[Primera Parte].
Desde los últimos días de diciembre del 2009, pero especialmente desde fines de enero del presente año [2010], se incrementó en la Sierra Central y Sur del Perú, así como en los Departamentos bolivianos de La Paz, Oruro, Cochabamba, Chuquisaca (y en las tierras bajas de Santa Cruz y el Beni), la intensidad de las lluvias del verano andino, llegando a causar inundaciones, deslizamientos y severos daños en distintas localidades del Cuzco, Puno y La Paz. El 24 de enero Machu Picchu quedó aislado por derrumbes que afectaron la vía del tren, y el día 29 el presidente Evo Morales declaró el estado de emergencia nacional en Bolivia por las lluvias e inundaciones. En febrero se desbordó el río Ramis entre Juliaca y Huancané, y el 27 de marzo nuevas lluvias y derrumbes causaron muertes en Carabaya. ¿Cómo explicar todo ésto? ¿Qué antecedentes existen? ¿Pueden prevenirse éstas irregularidades climáticas? Nuestro colaborador Nicanor Domínguez reflexiona al respecto.
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Las sociedades humanas siempre se han visto afectadas por los efectos del clima y sus variaciones, en todos los contextos geográficos donde hombres y mujeres se han asentado, en especial desde el desarrollo de técnicas agropecuarias de supervivencia (agricultura, irrigación, ganadería, pastoreo) hace unos 5000 años. El conocimiento humano sobre las características climáticas de una región en particular ha sido fruto de la adaptación cultural y de la observación de los ciclos regulares anuales de precipitaciones (lluvias, nevadas) y temperaturas (veranos, inviernos). Más difíciles han sido los intentos de predicción y prevención de las ocasionales variaciones de esos ciclos, especialmente cuando las lluvias faltan (sequías) o sobran (inundaciones). La memoria de episodios con variaciones intensas del clima no siempre se ha preservado, limitando la capacidad de prevención de las generaciones futuras.
La comprensión científica de los fenómenos atmosféricos y de los ciclos climáticos de nuestro planeta se ha venido desarrollando sistemática pero desigualmente en los últimos 250 a 300 años (las primeras observaciones meteorológicas utilizando instrumentos de medición se hicieron en Inglaterra y Francia a fines del siglo XVII, durante el siglo XVIII se extendieron al resto de Europa, y en el siglo XIX a América). Sin embargo, el estudio histórico del clima corresponde apenas a los últimos 45 años, luego de que se publicaran los primeros estudios del climatólogo británico Hubert Lamb (The Changing Climate, 1966) y del historiador francés Emmanuel LeRoy Ladurie (Historie du climat depuis l’an mil, 1967), que recopilaban y analizaban referencias históricas sobre variaciones climáticas anteriores a las primeras mediciones científicas.
En el caso peruano, el primer estudio sobre un episodio climático del pasado fue publicado por el historiador Lorenzo Huertas (Ecología e historia: Probanzas de indios y españoles referentes a las catastróficas lluvias de 1578, en los corregimientos de Trujillo y Saña, 1987), donde se transcribe la documentación colonial conservada sobre el Fenómeno de “El Niño” (FEN) más fuerte del siglo XVI en la Costa Norte. No es casual, por cierto, que éste interés académico por el clima del pasado se haya desarrollado en el Perú en los años 80, luego del catastrófico “Niño” de 1982-1983. La intensidad de éste episodio climático motivó a científicos de diferentes especialidades (climatólogos, oceanógrafos, biólogos, geólogos, así como historiadores y arqueólogos) a buscar los antecedentes y explorar las correlaciones del FEN, con el objetivo de entender mejor sus ciclos e intentar prevenir sus futuras ocurrencias.
Pese al potencial valor práctico de conocer los ciclos climáticos del pasado en el área andina, poco se ha hecho en éste ámbito de la investigación histórica. Aparte de nuevos estudios y documentos reunidos por Lorenzo Huertas (Diluvios andinos: A través de las fuentes documentales, 2001, e Injurias del tiempo: Desastres naturales en la historia del Perú, 2010), sólo contamos con el trabajo de Lizardo Seiner (Estudios de historia medioambiental: Perú, siglos XVI-XX, 2002), que desarrolla otros temas además del clima, como las catástrofes sísmicas. Además de éstos dos historiadores peruanos, numerosos arqueólogos han apuntado, ya desde los años de la década de 1970, cómo las variaciones y catástrofes climáticas afectaron el desarrollo de las sociedades prehispánicas en los Andes. Con todo, no hay aún un trabajo que reuna y sistematice los artículos especializados sobre el tema, y las historias generales sobre el Perú y Bolivia no incluyen todavía la variable del clima como un elemento importante en sus explicaciones del pasado.
