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domingo, 22 de marzo de 2009

José Antonio Maravall (1911-1986)



Don José Antonio Maravall Casesnoves (Játiva, 1911-Madrid, 1986)
(Foto de Manuel Escalera, El País, 23-12-06)

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José Antonio Maravall (1911-1986)

Por Pedro Álvarez de Miranda

La repentina muerte de José Antonio Maravall, acaecida el pasado 19 de diciembre [de 1986], ha supuesto la desaparición de una de las figuras unánimemente respetadas y admiradas del hispanismo mundial. Para sus muchos amigos y discípulos ha representado, además, la pérdida inesperada y dolorosísima de una persona de enorme disponibilidad afectiva e intelectual. Sabíamos, sí, que su corazón había sufrido anteriores embates. Pero acaso creíamos, confiados en la misma fortaleza con que había podido resistirlos, y desentendiéndonos de su edad (ese "cálculo ajeno a la inmediata / sensación de vivir" decía Guillén, profesor un tiempo del jovern Maravall), acaso ingenuamente creíamos, digo, que el alto privilegio de poder contar con su palabra amistosa e iluminadora había de durarnos siempre. Hoy nos faltan irremisiblemente ese hilo de voz cálida y esos ojos dulcemente penetrantes que estarán en el recuerdo de todos los que conocieron al profesor José Antonio Maravall. Nos quedan, afortunadamente, el ejemplo de su persona y la increíble riqueza de su obra.

Fue Maravall catedrático de historia del pensamiento político y social de España en la Universidad Complutense, miembro de número de la Real Academia de la Historia, director de Cuadernos Hispanoamericanos, profesor visitante de varias universidades fuera de España, asesor de Hispanic Review, y muchas otras cosas. Quienes deseen conocer con detalle su trayectoria vital y académica pueden acudir a la biografía y la bibliografía que, confeccionadas por la profesora María del Carmen Iglesias, figuran al frente del Homenaje [1985] en tres volúmenes que no hace mucho se le tributó. Ahí se deja constancia cumplidamente del reconocimiento que tanto en España como fuera de ella ha tenido la actividad científica de Maravall, y se recogen los casi treinta libros y las varias docenas de artículos que integran su riquísima producción de historiador. Lo que de esta última produce verdadero pasmo es la capacidad de Maravall para moverse con [p. 409] idéntica facilidad en las distintas etapas de nuestra historia, desde el Medievo (El concepto de España en la Edad Media [1954]) hasta nuestro siglo (ensayos sobre Ortega o sobre varios autores del 98), pasando, muy especialmente, por las épocas del Renacimiento o el Barroco, a las que ha dedicado alguna de sus obras más redondas, o de la Ilustración, por la que más tardíamente pero con intensidad cada vez mayor se sintió interesado.

En la misma línea de tenaz resistencia a la especialización encasilladora se sitúa otra característica no menos sorprendente de la obra de Maravall: su hondo aliento interdisciplinario, de una interdisciplinariedad al margen de cualquier moda. Que los libros de un catedrático de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología sean lectura obligada para los profesores y estudiantes de una Facultad de Filología es un hecho tan infrecuente como aleccionador. Sin hacer propiamente historia política, ni económica, ni de la literatura, el arte, la filosofía o el derecho, la peculiar manera de hacer historia que ha cultivado Maravall, una manera que algún día merecerá la pena desentrañar a fondo y que podemos denominar con él mismo historia social de las mentalidades, tiene la virtud de interesar vivamente a los que se dedican a aquellas disciplinas, pues de todas ellas toma datos para integrarlos en una contrucción global, y, lo que es más importante, tales datos adquieren en sus manos un nuevo e iluminador sentido que la mayoría de las veces había escapado al historiador especializado. Por lo que a los lectores de esta revista muy particularmente concierne, no podemos de jar de recordar la altísima calidad y la capacidad segestiva de libros como El mundo social de "La Celestina" [1964], Utopía y contrautopía en el "Quijote" [1976], La cultura del Barroco [1975] o el tan reciente sobre La literatura picaresca desde la historia social [1986]. Y si se me permite añadir otro aspecto que personalmente me resulta muy cercano, quiero señalar aquí, como ya lo he hecho en otra ocasión, la importancia de algunas esporádicas contribuciones de Maravall a la historia de determinadas unidades léxicas --civilización, felicidad, sensibilidad, industria y fábrica, estadista-- en cuya aparición o modificación de sentido sabía él ver indicios elocuentes de un cambio en la historia del pensamiento.

Ni que decir tiene que todo esto solo es posible si se cuenta con un caudal de lecturas tan apabullante como lo era el de Maravall, persona dotada en grado sumo de esa inagotable curiosidad intelectual tan grata a los ilustrados, y asentada en él sobre la base de un profundo conocimiento de las ciencias sociales. No era Maravall investigador de archivo: era, sí, lector incansable, lector de todo lo español, por supuesto, pero también, no lo olvidemos, de cuanto podía de lo extranjero, para atender a su constante propósito de interpretar la historia de España como indisolublemente unida a la historia europea. Era, asimismo, sumamente metódico en su trabajo: recuerdo haberle oído contar con toda sencillez que cuando leía sacaba notas destinadas a los varios trabajos en los que simultáneamente estaba pensando, y las iba distribuyendo en las correspondientes carpetas; [p. 410] cuando un tema y su carpeta llegaban a estar en sazón, le había llegado el turno a un nuevo artículo o a un nuevo libro. Añádase a todo esto su reconocida facilidad para la escritura, y se empezará a entender la admirable fecundidad intelectual del profesor Maravall.

