520, presenta lo que da como opinión mía: "Destruida la minoría marrana, la Inquisición buscó luego otras víctimas (protestantes, moriscos) para justificar su existencia". La verdad es que yo he aducido una serie de razones por las que la Inquisición se extendió a otros grupos; pero entre ellas no estaba la "destrucción de los conversos" (págs. 976-980). Es más, la primera razón que menciono es el haber comprobado la Inquisición que no había logrado "derrotarlos" y que los conversos continuaban resistiéndola con tesón y poniendo más y más obstáculos en su camino (pág. 977). He dicho también que al extender sus tentáculos, la Inquisición no cesó en su impulso anticonverso, y que durante los siglos XVI y XVII, el Santo Oficio continuó mandando conversos a la hoguera (pág. 979). Obviamente, cuando yo escribía estas cosas, estaba muy lejos de pensar que los conversos hubieran sido destruidos.
Pero esto no es todo. La misma increíble tergiversación se repite después, acompañada por la "prueba" de mi supuesto error. Nuestro crítico escribe que "hacia 1530, cuando la minoría conversa, según la teoría de Netanyahu, había sido destruida, encontramos conversos por todas partes y muy bien situados". Parece haber olvidado que yo mismo, al describir la situación en años posteriores, o sea, ¡hacia 1550!, sostengo que los conversos seguían trabajando en sus ocupaciones tradicionales, en las profesiones liberales y administraciones urbanas, y en muchos cargos en las iglesias (pág. 1.066). He notado también que sus matrimonios con los cristianos viejos continuaron sin parar durante los siglos XVI y XVII, hasta el punto de que Spinoza podía escribir en 1670 (a base de la impresión común aunque imprecisa) que los conversos "de tal manera se han mezclado con los españoles que no queda recuerdo ni memoria de ellos" (pág. 971). No comprendo cómo ha podido decir el profesor Domínguez Ortiz que yo consideraba al grupo converso "destruido" hacia 1520, cuando afirmo repetidamente que en los dos siglos siguientes continuaron aportando funcionarios para muchos cargos, numerosos reos a los procesos inquisitoriales, y millares, en realidad cientos de miles, de candidatos para el matrimonio con cristianos viejos.
Pero volvamos a los Reyes Católicos y a sus razones para fundar la Inquisición. Domínguez Ortiz no sólo da una impresión errónea de mi pensamiento fijándose en la destrucción como el supuesto propósito de los Reyes, sino atribuyéndome la idea de que se movieron a esa solución porque esperasen el estallido de algunos disturbios populares. "Conoce muy mal el carácter de los Reyes Católicos", escribe, "quien piense que podrían doblegarse ante unos tumultos populares". Podría suscribir esta afirmación (aunque con algunas reservas), pero ¿qué tiene que ver conmigo? Yo les atribuyo a los Reyes motivos de mucho más peso, basados en su apreciación de la situación del país y de su valoración de las fuerzas que estaban en juego. Se dieron cuenta de que el movimiento anticonverso se había extendido hasta englobar a la mayoría del pueblo (pág. 913) y consideraron su "explosivo potencial revolucionario" que podía conducir a desórdenes a gran escala (pág. 833). Ellos sabían que la fuerza motriz de aquel fogoso movimiento era el odio enconado a los cristianos nuevos, y viendo cómo ese odio crecía y se extendía, "consideraron necesario parar su crecimiento y difusión antes de que produjera nuevas poderosas explosiones que podían destruir todo el reino" (pág. 912). Éste era el problema que, a mi juicio, los Reyes Católicos se sintieron obligados a resolver, y no simplemente unos "tumultos populares" como Domínguez Ortiz me atribuye en su resumen de mi idea.
Ignorando mi conclusión de que la Inquisición se creó para calmar la fogosidad del partido anticonverso y asegurar así la estabilidad del reino, Domínguez Ortiz afirma sin reservas: "La Inquisición española fue producto del fanatismo religioso" y la única cuestión que se propuso resolver fue la de los conversos judaizantes. El problema, sin embargo, está en que, como indican nuestras fuentes, hacia 1480 no existía tal cuestión, excepto en una fracción mínima; los conversos estaban cristianizados y alejados del pueblo judío.
Domínguez Ortiz piensa que puede esquivar esta dificultad con una nueva teoría por él pergeñada para explicar lo que había ocurrido: "Resulta incomprensible", dice, "que los descendientes de los forzados conversos fueran cristianos sin fisuras: lo lógico es que no pocos conservaran el recuerdo de la antigua fe y volvieran a ella, aunque con práctica irregular y contaminada, que es lo que suscitaría el adverso parecer de los rabinos acerca de la autenticidad de su judaísmo". Así, contra el vasto cuerpo de fuentes judías, que pintaban a los conversos como completamente cristianizados y como enemigos del judaísmo y de todo lo que representaba, tenemos ahora la novel teoría de Domínguez Ortiz sobre la conducta de los descendientes de los conversos forzados, en la tercera y cuarta generación, teoría no respaldada por una sola fuente, y contraria a todo lo conocido sobre conversiones judías. Pero, además, las conclusiones extraídas por mí de las fuentes judaicas concuerdan plenamente con lo dicho en las obras sobre los conversos escritas por autoridades conversas y de cristianos viejos, obras cuyo contenido he resumido, analizado y hecho accesibles al público. Sin embargo, Domínguez Ortiz no presta atención a las trascendentales conclusiones extraídas por mí de estas fuentes, ni cita una sola palabra de ellas. Su excusa es que utilizo estas fuentes "con métodos muy discutibles", ya que sólo doy crédito "a los autores que favorecen mi tesis y descalifico sin contemplaciones a los que la contradicen".
¿Sin contemplaciones? He dedicado más de 200 páginas de mi libro al análisis detallado de las ideas y acusaciones de los autores y líderes anticonversos. Si después de mi cuidadoso escrutinio de sus obras, termino descalificándolos como testimonios fidedignos en todo lo relativo a la religión de los conversos, no ha sido porque la mayoría de sus afirmaciones estén en completa contradicción con el resto de mis fuentes (de judíos, conversos y cristianos viejos), sino porque están repletas de acusaciones indignas de crédito, fundadas en mentiras, libelos y absurdos, lo cual demuestra la falta de respeto de sus autores por la verdad y su insaciable deseo de denigrar a los conversos y poner fin a su asociación con los cristianos viejos de España. Pero hay más: este juicio no es sólo mío; fue compartido por cristianos viejos de la mayor altura moral y legal, hombres como Fr. Alonso de Oropesa y Alonso Díaz de Montalvo, que expresaron en los términos más despectivos su opinión sobre los agitadores anticonversos. Baste recordar que, según Oropesa, estaban "tan corrompidos por la mancha de la envidia y la ambición" que los consideraba incapaces de aceptar ningún argumento demostrativo de sus errores y de su perversa conducta (pág. 809). No veía otro camino de enfrentarse al peligro que representaba sino "reducirlos al silencio" por rigurosos medios legales y expulsarlos de todos los oficios que desempeñaban en el Gobierno y en la Iglesia. Incluso recomendó su excomunión (pág. 810, y cf. Montalvo, págs. 567-568). Sin embargo, Domínguez Ortiz, que no presta atención a Montalvo ni a Oropesa, y no cita una sola palabra de lo dicho por ellos, quisiera que yo desatendiera sus clarísimos juicios, así como las conclusiones de mi propia investigación. Si yo hubiera hecho esto, quizá no hubiera él cuestionado mis "métodos" en la utilización de las fuentes.