No conozco estudios específicos sobre la historia del clima del Altiplano peruano-boliviano, aunque existen dispersos numerosos artículos en revistas especializadas que presentan los resultados de diversos estudios sobre paleo-climas andinos: análisis de los depósitos de hielo anuales en glaciales de alta montaña (glaciología), o de los despósitos de sedimentos en el fondo de lagunas (limnología), o del pólen de distintas especies de plantas y árboles tanto en sedimentos lacustres como en excavaciones arqueológicas (palinología). Éstos estudios proporcionan datos para entender las variaciones del clima en períodos largos de varios siglos de duración, y se enmarcan en el lapso de los últimos 10,000 años (Holoceno), tras el final de la más reciente “Edad de Hielo” (Pleistoceno).
Uno de los hallazgos más interesantes de éstas investigaciones es la exitencia de un período de más de 400 años en el que las temperaturas promedio fueron más frías que las de hoy, por lo que se habla de una “Pequeña Edad de Hielo”. En Europa ocurrió entre aproximadamente los años 1430 y 1850, con inviernos largos y fríos, y mayores precipitaciones (lluvia y nieve).
Para los Andes, gracias a los estudios del profesor Lonnie Thompson, de la Universidad de Ohio, en el Nevado Quelcaya (entre Sicuani y Macusani, el glaciar de zona tropical más grande del mundo), sabemos que ésta “época neoglacial” se produjo entre aproximadamente los años 1450 y 1880. Además, por dos siglos, entre 1500 y la década de 1720, hubo mayor humedad y precipitaciones más frecuentes, lo que benefició a los pobladores andinos debido al mayor crecimiento de pastos naturales (ayudando a la crianza de llamas y alpacas), y a las condiciones favorables para la agricultura. En cambio, el siglo y medio siguiente, entre la década de 1720 y el año 1860, fue en general más seco y con precipitaciones escasas.
Por otro lado, el profesor Thompson ha venido registrando en Quelcaya la reducción del Glaciar Qorikalis desde 1978. Durante los primeros 15 años (1978-1992) la retirada del hielo ocurrió a razón de 6 metros anuales; en los últimos 15 años (1993-2008) ha sido a un promedio de 60 metros anuales. En 30 años el glaciar a perdido 25 por ciento de su superficie, lo que apunta a que, en efecto, hay un proceso de cambio climático y que la tendencia es al calentamiento global.
Sin embargo, las variaciones climáticas de períodos más cortos, que son las que causan las catástrofes que afectan vidas humanas, son menos visibles en los estudios mencionados, a menos que se trate de episodios verdaderamente intensos como los “Mega-Niños” de 1578, 1982-1983, o 1997-1998.
Así, el FEN de 1982-1983 produjo intensas lluvias en la costa ecuatoriana y en la Costa Norte peruana (especialmente en Piura-Tumbes), mientras que el Altiplano peruano-boliviano sufrió una intensa sequía. Algunos investigadores propusieron que si ésta era una correlación consistente, los estudios históricos sobre los ciclos de los “Niños” en la Costa Norte podrían ayudar a entender e identificar los ciclos de las sequías en el Altiplano Surandino. Sin embargo, el FEN de 1997-1998, equivalente en magnitud al de 1982-1983, no produjo sequía en el Altiplano. Y este año 2010, un FEN moderado en la Costa Norte se produce al mismo tiempo que las intensas lluvias que afectan no sólo a Puno y La Paz, sino toda el área comprendida entre el Cuzco y Sucre.
Parece claro que estamos aún lejos de haber identificado las variables climáticas más importantes, y sus posibles correlaciones inter-regionales, que nos permitan pronosticar éste tipo de variaciones en la intensidad de las lluvias y prepararnos adecuadamente para enfrentar las inundaciones que ocasionan.