Entre sus cualidades humanas querría destacar, junto a una amabilidad y una cortesía exquisitas, de auténtico caballero, la capacidad para ser generoso con su tiempo. Gracias a ella muchos que, como yo, no tuvimos la suerte de recibir su magisterio en el aula, pudimos beneficiarnos de su hondo saber y de sus consejos en la conversación privada. Recordaré siempre como una de las experiencias más enriquecedoras de mi vida aquellas largas charlas que manteníamos en el cuarto de trabajo de su casa, una casa de la que José Antonio y María Teresa habían sabido hacer, a base de sencillez y de cariño, entorno acogedor.

La muerte nos ha arrebatado a José Antonio Maravall en un momento de plenitud vital y creadora: la jubilación de su cátedra en la Universidad Complutense, su paso de la dirección a la presidencia de Cuadernos Hispanoamericanos, fueron circunstancias que le permitieron consagrar aún más tiempo a su trabajo intelectual: ahí están para demostrarlo las ochocientas páginas de su último libro, La literatura picaresca desde la historia social. Hasta la víspera de su muerte trabajó en una nueva obra sobre la generación del 98 que dejó prácticamente terminada, y que seguramente podremos ver impresa. Por desgracia, otros muchos proyectos habrán quedado entre su mente y sus carpetas. La última vez que hablé con él, pocas semanas antes de su desaparición, le pregunté con extrañeza por qué no había reunido en un volumen, como había hecho con los trabajos sobre la Edad Media, el siglo XVI y el siglo XVII, los ya numerosos que tenía escritos sobre el XVIII; me contestó que desde luego pensaba hacerlo, pero que antes tenía que escribir dos o tres artículos más que le faltaban. He ahí la lección que no deberíamos olvidar: con tres cuartos de siglo a sus espaldas de vida consagrada a la docencia y la investigación, con una obra escrita suficiente para llenar varios anaqueles, José Antonio Maravall aún consideraba que tenía que hacer unas cuantas cosas más. Recordando hoy aquellas palabras, me gustaría poder decirle que no ha de preocuparse por las tareas truncadas; que sus discípulos y amigos tenemos ya mucho con todo lo que nos ha dejado; y que puede, por ello, descansar en paz. [p. 411]

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Tomado de: Hispanic Review (Univ. of Pennsylvania Press), Vol. 55, No. 3. (Summer, 1987), pp. 409-411.

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LIBROS:

- La teoría española del estado en el siglo XVII (Madrid: Instituto de Estudios Políticos, 1944).

- Los orígenes del empirismo en el pensamiento político español del siglo XVII (Granada: Universidad de Granada, 1947).

- El humanismo de las armas en Don Quijote (Madrid: Instituto de Estudios Políticos, 1948) [Revisado como: Utopía y contrautopía en el "Quijote" en 1976].

- El concepto de España en la Edad Media (Madrid: Instituto de Estudios Políticos, 1954; 2da ed., 1964; 3ra ed., Centro de Estudios Constitucionales, 1981).

- La historia y el presente (Madrid: Universidad Internacional Menéndez Pelayo, 1955).

- Teoría del saber histórico (Madrid: Revista de Occidente, 1958; 2da ed., 1961; 3ra ed. ampliada, 1967).

- Carlos V y el Pensamiento Politico del Renacimiento (Madrid: Instituto de Estudios Políticos, 1960).

- Velázquez y el espíritu de la modernidad (Madrid: Ediciones Guadarrama, 1960; Alianza Editorial, 1987).

- Menéndez Pidal y la historia del pensamiento (Madrid: Ediciones Arión, 1960).

- "El problema del feudalismo y el feudalismo en España", introducción a: Carl Stephenson, El feudalismo medieval (Madrid: Ediciones Europa, 1961).

- Las Comunidades de Castilla: Una primera revolución moderna (Madrid: Revista de Occidente, 1963; 2da ed. revisada y ampliada, 1970; 3ra ed., Alianza Editorial, 1979).

- Los factores de la idea de progreso en el Renacimiento español (discurso leído el día 31 de marzo de 1963 en el acto de su recepción pública como miembro de la Real Academia de la Historia, contestación del P. Miguel Batllori, S.J.) (Madrid: Diana, 1963).

- El mundo social de "La Celestina" (Madrid: Gredos, 1964; 3ra ed. revisada, 1972).

- Antiguos y modernos: La idea del progreso en el desarrollo inicial de una sociedad (Madrid: Sociedad de Estudios y Publicaciones, 1966).

- Estudios de historia del pensamiento español (Madrid: Ediciones Cultura Hispánica, 1967-1975, 3 vols. [serie 1, Edad Media (1967); serie 2, La época del Renacimiento (1973); serie 3, Siglo XVII (1975)]).