Finalmente, aunque no considero necesario reaccionar a todas las demás inexactitudes y frases impropias que encuentro en el artículo de Domínguez Ortiz, no puedo pasar por alto su afirmación de que mi libro termine con una "soflama" referente a Hitler y al Holocausto, "como si hubiera alguna paridad entre estos hechos y el caso español". Todas las palabras de esta afirmación son no sólo erróneas sino que sugieren exactamente lo contrario de lo que yo he dicho. El capítulo en cuestión no es el "último" de mi libro, y no es una "soflama" en ningún sentido, sino una ponderada reflexión sobre algunos problemas, analizados a mi juicio en un estilo sereno, y desde luego no trato en él en absoluto de los hechos concretos de Hitler y el Holocausto. Pero éstos son sólo "errores" preliminares tendentes a sugerir que yo establezca alguna "paridad" entre el Holocausto hitleriano y el caso español. En realidad, lo que yo me propongo dilucidar en ese capítulo son las razones del origen del racismo en los dos países; esto me llevó a la conclusión de que en los dos había una causa común: la ineficacia del motivo religioso, ineficacia sentida por un número creciente de personas, como pretexto para justificar la persecución -en Alemania, porque el cristianismo había perdido vigencia, y en España porque los conversos eran ya cristianos-. Después indico las razones de las diferencias en los resultados de ambos movimientos. Mientras en Alemania el racismo conquistó el poder del Estado, en España no lo conquistó nunca. En consecuencia, mientras en Alemania el Estado fue capaz de aglutinar prácticamente a toda la nación en la persecución de los judíos, en España los conversos pudieron beneficiarse del favor y apoyo de gran parte del pueblo español, que se asoció con ellos en empresas económicas y se unió en matrimonio cada vez en mayor número, de manera que la mayoría de los conversos (varios cientos de miles) quedaron completamente absorbidos entre los millones de españoles (págs. 970-971). Finalmente, mi análisis termina con la observación de que, a diferencia de Alemania, en España, en última instancia, la batalla "no la ganaron los racistas, sino la mayoría de los conversos, que buscó su asimilación con el pueblo español". Aquí, pues, como en otros lugares del libro, no insinúo "paridad" entre la Alemania nazi y la España de la época inquisitorial, como ha sugerido Domínguez Ortiz, sino que he señalado claramente la disparidad de los dos países en su respuesta a graves persecuciones.
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* B. Netanyahu es historiador israelí.
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Tomado de: http://www.elpais.com/articulo/opinion/DOMINGUEZ_ORTIZ/_ANTONIO/Respuesta/profesor/Dominguez/Ortiz/elpepiopi/20000203elpepiopi_4/Tes
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Orígenes de la Inquisición Española - 4
Réplica amistosa a Benzion Netanyahu
ANTONIO DOMÍNGUEZ ORTIZ
"El Pais", Madrid, 15/03/2000
Si por segunda y última vez me acojo a la hospitalidad de estas páginas para hablar de la monumental obra de Benzion Netanyahu sobre el origen de la Inquisición española, no lo hago con la intención de prolongar una polémica, sino de aclarar algunos conceptos que pueden interesar al común de los lectores. Ante todo, la teoría de que la práctica totalidad de los judeoconversos españoles eran buenos cristianos; de aquí dimana todo, porque, si es cierta, la Inquisición era una farsa organizada con fines racistas para exterminar una clase social y obtener ventajas políticas y económicas para la Corona de España. De motivos religiosos, nada. Una pregunta incidental al señor Netanyahu: ¿ha visto las quejas de los inquisidores a la Suprema sobre el exceso de trabajo? Eran frecuentes y difíciles de explicar dentro de la teoría de la farsa y el montaje.
Que al cabo de varias generaciones los conversos fueran en su mayoría cristianos es una opinión mayoritaria y razonable. Que, no obstante, una minoría apreciable (un cuarto, un quinto, un sexto del total) permaneciera fiel a la antigua creencia es también lógico tratándose de una minoría que había sufrido grandes presiones; en esto también están de acuerdo todos o casi todos los autores, incluso historiadores judíos de prestigio como Baer y Albert Sicroff. El único argumento en contra lo extrae Netanyahu de los dictámenes de los rabinos; eran negativos en cuanto a la ortodoxia de los conversos porque veían las cosas en blanco y negro: "No son buenos judíos, luego son cristianos". No tenían en cuenta los infinitos repliegues del alma humana, la influencia del medio ambiente, la contaminación inevitable de conceptos y prácticas de una religión que tenían que profesar, aunque fuera con íntimo rechazo. Así nació el fenómeno de lo que Van Praag, en un artículo memorable, llamó "almas en litigio", personas que se debaten entre una y otra creencia, o bien que, decididas en favor de una, conservan muchas huellas de la otra, como se ve en La certeza del camino, publicada en Amsterdam por Tomás Rodríguez Pereira, marrano nacido en Madrid y muerto en Amsterdam como judío, aunque en dicho libro hay conceptos de indudable raíz católica. La mezcla de ambas creencias había conducido en la Andalucía del siglo XV a situaciones de gran confusión, como se deduce de la Católica impugnación de fray Hernando de Talavera, editado por Márquez Villanueva con estudio preliminar que es inexplicable que no cite Netanyahu. Allí se aprecia cómo esa confusión doctrinal conducía a muchos a la duda, a otros a intentos de sincretismo entre ambas creencias, a no pocos al escepticismo completo y a ciertas almas elevadas al intento de alzarse sobre las diferencias doctrinales a través de la pura filosofía, como fue el caso del gran Benito Espinosa.
Otro frecuente motivo de error es pensar que como la Inquisición fue fundada y sostenida por los reyes era una institución política, no religiosa. Olvidan que en el Antiguo Régimen ambos aspectos se confundían. La herejía era, a la vez que un pecado, un delito castigado por las leyes. No había Inquisición en Francia, donde Etienne Dolet fue condenado a muerte por el Parlamento de París, igual que le ocurrió a Servet en la Ginebra de Calvino. Los reyes sentían su responsabilidad ante Dios de conservar y regir su Iglesia. Fueron ellos, y no los papas, quienes dirigieron la reforma de las órdenes religiosas; fue Carlos V el verdadero artífice del Concilio de Trento. La existencia comprobada de judaizantes llevó a los Reyes Católicos a establecer la Inquisición, y luego, para evitar contaminaciones, al decreto de expulsión de los judíos. No eran motivos raciales, puesto que mantuvieron conversos en su entorno inmediato y facilitaron su acceso a cargos públicos mediante unas ventas de cargos en las que a nadie se le preguntaba su origen.