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Publicado originalmente en Cabildo Abierto (Puno), núm. 48, abril de 2010.
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Irregularidades del Clima e Historia en el Altiplano
Desde los últimos días de diciembre del 2009, pero especialmente desde fines de enero del presente año [2010], se incrementó en la Sierra Central y Sur del Perú, así como en los Departamentos bolivianos de La Paz, Oruro, Cochabamba, Chuquisaca (y en las tierras bajas de Santa Cruz y el Beni), la intensidad de las lluvias del verano andino, llegando a causar inundaciones, deslizamientos y severos daños en distintas localidades del Cuzco, Puno y La Paz. El 24 de enero Machu Picchu quedó aislado por derrumbes que afectaron la vía del tren, y el día 29 el presidente Evo Morales declaró el estado de emergencia nacional en Bolivia por las lluvias e inundaciones. En febrero se desbordó el río Ramis entre Juliaca y Huancané, y el 27 de marzo nuevas lluvias y derrumbes causaron muertes en Carabaya. ¿Cómo explicar todo ésto? ¿Qué antecedentes existen? ¿Pueden prevenirse éstas irregularidades climáticas? Nuestro colaborador Nicanor Domínguez reflexiona al respecto.
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Las sociedades humanas siempre se han visto afectadas por los efectos del clima y sus variaciones, en todos los contextos geográficos donde hombres y mujeres se han asentado, en especial desde el desarrollo de técnicas agropecuarias de supervivencia (agricultura, irrigación, ganadería, pastoreo) hace unos 5000 años. El conocimiento humano sobre las características climáticas de una región en particular ha sido fruto de la adaptación cultural y de la observación de los ciclos regulares anuales de precipitaciones (lluvias, nevadas) y temperaturas (veranos, inviernos). Más difíciles han sido los intentos de predicción y prevención de las ocasionales variaciones de esos ciclos, especialmente cuando las lluvias faltan (sequías) o sobran (inundaciones). La memoria de episodios con variaciones intensas del clima no siempre se ha preservado, limitando la capacidad de prevención de las generaciones futuras.
La comprensión científica de los fenómenos atmosféricos y de los ciclos climáticos de nuestro planeta se ha venido desarrollando sistemática pero desigualmente en los últimos 250 a 300 años (las primeras observaciones meteorológicas utilizando instrumentos de medición se hicieron en Inglaterra y Francia a fines del siglo XVII, durante el siglo XVIII se extendieron al resto de Europa, y en el siglo XIX a América). Sin embargo, el estudio histórico del clima corresponde apenas a los últimos 45 años, luego de que se publicaran los primeros estudios del climatólogo británico Hubert Lamb (The Changing Climate, 1966) y del historiador francés Emmanuel LeRoy Ladurie (Historie du climat depuis l’an mil, 1967), que recopilaban y analizaban referencias históricas sobre variaciones climáticas anteriores a las primeras mediciones científicas.
En el caso peruano, el primer estudio sobre un episodio climático del pasado fue publicado por el historiador Lorenzo Huertas (Ecología e historia: Probanzas de indios y españoles referentes a las catastróficas lluvias de 1578, en los corregimientos de Trujillo y Saña, 1987), donde se transcribe la documentación colonial conservada sobre el Fenómeno de “El Niño” (FEN) más fuerte del siglo XVI en la Costa Norte. No es casual, por cierto, que éste interés académico por el clima del pasado se haya desarrollado en el Perú en los años 80, luego del catastrófico “Niño” de 1982-1983. La intensidad de éste episodio climático motivó a científicos de diferentes especialidades (climatólogos, oceanógrafos, biólogos, geólogos, así como historiadores y arqueólogos) a buscar los antecedentes y explorar las correlaciones del FEN, con el objetivo de entender mejor sus ciclos e intentar prevenir sus futuras ocurrencias.
