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lunes, 28 de diciembre de 2009

APRA - Odría - Perón - 1952

El Complot de Perón

Por Enrique Chávez

Historia: El trunco plan aprista para derrocar a Manuel Odría. En ese momento, Haya de la Torre se encontraba asilado en la embajada de Colombia. Se opuso al plan.

Caretas, edición 2109, Lima, jueves 17 de diciembre de 2009

El líder del APRA cumple sesenta años y los lugartenientes pugnan por sucederlo. No se trata de Alan García y la cúpula en disputa por la candidatura presidencial. Es Víctor Raúl Haya de la Torre asilado en la embajada de Colombia a fines de 1952, con el partido clandestino y los sucesores en el exilio.

El período de la embajada acaba de ser revivido con la donación de un busto de Haya de la Torre esculpido por Macedonio de la Torre y dispuesto a la entrada de la legación diplomática.

Además, dos libros aparecidos recientemente se encargan de poner bajo el reflector aquellos años. El primero es
“¡Usted fue aprista!: bases para una historia crítica del APRA” del sociólogo Nelson Manrique. El segundo es la nueva edición de “Víctor Raúl, el Señor Asilo”, escrito por el presidente del Congreso, Luis Alva Castro.

Uno de los pasajes más interesantes del libro de Manrique es el que narra la organización de los apristas proscritos fuera del país mientras Haya vivía confinado en la embajada y un plan trunco para derrocar al dictador Manuel Odría con el apoyo de Juan Domingo Perón.

“En general”, sostiene, “los testimonios apristas aluden a los conflictos partidarios solo oblicuamente. Luis Alberto Sánchez (LAS) es uno de los pocos que habla de disputas y se refiere en distintas oportunidades a Manuel Seoane como la cabeza de la posición radical contra la cual él se enfrentaba, pero insiste siempre en que a ambos los unía una gran amistad”.

Seoane encabezaba a quienes creían que la supresión de la intentona revolucionaria del 3 de octubre de 1948 eliminó las posibilidades apristas de llegar al poder. Otros como LAS consideraban “que aquella traición había interrumpido nuestra marcha normal, arrojándonos a la época de las catacumbas sin haber hecho mérito alguno”. El evento motivó la proscripción del partido y el asilo de Haya de la Torre en la embajada de Colombia, que se prolongaría hasta 1954, cuando le fue permitido salir expulsado a México.

El “Cachorro” Seoane tomó al búfalo por las astas y lideró un grupo de apristas instalados en Santiago y Buenos Aires. Manrique recuerda que pretendían que “un general amigo del partido” se tumbe al gobierno de Odría. Para ello buscaron el concurso nada menos que del dictador argentino. Armando Villanueva del Campo, por entonces exiliado en Chile, ha reconocido que el “movimiento revolucionario” también incluía al boliviano Víctor Paz Estenssoro.

“Existían vínculos entre los apristas y personajes del entorno de Perón”, escribe Manrique. “José Barsallo Burga, un militante aprista, tenía inclusive relaciones personales con el general argentino”.

En noviembre de 1952 la dirigencia aprista se reunió en Buenos Aires para el encuentro con Perón.

LAS llegó hasta allá pero veía las tratativas con reservas. En carta a Haya de la Torre le dice que “el Sr. Perón empezó apoyando al Sr. Odría. Su desengaño es fruto del desarrollo (de) aquel contubernio, en que el señor Odría prefirió el apoyo del capitalismo norteamericano al del Sr. Perón. Si bien es cierto que debemos aprovechar de esta circunstancia, no debemos olvidar su calidad de ‘circunstancia’, que no compromete el fondo mismo de nuestra doctrina”.

Aislada de los gringos, Argentina tenía problemas con el suministro de petróleo. Odría también se negó a vendérselo, justo cuando el país conseguía su primera cosecha luego de varios años de sequía.

Sin saber, aparentemente, de las conversaciones, Haya escribía a LAS a principios de ese mismo noviembre de 1952. La reveladora carta se incluye en el libro de Alva Castro. “Al cabo de 30 años ahí estamos y por ahí nos están siguiendo... todos los movimientos avanzados indoamericanos –unos frustrados como el ABC cubano, otros desviados como el peronismo, otros larvados–, todos sin confesarlo, son Aprismo”.

Seoane pareció convencer a Perón durante la reunión. El golpista sería el general Juan de Dios Cuadros, que conspiró con los apristas en 1948 y huyó a Ecuador. Villanueva también participó y escribiría medio siglo más tarde que “Perón tal vez nos miraba como a unos ilusos. Él quería petróleo y nada más. Nos preguntó quién sería el jefe. Recuerdo que comparó a los militares con los pescados, porque se pudren por la cabeza. Y luego agregó: ‘Un general no abandona ni entrega el poder’. En este caso hay que liquidar al general”.

Sánchez, que finalmente no acudió al cónclave con el generalísimo, recibió entonces correspondencia de Haya, recluido en la residencia de la avenida Arequipa. “Esa carta, de veras histórica, empezaba diciendo que él se había negado a escuchar a un alto funcionario argentino que fue a la embajada de Colombia en Lima para proponerle algo parecido; señalaba sus dudas acerca de la eficacia de un convenio cualquiera con cualquier dictador, ya que éstos suelen realizar su voluntad según les parece”. En la mencionada carta del libro de Alva Castro, Haya recuerda que “la idea germinal aprista que envuelve a todas las anteriores es la de la libertad con pan, la justicia social sin dictadura”.

El proyecto se desplomó de todos modos poco después, cuando, aprovechando un viaje de Perón a Santiago, el entusiasta Seoane le organizó un encuentro con los apristas que vivían allí. La información de la conjura se filtró a la prensa peruana y Odría respondió tendiéndole una rama de olivo al argentino: le vendería petróleo. Y hasta allí llegó el cuento. La convivencia entre el odriísmo y el APRA sería una realidad cuatro años después.

Manrique critica los virajes ideológicos de Haya de la Torre a lo largo de su vida. Es una interesante puesta al día del debate en torno al supuesto y progresivo conservadurismo que se fue tomando al fundador del partido. Casi como si el APRA fuera precisamente comparable al peronismo, donde las ideas eran meras excusas intercambiables para sostener la carrera política del jefe que, a los ojos del autor, fracasó al morir sin llegar al poder.

La hipótesis motivó un rico debate en las columnas de opinión, donde el sociólogo Martín Tanaka y los historiadores Antonio Zapata y Hugo Vallenas refutaron la premisa de fondo. Podría argumentarse que el propio Haya se defiende desde las cartas que rescata Alva Castro, con armas que van desde la relativización de la dialéctica hegeliana hasta la mención de la conversación con un diplomático estadounidense que le reconoce a Haya que “la rectificación de la política de Estados Unidos con América Latina se debió en mucho a la obra de ustedes, de su resistencia”.

Faltaba un cuarto de siglo para la muerte de Haya, pero éste ya se sentía “al filo de la última etapa de la vida”. Luego, le escribe a Luis Alberto Sánchez, “ustedes quedarán y quedarán los más impacientes, pero que no caigan en eso tan criollo que es glorificar muertos cuando ya no sirven sino para discursos”. Un deseo que, según la trinchera, podría dirigirse tanto al fetichismo hayista como al sugestivo desmenuce conceptual practicado por Manrique.

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