Menos aún puede considerarse la creación de la Inquisición como un medio de apaciguar a la plebe "subiéndose a la marea alta del antisemitismo" como escribió Netanyahu en Inquisición española y mentalidad inquisitorial [1984]. Aquellos reyes no necesitaban subirse a ninguna ola para hacerse respetar. ¡Menudos eran! El Cura de los Palacios, en su gráfico estilo, dice que, al saber que se aproximaban a Sevilla, salieron fuyendo de ella más de dos mil alborotadores y delincuentes. La Andalucía convulsa del reinado de Enrique IV era una balsa de aceite al terminar el siglo.
En relación con esto tengo también que aclarar que la Inquisición no se creó para halagar al pueblo, porque nunca fue una institución popular, aunque ciertos fanáticos la aplaudieran, aunque los amantes de espectáculos morbosos se agolparan en los autos de fe. No podía ser popular una institución altanera, que gustaba hacerse temer, que estaba en perpetua pugna con todas las autoridades civiles y eclesiásticas. Pinta bien esta actitud una anécdota cuya autenticidad no garantizo, pero es trasunto de un estado de opinión: a un labrador de un pueblo de Castilla le avisa su mujer de que un inquisidor pregunta por él; sale a su encuentro pálido y tembloroso, pero ¡no hay motivo de alarma! El inquisidor sólo quería probar los frutos de un manzano cuya excelencia le habían ponderado. El labrador le da todas las manzanas. El día siguiente un vecino ve que está arrancando el árbol de cuajo y le pregunta la razón: "Para que no vuelva por aquí el inquisidor", le replica el campesino.
Es también para mí evidente que, si no buscaban popularidad los reyes al crear la Inquisición, tampoco lo hicieron para allegar recursos. Y aquí topamos con otros de los defectos de la obra que comentamos: los fallos de información, las lagunas bibliográficas. "Domínguez Ortiz también desbarra en su intento de minimizar los ingresos del Santo Oficio a lo largo de toda su trayectoria" (Los orígenes de la Inquisición en la España del siglo XV, página 925), y apoya esta afirmación con algunos datos sueltos, cuando lo que había que consultar es la obra de José Martínez Millán La hacienda de la Inquisición, basada en años de investigación. Allí es donde puede comprobarse si la Inquisición fue buen o mal negocio para la Corona.
La misma falta de buena información bibliográfica se comprueba en el tema de la población judía y conversa de Sevilla, que Netanyahu viene arrastrando desde hace tiempo en otras publicaciones, alegando testimonios diversos, contradictorios, poco dignos de crédito, cuando la cuestión la resolvió Antonio Collantes de Terán, archivero del Ayuntamiento de Sevilla, en un libro publicado hace ya 23 años y en el que se demuestra, utilizando planos y padrones de la época, que en la judería de Sevilla no había ni podía haber más de cuatrocientas o quinientas familias, lo que contradice cálculos exagerados y está de acuerdo con las estimaciones de Klaus Wagner sobre el número de víctimas que causó la Inquisición de Sevilla en su primera y más mortífera fase de actividad. No encuentro a Wagner en la bibliografía de Los orígenes de la Inquisición, ni tampoco los numerosos libros de tema inquisitorial de Juan Blázquez Miguel, uno de los cuales, como mínimo, Inquisición y criptojudaísmo, es indispensable para el cálculo de las víctimas.
Y así llegamos al último de los puntos que me proponía abordar. Es cierto que Netanyahu no compara explícitamente la Inquisición española con el holocausto hitleriano, pero al sugerir (no concretar ni demostrar) que sus víctimas fueron decenas de miles la aproxima bastante, teniendo en cuenta que el campo en que operaron los nazis era incomparablemente mayor y más poblado que el de la Inquisición española. Lo que sí podía haber sugerido Netanyahu para probar su afirmación de que la Inquisición española fue la peor de todas (a mí me parecen todas igualmente perversas) es que sus efectos iban más allá de las condenas capitales a través de las repercusiones familiares, los sambenitos y, más tarde, los estatutos de limpieza de sangre, que muchos de los afectados se dieron trazas para eludir mientras que otros quedaron presos en la red.
Una observación final: yo no soy un detractor de Netanyahu; sigo con interés su obra desde el Isaac Abravanel, que me parece la mejor, y nada me agradaría más que llegar a un acuerdo sobre los puntos discutidos.
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* Antonio Domínguez Ortiz es miembro de la Real Academia de la Historia.
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Tomado de: http://www.elpais.com/articulo/opinion/NETANYAHU/_BENJAMIN/Replica/amistosa/Benzion/Netanyahu/elpepiopi/20000315elpepiopi_4/Tes
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ANTONIO DOMÍNGUEZ ORTIZ
"El Pais", Madrid, 15/03/2000
Si por segunda y última vez me acojo a la hospitalidad de estas páginas para hablar de la monumental obra de Benzion Netanyahu sobre el origen de la Inquisición española, no lo hago con la intención de prolongar una polémica, sino de aclarar algunos conceptos que pueden interesar al común de los lectores. Ante todo, la teoría de que la práctica totalidad de los judeoconversos españoles eran buenos cristianos; de aquí dimana todo, porque, si es cierta, la Inquisición era una farsa organizada con fines racistas para exterminar una clase social y obtener ventajas políticas y económicas para la Corona de España. De motivos religiosos, nada. Una pregunta incidental al señor Netanyahu: ¿ha visto las quejas de los inquisidores a la Suprema sobre el exceso de trabajo? Eran frecuentes y difíciles de explicar dentro de la teoría de la farsa y el montaje.