- La oposición política bajo los Austrias (Barcelona: Ediciones Ariel, 1972).

- Estado moderno y mentalidad social (siglos XV a XVII) (Madrid: Revista de Occidente, 1972, 2 vols.; 2da ed., Alianza Editorial, 1986).

- Teatro y literatura en la sociedad barroca (Madrid: Seminarios y Ediciones, 1972; 2da. ed. corregida y aumentada, Barcelona: Editorial Crítica, 1990).

- La cultura del Barroco: Análisis de una estructura histórica (Barcelona: Ediciones Ariel, 1975).

- Utopía y contrautopía en el "Quijote" (Santiago de Compostela: Pico Sacro, 1976).

- Poder, honor y élites en el siglo XVII (Madrid: Siglo Veintiuno de España, 1979).

- Utopia y reformismo en la España de los Austrias (Madrid: Siglo Veintiuno de España, 1982).

- Estudios de historia del pensamiento español, serie 1: Edad Media (3ra. ed. ampliada, Madrid: Ediciones Cultura Hispánica, 1983).

- Estudios de historia del pensamiento español, serie 3: El siglo del Barroco (2da. ed. ampliada, Madrid: Ediciones Cultura Hispánica, 1984).

- Antiguos y modernos: Visión de la historia e idea del progreso hasta el Renacimiento (Madrid: Alianza Editorial, 1986).

- La literatura picaresca desde la historia social (siglos XVI y XVII) (Madrid: Taurus, 1986).


* Principales reediciones póstumas:

- Estudios de historia del pensamiento español, siglo XVIII, introducción y compilación de Ma. Carmen Iglesias (Madrid: Mondadori España, 1991).

- Estudios de historia del pensamiento español (Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1999, 4 vols. [serie 1, Edad Media; serie 2, La época del Renacimiento; serie 3, El siglo del Barroco; serie 4, Siglo XVIII]).

- Escritos de historia militar, Carmen Iglesias y Alejandro Diz, eds. (Madrid: Ministerio de Defensa, Secretaria General Técnica, 2007).


* Homenajes:

- Homenaje a José Antonio Maravall, reunido por Ma. Carmen Iglesias, Carlos Moya, Luis Rodríguez Zúñiga (Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas, 1985, 3 vols.).

- Homenaje a José Antonio Maravall: 1911-1986 (Valencia: Generalitat Valenciana, Consell Valencià de Cultura, 1988).

- "Homenaje a José Antonio Maravall", Cuadernos Hispanoamericanos (Madrid), 1990, núm. 477-478.

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EL PAIS, Agenda - 23-12-2006

EN EL 20º ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE JOSÉ ANTONIO MARAVALL

Testimonio personal

JOSÉ MARÍA MARAVALL (ex ministro de Educación)

Se cumplen ahora veinte años desde la muerte de José Antonio Maravall. No he hablado nunca públicamente sobre él. Es posible que por pudor, o por la dificultad de encontrar palabras que expresen adecuadamente lo que representó vivir más de cuarenta años con él. Pero puede ser ahora oportuno complementar con mi testimonio personal lo que sobre mi padre se ha escrito.

Su talla intelectual tal vez quede reflejada en la revisión que de su obra hizo John Elliott para la New York Review of Books. Le definía en ella como "el principal historiador cultural en España desde la Guerra Civil"; como un "arquitecto magistral" al integrar muy diversas perspectivas en su interpretación de la Historia. Añadía que "la dimensión de sus publicaciones resulta apabullante. (...) Ningún investigador de nuestro tiempo se ha movido con tanta facilidad a través de tal cantidad de materiales". Su obra está recorrida por unas preocupaciones entrelazadas: los orígenes de la modernidad; el desarrollo del Estado y de su poder, contrapuesto al sentido de la libertad individual; la idea de progreso, confrontada a las resistencias al cambio. Estudió el impacto de fuerzas económicas y sociales sobre actitudes mentales y comportamientos culturales, integrando acontecimientos singulares en pautas colectivas. Su perspectiva era muy cercana a la historiografía francesa de Les Annales, a la de sus amigos Fernand Braudel, Marcel Bataillon o Pierre Vilar.

Le apasionó siempre la interpretación de la historia de España dentro de la historia de Europa. Formuló así, junto con Julio Caro Baroja, una de las críticas más profundas al mito de los caracteres nacionales. Es decir, a toda la mitología de una "esencia nacional" y, desde luego, a todo el casticismo que durante décadas existió en la cultura y la política española. Entendió también que España había constituido desde la Edad Media un conjunto plural de pueblos diferenciados que habían compartido una unidad que representaba mucho más que un mito. Y esa singular y compleja combinación de unidad, pluralidad y autonomía representó siempre un tema central de su vida. Influyeron mucho en él sus orígenes en Xátiva, la ciudad de los socarrats arrasada por Felipe V cuyo retrato cuelga hoy boca abajo en el Museo Municipal.