Pese al potencial valor práctico de conocer los ciclos climáticos del pasado en el área andina, poco se ha hecho en éste ámbito de la investigación histórica. Aparte de nuevos estudios y documentos reunidos por Lorenzo Huertas (Diluvios andinos: A través de las fuentes documentales, 2001, e Injurias del tiempo: Desastres naturales en la historia del Perú, 2010), sólo contamos con el trabajo de Lizardo Seiner (Estudios de historia medioambiental: Perú, siglos XVI-XX, 2002), que desarrolla otros temas además del clima, como las catástrofes sísmicas. Además de éstos dos historiadores peruanos, numerosos arqueólogos han apuntado, ya desde los años de la década de 1970, cómo las variaciones y catástrofes climáticas afectaron el desarrollo de las sociedades prehispánicas en los Andes. Con todo, no hay aún un trabajo que reuna y sistematice los artículos especializados sobre el tema, y las historias generales sobre el Perú y Bolivia no incluyen todavía la variable del clima como un elemento importante en sus explicaciones del pasado.
No conozco estudios específicos sobre la historia del clima del Altiplano peruano-boliviano, aunque existen dispersos numerosos artículos en revistas especializadas que presentan los resultados de diversos estudios sobre paleo-climas andinos: análisis de los depósitos de hielo anuales en glaciales de alta montaña (glaciología), o de los despósitos de sedimentos en el fondo de lagunas (limnología), o del pólen de distintas especies de plantas y árboles tanto en sedimentos lacustres como en excavaciones arqueológicas (palinología). Éstos estudios proporcionan datos para entender las variaciones del clima en períodos largos de varios siglos de duración, y se enmarcan en el lapso de los últimos 10,000 años (Holoceno), tras el final de la más reciente “Edad de Hielo” (Pleistoceno).
Uno de los hallazgos más interesantes de éstas investigaciones es la exitencia de un período de más de 400 años en el que las temperaturas promedio fueron más frías que las de hoy, por lo que se habla de una “Pequeña Edad de Hielo”. En Europa ocurrió entre aproximadamente los años 1430 y 1850, con inviernos largos y fríos, y mayores precipitaciones (lluvia y nieve).
Para los Andes, gracias a los estudios del profesor Lonnie Thompson, de la Universidad de Ohio, en el Nevado Quelcaya (entre Sicuani y Macusani, el glaciar de zona tropical más grande del mundo), sabemos que ésta “época neoglacial” se produjo entre aproximadamente los años 1450 y 1880. Además, por dos siglos, entre 1500 y la década de 1720, hubo mayor humedad y precipitaciones más frecuentes, lo que benefició a los pobladores andinos debido al mayor crecimiento de pastos naturales (ayudando a la crianza de llamas y alpacas), y a las condiciones favorables para la agricultura. En cambio, el siglo y medio siguiente, entre la década de 1720 y el año 1860, fue en general más seco y con precipitaciones escasas.
Por otro lado, el profesor Thompson ha venido registrando en Quelcaya la reducción del Glaciar Qorikalis desde 1978. Durante los primeros 15 años (1978-1992) la retirada del hielo ocurrió a razón de 6 metros anuales; en los últimos 15 años (1993-2008) ha sido a un promedio de 60 metros anuales. En 30 años el glaciar a perdido 25 por ciento de su superficie, lo que apunta a que, en efecto, hay un proceso de cambio climático y que la tendencia es al calentamiento global.
Sin embargo, las variaciones climáticas de períodos más cortos, que son las que causan las catástrofes que afectan vidas humanas, son menos visibles en los estudios mencionados, a menos que se trate de episodios verdaderamente intensos como los “Mega-Niños” de 1578, 1982-1983, o 1997-1998.
Así, el FEN de 1982-1983 produjo intensas lluvias en la costa ecuatoriana y en la Costa Norte peruana (especialmente en Piura-Tumbes), mientras que el Altiplano peruano-boliviano sufrió una intensa sequía. Algunos investigadores propusieron que si ésta era una correlación consistente, los estudios históricos sobre los ciclos de los “Niños” en la Costa Norte podrían ayudar a entender e identificar los ciclos de las sequías en el Altiplano Surandino. Sin embargo, el FEN de 1997-1998, equivalente en magnitud al de 1982-1983, no produjo sequía en el Altiplano. Y este año 2010, un FEN moderado en la Costa Norte se produce al mismo tiempo que las intensas lluvias que afectan no sólo a Puno y La Paz, sino toda el área comprendida entre el Cuzco y Sucre.