Que al cabo de varias generaciones los conversos fueran en su mayoría cristianos es una opinión mayoritaria y razonable. Que, no obstante, una minoría apreciable (un cuarto, un quinto, un sexto del total) permaneciera fiel a la antigua creencia es también lógico tratándose de una minoría que había sufrido grandes presiones; en esto también están de acuerdo todos o casi todos los autores, incluso historiadores judíos de prestigio como Baer y Albert Sicroff. El único argumento en contra lo extrae Netanyahu de los dictámenes de los rabinos; eran negativos en cuanto a la ortodoxia de los conversos porque veían las cosas en blanco y negro: "No son buenos judíos, luego son cristianos". No tenían en cuenta los infinitos repliegues del alma humana, la influencia del medio ambiente, la contaminación inevitable de conceptos y prácticas de una religión que tenían que profesar, aunque fuera con íntimo rechazo. Así nació el fenómeno de lo que Van Praag, en un artículo memorable, llamó "almas en litigio", personas que se debaten entre una y otra creencia, o bien que, decididas en favor de una, conservan muchas huellas de la otra, como se ve en La certeza del camino, publicada en Amsterdam por Tomás Rodríguez Pereira, marrano nacido en Madrid y muerto en Amsterdam como judío, aunque en dicho libro hay conceptos de indudable raíz católica. La mezcla de ambas creencias había conducido en la Andalucía del siglo XV a situaciones de gran confusión, como se deduce de la Católica impugnación de fray Hernando de Talavera, editado por Márquez Villanueva con estudio preliminar que es inexplicable que no cite Netanyahu. Allí se aprecia cómo esa confusión doctrinal conducía a muchos a la duda, a otros a intentos de sincretismo entre ambas creencias, a no pocos al escepticismo completo y a ciertas almas elevadas al intento de alzarse sobre las diferencias doctrinales a través de la pura filosofía, como fue el caso del gran Benito Espinosa.
Otro frecuente motivo de error es pensar que como la Inquisición fue fundada y sostenida por los reyes era una institución política, no religiosa. Olvidan que en el Antiguo Régimen ambos aspectos se confundían. La herejía era, a la vez que un pecado, un delito castigado por las leyes. No había Inquisición en Francia, donde Etienne Dolet fue condenado a muerte por el Parlamento de París, igual que le ocurrió a Servet en la Ginebra de Calvino. Los reyes sentían su responsabilidad ante Dios de conservar y regir su Iglesia. Fueron ellos, y no los papas, quienes dirigieron la reforma de las órdenes religiosas; fue Carlos V el verdadero artífice del Concilio de Trento. La existencia comprobada de judaizantes llevó a los Reyes Católicos a establecer la Inquisición, y luego, para evitar contaminaciones, al decreto de expulsión de los judíos. No eran motivos raciales, puesto que mantuvieron conversos en su entorno inmediato y facilitaron su acceso a cargos públicos mediante unas ventas de cargos en las que a nadie se le preguntaba su origen.
Menos aún puede considerarse la creación de la Inquisición como un medio de apaciguar a la plebe "subiéndose a la marea alta del antisemitismo" como escribió Netanyahu en Inquisición española y mentalidad inquisitorial [1984]. Aquellos reyes no necesitaban subirse a ninguna ola para hacerse respetar. ¡Menudos eran! El Cura de los Palacios, en su gráfico estilo, dice que, al saber que se aproximaban a Sevilla, salieron fuyendo de ella más de dos mil alborotadores y delincuentes. La Andalucía convulsa del reinado de Enrique IV era una balsa de aceite al terminar el siglo.
En relación con esto tengo también que aclarar que la Inquisición no se creó para halagar al pueblo, porque nunca fue una institución popular, aunque ciertos fanáticos la aplaudieran, aunque los amantes de espectáculos morbosos se agolparan en los autos de fe. No podía ser popular una institución altanera, que gustaba hacerse temer, que estaba en perpetua pugna con todas las autoridades civiles y eclesiásticas. Pinta bien esta actitud una anécdota cuya autenticidad no garantizo, pero es trasunto de un estado de opinión: a un labrador de un pueblo de Castilla le avisa su mujer de que un inquisidor pregunta por él; sale a su encuentro pálido y tembloroso, pero ¡no hay motivo de alarma! El inquisidor sólo quería probar los frutos de un manzano cuya excelencia le habían ponderado. El labrador le da todas las manzanas. El día siguiente un vecino ve que está arrancando el árbol de cuajo y le pregunta la razón: "Para que no vuelva por aquí el inquisidor", le replica el campesino.
Es también para mí evidente que, si no buscaban popularidad los reyes al crear la Inquisición, tampoco lo hicieron para allegar recursos. Y aquí topamos con otros de los defectos de la obra que comentamos: los fallos de información, las lagunas bibliográficas. "Domínguez Ortiz también desbarra en su intento de minimizar los ingresos del Santo Oficio a lo largo de toda su trayectoria" (Los orígenes de la Inquisición en la España del siglo XV, página 925), y apoya esta afirmación con algunos datos sueltos, cuando lo que había que consultar es la obra de José Martínez Millán La hacienda de la Inquisición, basada en años de investigación. Allí es donde puede comprobarse si la Inquisición fue buen o mal negocio para la Corona.
La misma falta de buena información bibliográfica se comprueba en el tema de la población judía y conversa de Sevilla, que Netanyahu viene arrastrando desde hace tiempo en otras publicaciones, alegando testimonios diversos, contradictorios, poco dignos de crédito, cuando la cuestión la resolvió Antonio Collantes de Terán, archivero del Ayuntamiento de Sevilla, en un libro publicado hace ya 23 años y en el que se demuestra, utilizando planos y padrones de la época, que en la judería de Sevilla no había ni podía haber más de cuatrocientas o quinientas familias, lo que contradice cálculos exagerados y está de acuerdo con las estimaciones de Klaus Wagner sobre el número de víctimas que causó la Inquisición de Sevilla en su primera y más mortífera fase de actividad. No encuentro a Wagner en la bibliografía de Los orígenes de la Inquisición, ni tampoco los numerosos libros de tema inquisitorial de Juan Blázquez Miguel, uno de los cuales, como mínimo, Inquisición y criptojudaísmo, es indispensable para el cálculo de las víctimas.
Y así llegamos al último de los puntos que me proponía abordar. Es cierto que Netanyahu no compara explícitamente la Inquisición española con el holocausto hitleriano, pero al sugerir (no concretar ni demostrar) que sus víctimas fueron decenas de miles la aproxima bastante, teniendo en cuenta que el campo en que operaron los nazis era incomparablemente mayor y más poblado que el de la Inquisición española. Lo que sí podía haber sugerido Netanyahu para probar su afirmación de que la Inquisición española fue la peor de todas (a mí me parecen todas igualmente perversas) es que sus efectos iban más allá de las condenas capitales a través de las repercusiones familiares, los sambenitos y, más tarde, los estatutos de limpieza de sangre, que muchos de los afectados se dieron trazas para eludir mientras que otros quedaron presos en la red.
Una observación final: yo no soy un detractor de Netanyahu; sigo con interés su obra desde el Isaac Abravanel, que me parece la mejor, y nada me agradaría más que llegar a un acuerdo sobre los puntos discutidos.
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* Antonio Domínguez Ortiz es miembro de la Real Academia de la Historia.
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Tomado de: http://www.elpais.com/articulo/opinion/NETANYAHU/_BENJAMIN/Replica/amistosa/Benzion/Netanyahu/elpepiopi/20000315elpepiopi_4/Tes
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Orígenes de la Inquisición Española - 5
Sobre Inquisición y lectura: fin de un debate.