Fue siempre inauditamente joven. Su pasión por aprender, analizar nuevos temas y enriquecer la interpretación historiográfica era la antítesis misma del conservadurismo intelectual. Toda la vida le ví así. Envejecían sus rasgos, pero no su cabeza, de forma que jamás pude asimilar su edad. Le encantaba debatir. De esta forma, en la vida privada, discutíamos a partir de Teoría del Saber Histórico en qué medida podía defenderse su argumento de que la Historia puede fundamentar un conocimiento teórico, que vaya mas allá de estudios descriptivos o singulares; o, con motivo de su investigación sobre la Picaresca, si formas de desviación pueden entenderse como canales de movilidad social en sociedades cerradas.

Alcanzó su plenitud como historiador a partir de los 50 años, publicando Las Comunidades de Castilla (1963), El Mundo Social de la Celestina (1964), Antiguos y Modernos (1966), Estado Moderno y Mentalidad Social (1972), y La Cultura del Barroco (1975). A los 75 años, seis meses antes de morir, publicó una impresionante investigación, La Literatura Picaresca desde la Historia Social (1986). Recuerdo un debate que tuve por aquel entonces en la Universidad Autónoma de Madrid, con ocasión de un homenaje a Nicolás Cabrera, acerca de la edad a partir de la cual ya no se tenían ideas originales --conociendo a mi padre, esa tesis no me parecía tener sentido--.

Era un hombre tímido que escondía una infinita calidez, una personalidad apasionada y una honestidad sin límites. Así era la vida con él, acompañada por la permanente amenaza de un corazón muy frágil. Íbamos mucho al cine y al teatro: era fascinante ver con él desde películas de Claudia Cardinale al teatro de Arthur Miller. Desde el inicio de la adolescencia me fue abriendo a un océano de lecturas: la literatura francesa y sobre todo a Stendhal, Gide, Malraux, Camus, y Sartre; toda la literatura española, y sobre todo a Baroja, Valle Inclán, Salinas y Cernuda; la literatura anglosajona, y sobre todo a Woolf, Faulkner, Shelley y Eliot. Cuando escribo "sobre todo", me refiero a los autores que recuerdo como sus favoritos. Me descubrió también un horizonte muy amplio del pensamiento, que incluía desde Weber a Marx, desde Russell a Lukacs. En largos paseos hasta la librería de León Sánchez Cuesta me hablaba de otras universidades --con él empecé a saber de Princeton, de Yale, de Oxford--. Y también entendía que debería ir allí. Estoy hablando de un período que comienza hacia mitad de los años 50: en esos años negros, junto con unos pocos más, él representaba una luz en aquella lúgubre universidad. Era también una luz en la vida privada, que lo compensaba todo. Era sabio, tierno y divertido, y así fue hasta el final. Doce años después de su muerte, su nieto mayor le dedicó su tesis doctoral en Estados Unidos, debido a lo que su abuelo había representado para él.

Era también un hombre que vivía apasionadamente su tiempo. Me habló mucho de su infancia y de su juventud, de su llegada a Madrid a los 17 años, de su participación en la protesta universitaria contra la dictadura de Primo de Rivera, de la revista juvenil en la que colaboraron Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, Luis Cernuda. Del entusiasmo con que vivió el nacimiento de la República. Y también de su experiencia posterior, una frustración que arrancó en 1934. Esa experiencia la contó en bastantes lugares: "Me sentía, desde el 36, traicionado. El partido socialista y el partido republicano habían perdido la guerra. El partido comunista, que tenía un solo diputado, se hacía con el poder... Yo admiraba a Prieto... Convencido de que hay cosas de la República que no me gustan, pero, en cualquier caso, el gobierno de la República es el gobierno legítimo de España, me fui a Madrid".

Supe bien cómo vivió la guerra en el ejército de la República, en la división de Cipriano Mera, primero en Madrid, después en Almansa, Alcoy y Figueras. Superó la depuración posterior con la ayuda de Alfonso García Valdecasas y Eugenio d'Ors. Conocí asimismo los artículos que escribió en los años 40, de retórica ampulosa, a favor del régimen franquista. Y también la amargura posterior que sintió por ellos. De pocos años después, hacia 1948, arrancan mis recuerdos personales directos.

Es cierto que sus años posteriores en Francia tuvieron sobre él una profunda influencia, tanto intelectual como política. Publicó allí La Philosophie Politique Espagnole au XVII Siècle y desarrolló una relación muy profunda con historiadores franceses. Por entonces admiró mucho a Pierre Mendès-France, el gran político del partido radical en la IV República. Volvió por París infinidad de veces, siendo catedrático asociado de la Sorbonne entre 1969 y 1971 y, posteriormente, doctor honoris causa por las universidades de Burdeos y Toulouse. En este último periodo, su admiración política se centraba en Michel Rocard. Frente a lo que a veces he leído, le apasionaba la política. Por más que los problemas de su corazón durante treinta años le restringieran, vivió la llegada al poder de Harold Wilson en Gran Bretaña y de John Kennedy en EE UU con esperanza juvenil. Y con una pasión y esperanza muy grandes, la transición a la democracia en España.

