Una polémica
Por Nelson ManriqueLa República, Lima, martes 12 de enero de 2010
La publicación de mi libro ¡Usted fue aprista! Bases para una historia crítica del Apra (PUCP-CLACSO 2009) ha provocado iras y entusiasmos, lo que no me sorprende. Pero sí me sorprende el espectro de reacciones que el texto ha suscitado, que van desde acres críticas de militantes apristas –recogidas en diversos blogs– y de Tony Zapata, hasta las de Javier Valle Riestra. Los apristas y Zapata consideran que soy antiaprista y que mi libro no reconoce ningún mérito a Haya de la Torre ni al Apra. Valle Riestra, por su parte, ha tenido la generosidad de calificar mi libro como “excelente” y ha llegado a la conclusión de que, en el fondo de mi corazón, soy aprista. Aunque, como JVR sabe, no soy ni nunca fui aprista, valoro especialmente su opinión, porque se trata de un hayista convicto y confeso y además protagonista de algunas de las coyunturas críticas que reconstruyo en mi libro.
Cuando un mismo libro puede provocar reacciones tan encontradas debe sospecharse que hay elementos que van más allá del texto –o que más bien son anteriores a él– que alimentan lecturas tan contrapuestas. Pre-juicios. De esta manera, el libro termina convirtiéndose en una especie de ecran, donde los lectores terminan proyectando imágenes que están más en sus ojos que en el texto mismo.
Se me acusa de no reconocerle ningún mérito a Haya ni al Apra, sin considerar que con relación al primero una y otra vez subrayo su carisma y gran capacidad como organizador, su extraordinario talento como ideólogo y político, su empuje en el trabajo, su ascetismo, su honradez y desapego con relación al dinero y los bienes materiales (véase la diferencia con sus seguidores), su gran valor, prácticamente demostrado al quedarse a conducir personalmente al Apra en la clandestinidad con riesgo de su propia vida, y más. Con relación al Apra, he testimoniado la mística a toda prueba de los apristas, su entrega a una militancia en que el partido se constituía en una familia alternativa, su integridad, disciplina y voluntad revolucionaria, su lealtad al jefe y el partido, etc. Es irónico que quienes han leído mi texto sin reparar en estos elementos me acusen de falta de objetividad.
Haya de la Torre corresponde a esa estirpe de personajes excepcionales que son excesivos tanto en sus virtudes como en sus defectos. Su retrato inevitablemente estaría incompleto si, junto con sus virtudes, no se registran sus grandes defectos. Ellos nos hacen humanos y la reacción de algunos apristas a las críticas a Haya pareciera provenir de la dificultad de pensarlo como un ser humano, grande en su acción y proyecciones, pero humano al fin.
Un problema importante que este debate ha suscitado es el relativo a la objetividad en la historia y las CCSS. Antonio Zapata (“El APRA de Manrique”, La República, 02/12/2009) considera que no soy objetivo por mi izquierdismo: mi falta de simpatía con Haya y el Apra. En un texto más reciente (“Denostar o aprender”, La República, 16/12/2009) Tony sugiere que se puede ser más objetivo si uno escoge un tema que no le suscite gran encono. Se trata de una propuesta discutible: el trotskista Isaac Deustcher ha hecho la más formidable biografía de Stalin y por cierto no era un admirador del dictador soviético. Eric Hobsbawm, el mayor historiador de la burguesía, no es, por cierto, alguien que la ame, y la lista podría seguir. Si la simpatía con aquello que se estudia fuera la condición para hacer una historia aceptable Haya estaría cubierto de obras maestras.
La objetividad, entendida como la neutralidad con relación a aquello que se estudia, es muy problemática con relación a las ciencias del hombre porque el sujeto investigador está contenido por el objeto que pretende estudiar: la sociedad. Este sujeto no puede pretender la distancia frente a su objeto como el biólogo que pone bajo su microscopio tejidos para estudiarlos. El historiador pretende estudiar la sociedad siendo hechura de ésta, desde el idioma que habla, la clase social a la que pertenece, la ideología que (consciente o inconscientemente) profesa, los prejuicios de los que está imbuido, etc. Quienes proclaman su neutralidad como investigadores simplemente testimonian su ingenuidad, al creer que pueden ponerse por encima de todos los determinantes sociales que les preexisten y, lo que es más importante, actúan más allá de su control consciente.
¿No es posible entonces la objetividad? La cuestión requiere más espacio. Volveré sobre el tema.