BENZION NETANYAHU
"El Pais", Madrid, 06/05/2000
El profesor Domínguez Ortiz ha considerado necesario escribir, con el título de Réplica amistosa, un segundo artículo sobre mi libro Los orígenes de la Inquisición (EL PAÍS, 15 de marzo de 2000). Es obvio que se trata de una respuesta a mi refutación de su crítica en un artículo anterior (EL PAÍS, 16 de julio de 1999). Ni la amistad ni la hostilidad deben condicionar la discusión honrada de los temas históricos; nuestra única norma debe ser la búsqueda de la verdad. Por eso me sorprendió el adjetivo "amistosa", que no he visto nunca utilizado en este tipo de discusiones. Leído el artículo, quedé igualmente sorprendido por el sustantivo "réplica", que supuestamente resumiría su contenido. Pues el profesor Domínguez Ortiz no responde a mis argumentos contra lo que consideré como una tergiversación de mis ideas, ni siquiera alude a ellos. En su lugar presenta una serie de argumentos nuevos con los que intenta invalidar mi tesis, atribuyéndome una vez más, directa o indirectamente, ideas que nunca he expresado ni pensado. Naturalmente, esto me obliga de nuevo a poner las cosas en claro, aunque de la manera más breve posible. Tocaré sólo algunos puntos básicos.
Evidentemente, Domínguez Ortiz se resiste a reconocer una equivocación por muy patente que sea. Sin mencionar mis pruebas contra su errónea acusación de que yo compare las acciones anticonversas de la Inquisición con la exterminación nazi de los judíos, ahora intenta "explicar" y justificar esa acusación, con lo cual, de hecho, la repite: "Es cierto que Netanyahu no compara explícitamente la Inquisición española con el Holocausto hitleriano, pero al sugerir (no concretar ni demostrar) que sus víctimas fueron decenas de miles se aproxima bastante, teniendo en cuenta que el campo en el que operaron los nazis era incomparablemente mayor y más poblado que el de la Inquisición española". En el contexto de Domínguez Ortiz se sobrentiende, por supuesto, que al hablar de "víctimas" se refiere a los conversos condenados por la Inquisición a la hoguera o a otros géneros de muerte. Ahora bien, en ninguno de mis escritos he dicho yo que los conversos condenados a muerte por la Inquisición española se elevasen a decenas de miles. Ni he calculado nunca el número de los relajados por el Santo Oficio ni siquiera me he ocupado del tema. Sólo al tratar del número de conversos mencioné algunos testimonios de cifras sobre las víctimas de la Inquisición, como el de Bernáldez (700 en Sevilla en ocho años), el de la Inquisición misma (1.000 para Sevilla en 32 años) y uno de un autor anónimo (4.000 en el arzobispado de Sevilla en 40 años, o sea, hasta 1520).
Es bien conocido que a partir de 1520 el número de conversos quemados por la Inquisición se redujo mucho, y si yo hubiera afirmado que durante toda la historia de la Inquisición ese número se aproximaba por lo menos a dos decenas de miles, sin duda mi cálculo hubiera sido excesivo. Pero, como he dicho, yo nunca he afirmado tal cosa. Y si lo hubiera hecho --por cerrar todas las espitas de la discusión--, ¿admitiría ese cálculo la comparación más remota con el Holocausto, si hacemos lo que Domínguez Ortiz sugiere, o sea, tomar en consideración la magnitud de la operación nazi y el tamaño de la población afectada? El Holocausto destruyó, ¡en cinco años y medio!, el 90% de la población judía sujeta a los nazis, mientras en la Inquisición habría muerto en tres siglos y medio --es decir, en doce generaciones-- el 3,3% de la población conversa, según mi cálculo de su número, y el 6,6%, según el de Domínguez Ortiz. Me es imposible comprender cómo ha equiparado el Holocausto nazi con el número de víctimas de la Inquisición, aunque piense -por razones incomprensibles para mí- que yo haya mantenido la exagerada cifra de las decenas de miles de víctimas.
En conexión con lo anterior, nuestro crítico me atribuye el haber clasificado a la Inquisición española como "la peor de todas" las organizaciones de persecución de su especie. Domínguez Ortiz es un escritor cuidadoso que sabe escoger sus palabras, pero en este caso no ha hecho bien su elección. Con el término "la peor", el lector puede entender la "Inquisición más cruel y tiránica" (recordando las cualidades que lord Acton atribuyó a todos los tribunales de ese tipo), o la institución que infligió el mayor perjuicio, dolor y sufrimiento en los sujetos de su castigo. En realidad, yo creo que la Inquisición del Languedoc causó mayor daño a los albigenses, o la de los Países Bajos a los holandeses, que la Inquisición española a los conversos. Sin embargo, en mis obras me he abstenido de tales comparaciones y no he utilizado el término "la peor" para calificar a la Inquisición española. Lo que yo intentaba era notar su peculiar carácter, que a mi juicio consistió en atacar una herejía ficticia, mientras todas o casi todas las otras inquisiciones lucharon contra movimientos verdaderamente "heréticos" en algún sentido; es decir, desde el punto de vista católico. Hablando en general, no sabría lo que es peor: si causar menor daño a base de acusaciones falsas o un daño mayor a base de acusaciones verdaderas, especialmente cuando las unas y las otras son para nosotros absolutamente injustificables.
Es "lógico", dice Domínguez Ortiz, que, pasadas varias generaciones desde la conversión, "una minoría apreciable" de los judeoconversos "permaneciera fiel a la antigua creencia". Por "minoría apreciable" entiende un cuarto, un quinto e incluso un sexto (¡!) del grupo converso. "En esto también están de acuerdo todos o casi todos los autores, incluso historiadores judíos de prestigio como Baer y Albert Sicroff". No sé de dónde haya podido sacar nuestro crítico estas extrañas estadísticas, pero claramente no está familiarizado con el estado de los estudios judaicos. Albert Sicroff, judío, es un profesor de literatura española y autor de un libro bien conocido sobre La limpieza de sangre, pero no es un historiador de temas judíos. El título de "historiador judío de prestigio" le compete plenamente al difunto profesor Baer, pero él nunca dijo que sólo "una minoría" de conversos permaneció fiel al judaísmo, mientras su inmensa mayoría se había hecho cristiana. Hace 37 años, cuando yo llegué a esta conclusión por mis estudios de los responsa rabínicos, yo sabía que la convicción vigente entre los estudiosos judíos era la de Baer, contraria a la mía: a saber, que "la mayoría de los conversos eran judíos". Ésta era también la postura de los estudiosos españoles, con aisladas aunque notables excepciones (Américo Castro y F. Márquez Villanueva). Desde entonces la situación ha cambiado de manera considerable, pero creo que todavía está lejos de lo que nuestro crítico indica. En todo caso, Domínguez Ortiz se funda en la "lógica" y en "la opinión de los estudiosos". Por supuesto, éstos son factores dignos de todo respeto, si se conforman con fuentes fiables o al menos no contradicen la información aportada por fuentes indiscutibles. Sin embargo, la afirmación de Domínguez Ortiz no sólo carece de pruebas documentales, sino que está en conflicto con muchas de las fuentes presentadas en mis libros Los marranos españoles y Los orígenes de la Inquisición.