Le indignaba la injusticia y jamás entendió que la concordia significara silencio. En la Biblioteca José Antonio Maravall de la Universidad de Castilla-La Mancha se conservan documentos que dan cuenta de ello --su correspondencia con Claudio Sánchez Albornoz, Pierre Vilar, Francisco Ayala, Ramón Carande, Fernand Braudel, o María Zambrano, su interesante intercambio de cartas con Carmen Díez de Rivera al llegar Adolfo Suárez al poder, su muy larga carta a Felipe González analizando momentos difíciles de 1979--. Admiraba mucho a Suárez; a González le escribía al concluir su carta "Por mis años y otras circunstancias personales, no tengo individualmente más futuro que el de administrar con la mayor precisión el tiempo que me queda, al objeto de lograr dar fin a la obra que me he propuesto dejar hecha. Pero he querido hacer un paréntesis para que alguien como yo le afirme, con el máximo de interés hacia el país, cuyo drama he vivido día a día: tal vez en ninguna ocasión contemporánea he visto a un político español capaz de despertar mayor y más estimable confianza". Allí se conservan también copias de las cartas de denuncia que firmó por las torturas a mineros y el rapado de cabeza de sus mujeres, como la que en 1965 originó el panfleto de respuesta promovido por el Ministerio de Información, entonces dirigido por Manuel Fraga Iribarne, titulado Los Nuevos Liberales. O las reiteradas cartas de protesta que escribió contra acciones represivas en la universidad y de solidaridad con los estudiantes. Al dirigir Manuel Fraga Iribarne el Instituto de Estudios Políticos en 1961, mi padre salió de allí con Enrique Tierno Galván y Carlos Ollero. Años después, de nuevo Manuel Fraga Iribarne, junto con Gonzalo Fernández de la Mora, intentaron desde el gobierno que cesara como director de la revista Cuadernos Hispanoamericanos "por ser del otro lado". Figuran en esa biblioteca abundantes testimonios de su defensa de la tolerancia: al final de su vida declaraba: "Hoy sigue habiendo en la derecha... algunos que siguen practicando como oratoria parlamentaria de oposición el exabrupto en cascada".

Mi padre fue, por encima de todo, un investigador de estatura inmensa. Esa es sin duda la dimensión de su vida que es relevante públicamente. Creo, sin embargo, que aspectos menos conocidos de su personalidad pueden contribuir a entenderle mejor. Habitaba en un territorio académico bastante alejado del mío: por ello, más que de sus obras, aprendí sobre todo de su persona, de su inteligencia y su sabiduría. Y de él he aprendido más que de nadie.

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Tomado de: http://www.elpais.com/articulo/agenda/Testimonio/personal/elpepigen/20061223elpepiage_6/Tes

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EL PAIS, Cultura - Madrid, 20-12-2006

20º ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE JOSÉ ANTONIO MARAVALL

El historiador y la política

ANTONIO ELORZA

El historiador Antonio Elorza realiza en este texto una semblanza del también historiador José Antonio Maravall (Játiva, Valencia, 1911-Madrid, 1986), de quien ayer se cumplió el 20º aniversario de su muerte. Hoy, a las 11.30 de la mañana, la mayoría de sus colaboradores de su cátedra lo recuerdan en la facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense.

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Al cumplirse el 20º aniversario de la muerte de José Antonio Maravall, la mente se puebla de recuerdos personales. Tal vez el más ilustrativo de su personalidad fuera aquel episodio del año 1961 en que el bedel del Instituto de Estudios Políticos vino a interrumpir la reunión del seminario de Historia de las Ideas que él codirigía con Luis Díez del Corral. Avisaba de que en media hora iban a reunirse allí mismo miembros del Consejo Nacional del Movimiento, cuya sede era el viejo palacio del Senado. Maravall se levantó casi de un salto del sofá, colocado justo bajo el enorme cuadro de la conversión de Recaredo, y marchó decidido hacia la puerta. "¡Vámonos!", dijo, "no sea que nos confundan". Pronto Díez del Corral y Maravall dejaron de pertenecer al Instituto al ocupar Manuel Fraga la dirección de aquél.

Para quien cursaba la carrera de Ciencias Políticas al borde de los años sesenta, el contacto sucesivo con las enseñanzas del historiador de las ideas Luis Díez del Corral y del gran especialista en el pensamiento político español José Antonio Maravall constituía al mismo tiempo una sorpresa inesperada, pues para los estudiantes sólo contaba la dificultad de las respectivas asignaturas, y sobre todo un fascinante ejercicio de recuperación de la libertad perdida. Con notables diferencias de estilo, que por entonces conferían un cierto protagonismo a Díez del Corral, ambos remitían con sus palabras y sus actitudes a un mundo intelectual borrado por el franquismo. Era el suyo un lenguaje distinto, como lo eran sus referencias culturales, rasgando la cortina del pensamiento oficial, al modo que ya lo venían haciendo otros maestros como Aranguren o Tierno Galván, más comprometidos políticamente. Es cierto que tanto Maravall como Díez del Corral, jóvenes discípulos de Ortega y Gasset en los treinta, estuvieron primero alineados ideológicamente con el régimen, pero muy pronto sus trabajos como historiadores marcaron una ruptura inevitable. Con El liberalismo doctrinario, de 1945, y El rapto de Europa, Díez del Corral propuso de modo implícito una alternativa auténticamente liberal y europeísta, orteguiana, al discurso histórico de la autarquía, en tanto que Maravall iniciaba en 1944 su largo recorrido por la España barroca con una aproximación insólita entre nosotros a la literatura política de emblemas. Por el momento la novedad se escondía detrás de un título muy de la época, La teoría española del Estado en el siglo XVII. Cuando la obra fue traducida al francés por iniciativa de Pierre Mesnard, el deje castizo de "teoría 'española' del Estado" desapareció, pasando a ser "la filosofía política española del siglo XVII". No obstante, la sobrecarga de "lo español", paradójica en quien tan acertadamente desmontó el tópico de los caracteres nacionales, siguió presente en dos obras mayores de los años cincuenta, El concepto de España en la Edad Media (1954) y Carlos V y el pensamiento político del Renacimiento (1960), punto a su vez de partida de otro eje de preocupación maravalliana, el Estado moderno en nuestro país.