Parece claro que estamos aún lejos de haber identificado las variables climáticas más importantes, y sus posibles correlaciones inter-regionales, que nos permitan pronosticar éste tipo de variaciones en la intensidad de las lluvias y prepararnos adecuadamente para enfrentar las inundaciones que ocasionan.
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Publicado originalmente en Cabildo Abierto (Puno), núm. 48, abril de 2010.
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Irregularidades del Clima e Historia en el Altiplano
[Segunda Parte].
Entre los meses de diciembre del 2009 y marzo del 2010 la intensidad de las lluvias del verano andino en la Sierra Central y Sur del Perú, así como en los Departamentos bolivianos de La Paz, Oruro, Cochabamba, Chuquisaca (y en las tierras bajas de Santa Cruz y el Beni), alcanzó niveles catastróficos, causando inundaciones, deslizamientos y severos daños en distintas localidades del Cuzco (incluyendo Machu Picchu), Puno (Juliaca, Huancané, Carabaya), y La Paz. ¿Cómo explicar todo ésto? ¿Qué antecedentes existen? ¿Pueden prevenirse éstas irregularidades climáticas al conocerse y estudiarse eventos similares ocurridos en épocas pasadas? Nuestro colaborador Nicanor Domínguez continua con sus reflexiones al respecto.
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No siempre se ha preservado la memoria tradicional (oral o escrita) de episodios con variaciones intensas del clima --especialmente cuando las lluvias faltan (sequías) o sobran (inundaciones)--, limitando la capacidad de comprensión y prevención de las generaciones futuras. El estudio científico de los paleo-climas andinos lo han hecho glaciólogos (analizando los depósitos de hielo anuales en glaciares de alta montaña), limnólogos (estudiando los despósitos de sedimentos en el fondo de lagunas), y palinólogos (analizando el polen de distintas especies de plantas y árboles en sedimentos lacustres y excavaciones arqueológicas).
Éstos estudios geológicos cubren variaciones del clima en períodos de varios siglos, tras el final de la más reciente “Edad de Hielo” (Pleistoceno), enmarcándose en el lapso de los últimos 10,000 años (Holoceno). Así, la llamada “Pequeña Edad de Hielo” es un período de más de 400 años en el que las temperaturas globales promedio fueron más frías que las de hoy. En los Andes ésta “época neoglacial” ocurrió entre 1450 y 1880, con inviernos largos y fríos, y mayores precipitaciones (lluvia y nieve). Además, por más de dos siglos (de 1500 a la década de 1720), hubo mayor humedad y precipitaciones más frecuentes, lo que favoreció: (a) un mayor crecimiento de pastos naturales (beneficiando a los criadores de llamas y alpacas), y (b) mejores condiciones para la agricultura. En cambio, durante el siglo y medio siguiente (de la década de 1720 al año 1860), el clima andino fue en general más seco y con escasas precipitaciones, limitando así pastos, rebaños y cultivos.
Y los historiadores, ¿qué tipo de información utilizan para reconstruir el clima del pasado? Por ejemplo, la revisión de las crónicas escritas por los españoles en los siglos XVI y XVII, luego de la Conquista de los Incas y durante el primer siglo colonial, permitió al investigador francés Pierre Morlon concluir en 1992 que el clima andino entre las décadas de 1530 a 1650 había sido más frío y nevado que en el siglo XX, aunque no lo suficiente como para producir una variación significativa en los límites superiores de los cultivos. Sus conclusiones son consistentes con las características de la “Pequeña Edad de Hielo” en los Andes definidas por el glaciólogo Lonnie Thompson en 1985 y 1986.
Por otro lado, las variaciones climáticas de períodos más cortos, que son las que causan las catástrofes que afectan vidas humanas, son menos perceptibles en los estudios geológicos mencionados, a menos que se trate de episodios verdaderamente intensos como los “Mega-Niños” de 1577-1578, 1982-1983, o 1997-1998. Aquí la documentación histórica proporciona a veces detalles invalorables. Para el primero de los “Mega-Niños” mencionados, Lorenzo Huertas utilizó en 1987 la documentación colonial conservada en Lima (en el Archivo General de la Nación y en la Biblioteca Nacional) sobre los reclamos judiciales de las comunidades indígenas de los valles de Lambayeque en 1578, argumentando no poder pagar sus tributos debido a la catástrofe climática.