Pero debo detenerme algo más en la observación del profesor Domínguez Ortiz para entender adónde apunta. Me critica por haber sostenido, según él dice, que "la práctica totalidad de los judeoconversos españoles eran buenos cristianos" en el momento en que se funda la Inquisición. Para ser exactos, yo he presentado a los judíos todavía leales a los intereses de su pueblo en aquel momento como una minoría tan débil que no nos obliga a modificar nuestra visión global del grupo converso. Y desde el punto de vista de su influencia eran una minoría demasiado insignificante como para presentar ningún tipo de peligro al cristianismo de España o de los cristianos nuevos (Los orígenes, páginas 845-846). Los presento como las últimas bocanadas de un judaísmo moribundo en el marginado grupo converso, y que, por tanto, no podían constituir un motivo auténtico para el establecimiento de la Inquisición.
Domínguez Ortiz intenta invalidar esta conclusión. Convencido de que la Inquisición se fundó solamente por razones religiosas, necesita sostener que los judaizantes eran todavía una "minoría apreciable" (no menos de un sexto), activa e influyente, y lo que es más, que significaban una amenaza para la pureza cristiana de España. Ahora bien, para afirmar esto da de mano a las fuentes que pintan a los conversos en términos generales como un grupo cristianizado desde mediados del siglo XV (!). Da de mano igualmente la visión de los rabinos españoles hacia 1480, que los definían como apóstatas o gentiles, o el júbilo con el que saludaron los judíos españoles las quemas de los conversos por parte de la Inquisición. Esa enorme exultación sólo se explica si los judíos miraban a los conversos como renegados, y si quedaban entre ellos tan pocos judaizantes que apenas se podía señalar alguno entre los condenados a la hoguera. Esa actitud hubiera sido imposible si los judaizantes hubieran constituido "una apreciable minoría". Sin duda, algunos se hubieran encontrado entre las víctimas, y el júbilo de los judíos se habría teñido de dolor ante el trágico destino de mártires fieles que arriesgaban -y perdían- su vida por la fe.
Domínguez Ortiz, que no puede contradecir estas fuentes, presenta una teoría propia: los rabinos juzgaron de manera "negativa" a los judaizantes porque no los consideraban suficientemente ortodoxos. "Veían las cosas en blanco y negro: 'No son buenos judíos, luego son cristianos". La última proposición la incluye entre comillas dando la impresión de que se trata de una cita; debo, pues, notar que en toda la literatura rabínica no se encuentra cláusula semejante y, por tanto, la teoría mencionada de Domínguez Ortiz carece de todo fundamento documental. De hecho, los rabinos no trataron a los conversos como jueces ortodoxos rígidos, sino de manera liberal y auténticamente tolerante. Comprendían el dilema del converso al tener que llevar una doble vida, y con frecuencia supusieron que cuando violaba la ley judaica, no violaba sus preceptos voluntariamente, sino por algún miedo que sólo el afectado conocía. Es más, precisamente la idea de los rabinos según la cual el converso forzado seguía siendo judío se funda en esa perpetua presunción. Fue solamente cuando percibieron el cambio de actitud de los conversos hacia el judaísmo y el cristianismo, su desprecio del primero y apego al segundo, y especialmente la manera de educar a sus hijos, cuando los rabinos cambiaron de postura. Y, sin embargo, mientras encontraron individuos o grupos fieles en su corazón a la "antigua fe", los trataron con fraternal afecto.
Olvidando todos estos hechos, Domínguez Ortiz declara que el testimonio rabínico, inválido en su opinión, es "el único argumento" que puedo esgrimir contra su idea de la "apreciable minoría conversa". Pero esta idea es igualmente errónea y me lleva a pensar, aunque me es sensible decirlo, que Domínguez Ortiz no ha leído mi libro con atención, o sólo ha leído algunas secciones. Creo haber demostrado con toda claridad que los testimonios rabínicos concuerdan plenamente con lo escrito sobre los cristianos nuevos por conversos tan eminentes como el cardenal Torquemada y Fernán Díaz de Toledo (Los orígenes, páginas 370- 371, 396-397) y con testimonios de muy distinguidos cristianos viejos, como Lope de Barrientos y Alonso Díaz de Montalvo (ibídem, páginas 557-558, 565-566). Saltando también sobre estos documentos, Domínguez Ortiz puede pasar a sostener que la Inquisición española fue creada, como un antídoto contra los judaizantes, por los reyes, que, según sus palabras, "sentían responsabilidad ante Dios de conservar y regir su Iglesia".
Esto le lleva a Domínguez Ortiz a descalificar la razón principal que nosotros le atribuimos al rey Fernando para establecer la Inquisición. No fue el poderoso movimiento anticonverso cuyos violentos estallidos, susceptibles de soliviantar de nuevo el reino, los Reyes Católicos querían impedir a toda costa. Él sostiene que ellos no temían nada ni a nadie. He aquí su prueba: al acercarse los reyes a Sevilla, dice Bernáldez, "salieron fuyendo de ella más de dos mil alborotadores y delincuentes". En nuestra opinión, Fernando sabía distinguir entre los elementos criminales, que siempre constituyen minoría, y un movimiento de masa alimentado por el odio y el celo, y arropado en doctrinas que lo justificaban. Era un hombre de Estado que sabía valorar el pasado y prever los entresijos del futuro. Y se dio cuenta de que tenía que mostrar algún respeto a ese movimiento si quería mantenerlo amansado y sujeto. Así lo adoptó no sólo la Inquisición, sino también el partido insurgente que aceptaba algunos de sus eslóganes (ibídem, página 225): ¿cómo explicar su increíble afirmación de que los conversos judíos aceptaron el cristianismo "sin fuerza ni premia"; es decir, voluntariamente? (ibídem, página 918).
La última frase de la "amistosa réplica" de Domínguez Ortiz expresa un sentimiento recomendable. "Nada me agradaría más", dice, "que llegar a un acuerdo sobre los puntos discutidos". Sólo me resta añadir que podemos acercarnos e incluso llegar a ese blanco si el profesor Domínguez Ortiz decide prestar atención al amplio repertorio de fuentes que había estado suprimido y olvidado durante mucho tiempo, y que yo he desenterrado en mis Orígenes de la Inquisición.
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* Benzion Netanyahu es profesor emérito en la Cornell University.