A los 50 años de edad, Maravall reflejaba ya en sus ideas y en su trabajo el eco de su estancia previa en París como director de la Casa de España en la Cité Universitaire. Amigo de Pierre Vilar, estaba harto del régimen, admiraba el pensamiento democrático modernizador de Pierre Mendès France, se abría en sus explicaciones al preliberalismo ilustrado, así como a Pi y Margall y a la crítica de Cánovas, y estaba dispuesto a abordar como historiador una profunda renovación metodológica. Su campo de preocupaciones desbordó el pensamiento político con dos libros mucho más ágiles que los anteriores, Velázquez y el espíritu de la modernidad (1960), y sobre todo El mundo social de la Celestina (1964), sorprendente incursión en el ámbito de la sociología histórica aplicada a la literatura que anuncia sus espléndidas aportaciones posteriores al análisis de la cultura del Barroco y, en especial, de la novela picaresca. Ahora bien, el punto de inflexión es también observable en los trabajos sobre pensamiento político, con Las Comunidades de Castilla (1963), interpretadas como "una primera revolución moderna". Hemos pasado como referente de San Isidoro a Manuel Azaña. Modernidad y reforma político-cultural se convierten en dos preocupaciones centrales de Maravall, que se proyectan sobre la temática de sus trabajos: el discurso de ingreso en la Academia de la Historia sobre Los factores de progreso en el Renacimiento español (1963), Antiguos y modernos (1966), hasta culminar en la magna obra Estado moderno y mentalidad social (1972), al tiempo que busca rastros de utopía y disidencia política en la España de los Austrias. A título personal, aun con la rémora de un frágil corazón, Maravall acompaña con entusiasmo la curva ascendente de la España de los sesenta, apoyado en un medio familiar que siempre le compensó de otros sinsabores y que ahora refuerza su confianza en el cambio, propiciada en su especialidad por la llegada de historiadores más jóvenes, de Miguel Artola a Gonzalo Anes Álvarez. De paso, presenta en 1967 su reflexión metodológica en la Teoría del saber histórico.

Vuelve la angustia en el ocaso del franquismo, sucediéndose los estudios en los cuales aborda desde distintos ángulos el vínculo entre poder social y cultura en la España del siglo XVII, su vieja e incómoda amiga. Le preocupan el cambio y las resistencias al mismo, a las innovaciones, en una estructura histórica, la sociedad española en crisis. La historia, dirá, "es la ciencia de lo que dura en su fluido pasar". Esa "innovación" que busca en el pasado se convirtió en realidad con la transición democrática. Maravall recupera entonces el entusiasmo con que casi medio siglo antes, estudiante dado a la poesía, amigo de Rafael Alberti, recibiera otro cambio de régimen. La labor de su hijo José María como ministro vino a confirmar ese estado de ánimo optimista que le acompañó hasta la muerte repentina, poco después de terminar su segunda gran contribución, La literatura picaresca desde la historia social (1986). A título póstumo, recibió el Premio Nacional de Ensayo. Nunca fue premio Nacional de Historia.

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FE DE ERRORES

El libro Teoría del saber histórico, de José Antonio Maravall, es de 1958 y no de 1967 como se decía en el artículo sobre el historiador publicado ayer en la sección de Cultura. El año 1967 corresponde al de la segunda edición.

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Tomado de: http://www.elpais.com/articulo/cultura/historiador/politica/elpepicul/20061220elpepicul_5/Tes

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EL PAIS, Opinión - Madrid, 19-12-2006

TRIBUNA : EL RECUERDO DE JOSÉ ANTONIO MARAVALL

Historia, tradición, memoria

CARMEN IGLESIAS
catedrática de Historia de las Ideas
académica de la Española y de la Historia

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"Viviremos con mayor negligencia, hurtados a la querida autoridad de su mirada", decía Plinio el joven en la oración fúnebre dedicada a su tío, el gran naturalista y sabio Plinio, víctima de la gran erupción del Vesubio del 79. Es un sentimiento que algunos hemos sentido intensamente ante la desaparición de contados maestros muy queridos. José Antonio Maravall Casesnoves ha sido uno de ellos. Hoy se cumplen 20 años de su fallecimiento y el mejor homenaje que se le puede hacer es recordar una vez más su rico legado historiográfico, del que se siguen publicando nuevas ediciones de sus obras tanto en España como en otros países europeos y americanos.