- - - -Tomado de: http://www.larepublica.pe/columna-en-construccion/12/01/2010/una-polemica
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La objetividad
Por Nelson ManriqueLa República, Lima, martes 19 de enero de 2010
Existe una manera de abordar la objetividad en la investigación social que goza de una amplia aceptación. Esta consiste en declararse “neutral” frente a aquello que se estudia; así –según este razonamiento– los juicios que uno suscribe no serán distorsionados por sus simpatías o antipatías, por sus amores y odios. De aquí se desprende un corolario que guía la reflexión de numerosos investigadores: lo ideal es ubicarse en el justo medio.
Un primer problema de esta opción es que alimenta un pensamiento parasitario: quien escoge el término medio asigna una posición a las ideas existentes en plaza (radicales o conservadoras, progresistas o reaccionarias, etc.) para luego buscar ubicarse en una posición equidistante de ellas. Esta es una fórmula segura para la mediocridad: nos protege de cometer grandes errores, pero nos vacuna igualmente contra los grandes hallazgos.
El segundo problema, con mucho el más importante, es que la “neutralidad” en la investigación social es una ilusión. Como escribí en un artículo anterior, los seres humanos–incluidos por supuesto los investigadores sociales– somos producto de, y estamos contenidos en, la sociedad que pretendemos comprender. No somos pues un sujeto cognoscente situado fuera e independientemente del objeto que estudiamos sino somos su hechura. El idioma que hablamos, la identidad social que nos define (nacional, étnica, religiosa, de clase, etc.), las categorías con las que intentamos conocer el mundo, las ideologías, imaginarios, representaciones que adscribimos, etc., son hechos sociales que existen desde antes de nuestro nacimiento. Por otra parte, nacer en un hogar acomodado o en uno pobre, en la ciudad o el campo, dónde se estudia, tener por lengua materna el castellano, el quechua o el asháninka, etc., va a influir en la forma cómo vemos el mundo. A ello añadiremos nuestras propias experiencias y opciones.
¿Simpatizar con aquello que uno va a estudiar garantiza una buena investigación? No, si, por ejemplo, nos ciega ante las facetas de la realidad que no nos gustan, y esto vale igualmente si detestamos nuestro objeto de estudio. Lo esencial, creo (esto es una cuestión de temperamento), es que nuestro tema sea capaz de apasionarnos; pero esto, claro, es válido para toda empresa humana.
En nuestra forma de conocer, optar o decidir influyen muchos elementos que están por fuera de nuestro control consciente; ese es uno de los mayores hallazgos de las ciencias del hombre. Por eso es ilusorio pretender que por un acto de voluntad podemos ponernos por encima de las solidaridades sociales que hemos forjado, nuestros prejuicios, fobias y simpatías inconscientes, etc., para producir un conocimiento incontaminado. El escritor José Bergamín lo expresó en una frase muy aguda: “Si me hubieran hecho objeto sería objetivo, pero me hicieron sujeto (y soy subjetivo)”.
Por eso es ingenua la crítica de quienes creen decir algo muy profundo al atribuir errores al oponente explicándolos por su ideología, sin que se les ocurra que sus propias proposiciones tienen también un sustrato ideológico. El pensamiento más crudamente ideológico cree que la ideología distorsiona la percepción de los demás pero no la de uno mismo, porque uno piensa, limpiamente, “en científico”.
¿Es imposible entonces la objetividad? En las CCSS podemos hablar más bien de grados de objetividad, que pueden ser mayores en la medida en que seamos capaces de poner bajo control nuestros sesgos conscientes e inconscientes. La paradoja es que suele ser más objetivo quien es capaz de poner sus sesgos sobre la mesa en comparación con aquel que ingenuamente cree que no los tiene y que, al no reconocerlos, no puede controlarlos.
La ciencia, por otra parte, se construye en la confrontación de ideas y esta suele desarrollarse mejor cuando quienes participan en el debate son conscientes de sus sesgos y opciones ideológicas. Esa es la gran lección metodológica que brinda Mariátegui en la “Presentación” de sus 7 Ensayos… y que, obviamente, suscribo: “no soy un crítico imparcial y objetivo. Mis juicios se nutren de mis ideales, de mis sentimientos, de mis pasiones. Tengo una declarada y enérgica ambición: la de concurrir a la creación del socialismo peruano … Es todo lo que debo advertir lealmente al lector a la entrada de mi libro”.
- - - -Tomado de: http://www.larepublica.pe/node/244968
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