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Tomado de: http://www.elpais.com/articulo/opinion/DOMINGUEZ_ORTIZ/_ANTONIO/Inquisicion/lectura/fin/debate/elpepiopi/20000506elpepiopi_7/Tes
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BENZION NETANYAHU
"El Pais", Madrid, 06/05/2000
El profesor Domínguez Ortiz ha considerado necesario escribir, con el título de Réplica amistosa, un segundo artículo sobre mi libro Los orígenes de la Inquisición (EL PAÍS, 15 de marzo de 2000). Es obvio que se trata de una respuesta a mi refutación de su crítica en un artículo anterior (EL PAÍS, 16 de julio de 1999). Ni la amistad ni la hostilidad deben condicionar la discusión honrada de los temas históricos; nuestra única norma debe ser la búsqueda de la verdad. Por eso me sorprendió el adjetivo "amistosa", que no he visto nunca utilizado en este tipo de discusiones. Leído el artículo, quedé igualmente sorprendido por el sustantivo "réplica", que supuestamente resumiría su contenido. Pues el profesor Domínguez Ortiz no responde a mis argumentos contra lo que consideré como una tergiversación de mis ideas, ni siquiera alude a ellos. En su lugar presenta una serie de argumentos nuevos con los que intenta invalidar mi tesis, atribuyéndome una vez más, directa o indirectamente, ideas que nunca he expresado ni pensado. Naturalmente, esto me obliga de nuevo a poner las cosas en claro, aunque de la manera más breve posible. Tocaré sólo algunos puntos básicos.
Evidentemente, Domínguez Ortiz se resiste a reconocer una equivocación por muy patente que sea. Sin mencionar mis pruebas contra su errónea acusación de que yo compare las acciones anticonversas de la Inquisición con la exterminación nazi de los judíos, ahora intenta "explicar" y justificar esa acusación, con lo cual, de hecho, la repite: "Es cierto que Netanyahu no compara explícitamente la Inquisición española con el Holocausto hitleriano, pero al sugerir (no concretar ni demostrar) que sus víctimas fueron decenas de miles se aproxima bastante, teniendo en cuenta que el campo en el que operaron los nazis era incomparablemente mayor y más poblado que el de la Inquisición española". En el contexto de Domínguez Ortiz se sobrentiende, por supuesto, que al hablar de "víctimas" se refiere a los conversos condenados por la Inquisición a la hoguera o a otros géneros de muerte. Ahora bien, en ninguno de mis escritos he dicho yo que los conversos condenados a muerte por la Inquisición española se elevasen a decenas de miles. Ni he calculado nunca el número de los relajados por el Santo Oficio ni siquiera me he ocupado del tema. Sólo al tratar del número de conversos mencioné algunos testimonios de cifras sobre las víctimas de la Inquisición, como el de Bernáldez (700 en Sevilla en ocho años), el de la Inquisición misma (1.000 para Sevilla en 32 años) y uno de un autor anónimo (4.000 en el arzobispado de Sevilla en 40 años, o sea, hasta 1520).
Es bien conocido que a partir de 1520 el número de conversos quemados por la Inquisición se redujo mucho, y si yo hubiera afirmado que durante toda la historia de la Inquisición ese número se aproximaba por lo menos a dos decenas de miles, sin duda mi cálculo hubiera sido excesivo. Pero, como he dicho, yo nunca he afirmado tal cosa. Y si lo hubiera hecho --por cerrar todas las espitas de la discusión--, ¿admitiría ese cálculo la comparación más remota con el Holocausto, si hacemos lo que Domínguez Ortiz sugiere, o sea, tomar en consideración la magnitud de la operación nazi y el tamaño de la población afectada? El Holocausto destruyó, ¡en cinco años y medio!, el 90% de la población judía sujeta a los nazis, mientras en la Inquisición habría muerto en tres siglos y medio --es decir, en doce generaciones-- el 3,3% de la población conversa, según mi cálculo de su número, y el 6,6%, según el de Domínguez Ortiz. Me es imposible comprender cómo ha equiparado el Holocausto nazi con el número de víctimas de la Inquisición, aunque piense -por razones incomprensibles para mí- que yo haya mantenido la exagerada cifra de las decenas de miles de víctimas.
En conexión con lo anterior, nuestro crítico me atribuye el haber clasificado a la Inquisición española como "la peor de todas" las organizaciones de persecución de su especie. Domínguez Ortiz es un escritor cuidadoso que sabe escoger sus palabras, pero en este caso no ha hecho bien su elección. Con el término "la peor", el lector puede entender la "Inquisición más cruel y tiránica" (recordando las cualidades que lord Acton atribuyó a todos los tribunales de ese tipo), o la institución que infligió el mayor perjuicio, dolor y sufrimiento en los sujetos de su castigo. En realidad, yo creo que la Inquisición del Languedoc causó mayor daño a los albigenses, o la de los Países Bajos a los holandeses, que la Inquisición española a los conversos. Sin embargo, en mis obras me he abstenido de tales comparaciones y no he utilizado el término "la peor" para calificar a la Inquisición española. Lo que yo intentaba era notar su peculiar carácter, que a mi juicio consistió en atacar una herejía ficticia, mientras todas o casi todas las otras inquisiciones lucharon contra movimientos verdaderamente "heréticos" en algún sentido; es decir, desde el punto de vista católico. Hablando en general, no sabría lo que es peor: si causar menor daño a base de acusaciones falsas o un daño mayor a base de acusaciones verdaderas, especialmente cuando las unas y las otras son para nosotros absolutamente injustificables.
Es "lógico", dice Domínguez Ortiz, que, pasadas varias generaciones desde la conversión, "una minoría apreciable" de los judeoconversos "permaneciera fiel a la antigua creencia". Por "minoría apreciable" entiende un cuarto, un quinto e incluso un sexto (¡!) del grupo converso. "En esto también están de acuerdo todos o casi todos los autores, incluso historiadores judíos de prestigio como Baer y Albert Sicroff". No sé de dónde haya podido sacar nuestro crítico estas extrañas estadísticas, pero claramente no está familiarizado con el estado de los estudios judaicos. Albert Sicroff, judío, es un profesor de literatura española y autor de un libro bien conocido sobre La limpieza de sangre, pero no es un historiador de temas judíos. El título de "historiador judío de prestigio" le compete plenamente al difunto profesor Baer, pero él nunca dijo que sólo "una minoría" de conversos permaneció fiel al judaísmo, mientras su inmensa mayoría se había hecho cristiana. Hace 37 años, cuando yo llegué a esta conclusión por mis estudios de los responsa rabínicos, yo sabía que la convicción vigente entre los estudiosos judíos era la de Baer, contraria a la mía: a saber, que "la mayoría de los conversos eran judíos". Ésta era también la postura de los estudiosos españoles, con aisladas aunque notables excepciones (Américo Castro y F. Márquez Villanueva). Desde entonces la situación ha cambiado de manera considerable, pero creo que todavía está lejos de lo que nuestro crítico indica. En todo caso, Domínguez Ortiz se funda en la "lógica" y en "la opinión de los estudiosos". Por supuesto, éstos son factores dignos de todo respeto, si se conforman con fuentes fiables o al menos no contradicen la información aportada por fuentes indiscutibles. Sin embargo, la afirmación de Domínguez Ortiz no sólo carece de pruebas documentales, sino que está en conflicto con muchas de las fuentes presentadas en mis libros Los marranos españoles y Los orígenes de la Inquisición.