De ese riquísimo legado que escapa brillantemente, como es sabido, a los límites del especialismo y que abarcó amplios períodos de la historia de España, en cuya investigación supo aunar el detalle singular histórico, y siempre documentado rigurosamente, con un contexto europeo, podríamos preguntarnos qué temas actuales le interesarían más desde el punto de vista historiográfico en estos 20 años transcurridos en su ausencia. Pienso que, entre muchos otros --pues su curiosidad científica y humana era inagotable--, hay tres asuntos que inciden en lo que fue siempre para él preocupación constante en su quehacer historiográfico y que aparecen una y otra vez tanto en sus escritos sobre la España medieval como en la renacentista, en la barroca o en la ilustrada y, desde luego, en la contemporánea. Uno fue la insistente inserción de la historia de España dentro de la historia de Europa y homologable a la de cualquier otro país europeo; con sus caracteres particulares, pero fuera de todo excepcionalismo o diferencialismo narcisista. Junto con Caro Baroja, fueron dos principales y autorizadas voces combativas contra todo esencialismo hispano y contra el mito de los caracteres nacionales. Una segunda obsesión historiográfica fue siempre la articulación entre el sentimiento de unidad y la diferenciación de los distintos territorios de España en la formación y consolidación del Estado nacional. Como tercera preocupación, la necesidad de conocer y estudiar la historia de cada época, con los instrumentos historiográficos más depurados y distanciados posibles, frente a los estereotipos de la tradición y frente a los tópicos maniqueos que dividen la historia en "buenos y malos" y, erigidos en "jueces historiográficos", condenan y absuelven a su gusto, utilizando la historia como arma política, como "un ladrillo que arrojar a la cabeza del contrario".

En la España actual, los avatares de la Unión Europea, las crecientes competencias autonómicas que en ciertos casos plantean serios problemas de funcionamiento y lindan con el nacionalismo separatista y, por último, la discusión sobre la llamada ley de "memoria histórica" con su guerra de esquelas y el resurgimiento de reivindicaciones fratricidas, creo que hubieran ocupado --y preocupado-- toda la atención de nuestro gran historiador.

El europeísmo de Maravall se basaba en una doble vertiente, especialmente destacada en su momento por el padre Batllori, que aunaba el interés por específicos problemas europeos y su organización supranacional con la citada insistencia en considerar siempre la historia de España inserta en la historia y en la vida de Europa, su obsesión por salir de cualquier ensimismamiento historiográfico de la "España diferente" como tópico que seguía enlazado con el nacionalismo histórico del siglo XIX y también con una corriente regeneracionista que admiraba a Europa pero que creía en caracteres esencialistas hispanos. Sin Europa no es concebible una libertad efectiva: "La libertad", escribía ya en 1965, "es un modo de vida del europeo de hoy, radicalmente diferenciado de cuanto antes ha sido, un modo nuevo como resultado difícil de la tensión política y económica supranacional de nuestros días. Y ni que decir tiene que el que no participe en ese plan se queda sin Europa y sin libertad". El desafío actual de una Europa inserta en un mundo globalizado que tantea las posibilidades de funcionar con cierta unidad económica y política y que, sin embargo, sigue al tiempo desunida en cuestiones decisivas para el futuro, entraría de lleno en la complejareflexión histórica de lo que ha sido la formación de la cultura y civilización europeas. Y desde luego --ahora y para nosotros, como historiadores y ciudadanos, y en la estela de una de las direcciones del pensamiento maravalliano--, debería estar alejado de todo casticismo nacionalista, deudor de una tradición romántica que, si fue un lastre a escala nacional, sigue siéndolo en los nacionalismos periféricos y en las diferenciaciones narcisistas e interesadas para la afirmación de grupos políticos que crean sus propias clientelas y divisiones partidarias. "La historia es precisamente lo contrario de la tradición", repitió nuestro historiador en varias ocasiones, y creer que existe en determinados pueblos o grupos humanos una esencia inmóvil que permanece por encima y por debajo de los acontecimientos históricos y evoluciones complejas, no como sedimento de la historia y de la acción de los seres humanos concretos, sino como caracteres fijos, no es más que uno de esos estereotipos rentables que hay que desmontar dondequiera que se reproduzcan. Y se reproducen desde luego con facilidad: por la propia inercia y pereza natural, por la seguridad que da el calor del grupo o de la tribu que descarga de responsabilidad individual a sus miembros, por el beneficio que a corto plazo procura a sus promotores y seguidores.