Pero debo detenerme algo más en la observación del profesor Domínguez Ortiz para entender adónde apunta. Me critica por haber sostenido, según él dice, que "la práctica totalidad de los judeoconversos españoles eran buenos cristianos" en el momento en que se funda la Inquisición. Para ser exactos, yo he presentado a los judíos todavía leales a los intereses de su pueblo en aquel momento como una minoría tan débil que no nos obliga a modificar nuestra visión global del grupo converso. Y desde el punto de vista de su influencia eran una minoría demasiado insignificante como para presentar ningún tipo de peligro al cristianismo de España o de los cristianos nuevos (Los orígenes, páginas 845-846). Los presento como las últimas bocanadas de un judaísmo moribundo en el marginado grupo converso, y que, por tanto, no podían constituir un motivo auténtico para el establecimiento de la Inquisición.
Domínguez Ortiz intenta invalidar esta conclusión. Convencido de que la Inquisición se fundó solamente por razones religiosas, necesita sostener que los judaizantes eran todavía una "minoría apreciable" (no menos de un sexto), activa e influyente, y lo que es más, que significaban una amenaza para la pureza cristiana de España. Ahora bien, para afirmar esto da de mano a las fuentes que pintan a los conversos en términos generales como un grupo cristianizado desde mediados del siglo XV (!). Da de mano igualmente la visión de los rabinos españoles hacia 1480, que los definían como apóstatas o gentiles, o el júbilo con el que saludaron los judíos españoles las quemas de los conversos por parte de la Inquisición. Esa enorme exultación sólo se explica si los judíos miraban a los conversos como renegados, y si quedaban entre ellos tan pocos judaizantes que apenas se podía señalar alguno entre los condenados a la hoguera. Esa actitud hubiera sido imposible si los judaizantes hubieran constituido "una apreciable minoría". Sin duda, algunos se hubieran encontrado entre las víctimas, y el júbilo de los judíos se habría teñido de dolor ante el trágico destino de mártires fieles que arriesgaban -y perdían- su vida por la fe.
Domínguez Ortiz, que no puede contradecir estas fuentes, presenta una teoría propia: los rabinos juzgaron de manera "negativa" a los judaizantes porque no los consideraban suficientemente ortodoxos. "Veían las cosas en blanco y negro: 'No son buenos judíos, luego son cristianos". La última proposición la incluye entre comillas dando la impresión de que se trata de una cita; debo, pues, notar que en toda la literatura rabínica no se encuentra cláusula semejante y, por tanto, la teoría mencionada de Domínguez Ortiz carece de todo fundamento documental. De hecho, los rabinos no trataron a los conversos como jueces ortodoxos rígidos, sino de manera liberal y auténticamente tolerante. Comprendían el dilema del converso al tener que llevar una doble vida, y con frecuencia supusieron que cuando violaba la ley judaica, no violaba sus preceptos voluntariamente, sino por algún miedo que sólo el afectado conocía. Es más, precisamente la idea de los rabinos según la cual el converso forzado seguía siendo judío se funda en esa perpetua presunción. Fue solamente cuando percibieron el cambio de actitud de los conversos hacia el judaísmo y el cristianismo, su desprecio del primero y apego al segundo, y especialmente la manera de educar a sus hijos, cuando los rabinos cambiaron de postura. Y, sin embargo, mientras encontraron individuos o grupos fieles en su corazón a la "antigua fe", los trataron con fraternal afecto.
Olvidando todos estos hechos, Domínguez Ortiz declara que el testimonio rabínico, inválido en su opinión, es "el único argumento" que puedo esgrimir contra su idea de la "apreciable minoría conversa". Pero esta idea es igualmente errónea y me lleva a pensar, aunque me es sensible decirlo, que Domínguez Ortiz no ha leído mi libro con atención, o sólo ha leído algunas secciones. Creo haber demostrado con toda claridad que los testimonios rabínicos concuerdan plenamente con lo escrito sobre los cristianos nuevos por conversos tan eminentes como el cardenal Torquemada y Fernán Díaz de Toledo (Los orígenes, páginas 370- 371, 396-397) y con testimonios de muy distinguidos cristianos viejos, como Lope de Barrientos y Alonso Díaz de Montalvo (ibídem, páginas 557-558, 565-566). Saltando también sobre estos documentos, Domínguez Ortiz puede pasar a sostener que la Inquisición española fue creada, como un antídoto contra los judaizantes, por los reyes, que, según sus palabras, "sentían responsabilidad ante Dios de conservar y regir su Iglesia".
Esto le lleva a Domínguez Ortiz a descalificar la razón principal que nosotros le atribuimos al rey Fernando para establecer la Inquisición. No fue el poderoso movimiento anticonverso cuyos violentos estallidos, susceptibles de soliviantar de nuevo el reino, los Reyes Católicos querían impedir a toda costa. Él sostiene que ellos no temían nada ni a nadie. He aquí su prueba: al acercarse los reyes a Sevilla, dice Bernáldez, "salieron fuyendo de ella más de dos mil alborotadores y delincuentes". En nuestra opinión, Fernando sabía distinguir entre los elementos criminales, que siempre constituyen minoría, y un movimiento de masa alimentado por el odio y el celo, y arropado en doctrinas que lo justificaban. Era un hombre de Estado que sabía valorar el pasado y prever los entresijos del futuro. Y se dio cuenta de que tenía que mostrar algún respeto a ese movimiento si quería mantenerlo amansado y sujeto. Así lo adoptó no sólo la Inquisición, sino también el partido insurgente que aceptaba algunos de sus eslóganes (ibídem, página 225): ¿cómo explicar su increíble afirmación de que los conversos judíos aceptaron el cristianismo "sin fuerza ni premia"; es decir, voluntariamente? (ibídem, página 918).
La última frase de la "amistosa réplica" de Domínguez Ortiz expresa un sentimiento recomendable. "Nada me agradaría más", dice, "que llegar a un acuerdo sobre los puntos discutidos". Sólo me resta añadir que podemos acercarnos e incluso llegar a ese blanco si el profesor Domínguez Ortiz decide prestar atención al amplio repertorio de fuentes que había estado suprimido y olvidado durante mucho tiempo, y que yo he desenterrado en mis Orígenes de la Inquisición.
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* Benzion Netanyahu es profesor emérito en la Cornell University.
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Tomado de: http://www.elpais.com/articulo/opinion/DOMINGUEZ_ORTIZ/_ANTONIO/Inquisicion/lectura/fin/debate/elpepiopi/20000506elpepiopi_7/Tes
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