"En España --explicaba Maravall-- es absolutamente imprescindible afirmar el pluralismo y la entidad propia de los grupos que por razones de múltiple naturaleza lo han constituido, pero no menos es necesario afirmar lo contrario, porque no serían lo que han sido ni se hubieran desarrollado como se han desarrollado si no hubiera sido por la combinación de los dos aspectos". Maravall investigó rigurosamente "tanto en fuentes del lado castellano-leonés como en fuentes del lado catalán-aragonés" para desmontar uno de los estereotipos, "común en 1950", que partía de que España no había sido durante siglos más que "una mera referencia geográfica". "Y eso carece de sentido (...). Hay textos inequívocos que hablan de los de fuera, en el sentido de los de más allá del grupo de dentro, de modo que la historia de España está establecida en tres planos: los de fuera, los del grupo de los de España y el grupo particular al que se pertenece. Y eliminar cualquiera de esas tres dimensiones es falsear la historia de España". Expresiones tan fuertes --proseguía-- como la de Ramón Muntaner afirmando que "todos estos reyes --medievales-- son una carne y una sangre, si se juntaran podrían contra todo otro Poder del mundo" no se hacen sobre un simple risco geográfico. Y buena parte de su inmenso trabajo sobre la formación del Estado nacional a través de los siglos, del carácter "protonacional" que aparece tempranamente y sobre el complejo desarrollo de lo que fue la monarquía hispánica y las múltiples corrientes reformistas que recorren el barroco y la ilustración, inciden en mostrar y explicar lo que fue una historia común, no exenta de tensiones y enfrentamientos, pero que abarca conjuntamente los distintos territorios de la historia española.

La constante preocupación de Maravall por una historia plural y rigurosa, por la historia comparada, por las evoluciones metodológicas en historiografía que permitieran una aproximación veraz al pasado, estarían desde luego, a mi parecer, muy lejos de las tristes polémicas sobre una ley de memoria histórica o sobre la "guerra de esquelas". La historia es cosa muy distinta de la memoria, igual que lo era de la tradición. Como escribió en una de sus últimas monografías --precisamente sobre la concepción de la historia en Altamira--, toda la moderna historiografía ha luchado para "desalojar al juez historiográfico, esos jueces suplentes del Valle de Josapaht", como los llamara Lucien Febvre, quien afirmaba que el historiador como tal "no era ni siquiera un juez de instrucción". El historiador como tal no está en contra de tal o cual cosa, de tal o cual período histórico; como ciudadano claro que elige y se compromete, pero como científico social expone. Maravall comentaba gustoso una expresiva conversación con el duque de Maura, por el año 1945, cuyo libro sobre Carlos II estimaba como lo mejor en historia política que se había hecho: "Yo había publicado mi libro sobre el pensamiento político en el XVII español y Maura me comentó: 'La diferencia entre nosotros y ustedes está en que nosotros, cuando hacíamos un libro de Historia, lo entendíamos como un ladrillo para arrojar a la cabeza del contrario y ustedes hacen libros para dar a entender el tema y dejan a los lectores que se peleen si quieren". Frases --comentaba Maravall-- llenas de humor y generosidad, que hoy en día, añadiría yo, con la nefasta intervención de los políticos y de la política en el juicio de la historia y en la distribución de bondades y maldades de forma maniquea, están lejos de ser realidad. La historia como piedra para arrojar al contrario no es la de los verdaderos historiadores.

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Tomado de: http://www.elpais.com/articulo/opinion/Historia/tradicion/memoria/elpepiopi/20061219elpepiopi_6/Tes

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[ Maravall en búlgaro ]

Por Ignacio Vidal-Folch, El País, edición Cataluña, 19/03/2009

Edgar Dobry presentó ayer una nueva edición de La cultura del barroco, el clásico de la historia de José Antonio Maravall. Dobry habló de dos maneras de entender el barroco: la primera, "invariante", la de D'Ors, según el cual el barroco es un estado del alma dionisiaco que aparece en diferentes épocas, alternando con otros "eones" clasicistas o apolíneos, y la segunda manera, historicista y europeísta, la de Maravall, que define con rigor el tiempo y los lugares en que la estética barroca se manifiesta como fenómeno único e irrepetible.

[ ... ] Se me olvidaba precisarlo: la nueva edición de La cultura del barroco es en búlgaro y la presentación tuvo lugar en Sofía, Bulgaria, en el Centro Cervantes, que dirige desde hace unos años Luisa Fernanda Garrido, excelente traductora de narradores serbocroatas. [ ... ]

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* Extractado de: http://www.elpais.com/articulo/cataluna/Poetas/bulgaros/elpepiespcat/20090319elpcat_4/Tes

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40 autores analizan la obra de Maravall

EL PAÍS, Cultura - Madrid, 11-05-1990

La revista Cuadernos Hispanoamericanos, que edita el Instituto de Cooperación Iberoamericano (ICI), dedica su último número al profesor José Antonio Maravall, fallecido en 1986, a través de 40 colaboraciones, entre autores españoles y extranjeros.

El número de homenaje, de 400 páginas e ilustrado con fotografías, fue presentado ayer por Fernando Valenzuela, presidente del ICI; Félix Grande, director de la publicación; y los historiadores María Carmen Iglesias y Joseph Pérez. Junto a ellos colaboran, entre otros, Soledad Ortega, Ricardo Gullón, Miguel Batllori, José María Díez Borque, Antonio Domínguez Ortiz y Nicholas Spadaccini.

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* Tomado de: http://www.elpais.com/articulo/cultura/autores/analizan/obra/Maravall/elpepicul/19900511elpepicul_17/Tes

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