La documentación colonial se refiere a éstas caídas de la producción agrícola como “esterilidades”, sin aclarar si la causa climática había sido el exceso de lluvias (inundaciones, huaycos), su escasez (sequía), u otro fenómeno atmosférico (heladas), o incluso biológico (plagas). Así de ambiguo, por ejemplo, figura el término en un documento del Archivo Regional del Cuzco, de agosto de 1662, donde las comunidades del Valle del Vilcanota pedían la “conmutación” del tributo (pago en moneda y no es especie), argumentando: “la esterilidad que este año [h]an tenido en las comidas de maiz y trigo y ser notorio lo referido y que [h]an benido de todas las provincias a pedir la dicha esterilidad”. La referencia es breve y apunta a una crisis agrícola y climática generalizada en la región del Cuzco. Además, su impacto social y económico trasciende al fenómeno natural concreto que le dió origen.
Como explicara en 1983 la historiadora norteamericana Brooke Larson (a partir de sus estudios sobre el Valle de Cochabamba, Bolivia), el tributo en especie (producción agropecuaria indígena) era tasado a un monto fijo desde la época del Virrey Toledo (1569-1581), pero era comercializado a precios de mercado en ciudades y centros mineros por los corregidores y sus tenientes. Éstos pagaban a las Cajas Reales el precio “oficial” y se beneficiaban con la diferencia en los precios de mercado. En una economía “de tipo antiguo”, como la definen los historiadores franceses Ernest Labrousse [1895-1988] y Pierre Vilar [1906-2003], las “crisis agrarias” eran crisis de sobreproducción: las buenas cosechas generan abundancia de alimentos, pero provocan la caída de los precios. En cambio, un mal año agrícola (de “esterilidad”) era beneficioso para los productores, pues los precios de los alimentos subían debido a su escasez. Para las comunidades indígenas coloniales (de Lambayeque en 1578 o del Cuzco en 1662), la venta directa de sus tributos en especie resultaba un buen negocio; pero sólo podían hacerlo con el apoyo judicial de una autoridad de nivel superior, que limitara la comercialización de esos productos por las autoridades provinciales y locales.
Como puede apreciarse, los aportes de una historia del clima en el Sur Andino colonial, resultan de gran interés para entender a cabalidad la complejidad del pasado de sus habitantes. Además, puede también darnos una entrada a las ideas y percepciones de la gente de la época sobre el impacto de las irregularidades del clima.
El complejo de santuarios prehispánicos de la actual Península de Copacabana y las Islas del Sol y la Luna fue convertido a finales del siglo XVI por los evangelizadores españoles en un centro de peregrinación cristiana en honor de la Virgen María. Según el cronista agustino fray Alonso Ramos Gavilán, el “ídolo Copacati” era venerado en Copacabana prehispánica en épocas de sequía, para atraer las lluvias. Coincidentemente, los primeros milagros de la Virgen de Copacabana, fechados a inicios de la década de 1580, son lluvias milagrosas que alivian la sequía que habría afectado al Altiplano en ese entonces. Las numerosas menciones a rogativas a la Virgen para atraer las lluvias podrían servirnos de registro meteorológico, especialmente si otros documentos coloniales confirmaran “esterilidades” en esos años.
Otro agustino, fray Antonio de la Calancha, registra una sequía en 1592: “Habían sembrado los indios en toda la provincia de Chucuito sus papas, ocas, quinua y las demás legumbres que usan para mantenimiento. Faltó el agua estando ya crecidas las mieses [= cultivos] y para cuajar [= madurar] los frutos. Era general el desconsuelo, porque siendo común el hambre siempre es universal el gemido. Convocáronse todos los pueblos y, acompañando los Curas y Sacerdotes a sus indios, y concurriendo los españoles, se llenó Copacavana de una innumerable multitud” [Calancha-Torrres 1972, t. I, p. 363].
Calancha resalta “la devoción de indios, de sacerdotes y de españoles” por la Virgen: “Salió (...) la procesión, y habiendo dado la vuelta al cementerio, llegando la santa Imagen al lugar donde está una puerta por la cual se descubre la laguna [= Lago Titicaca], comenzó a soplar un viento tan vehemente, que le pareció a la multitud caian las paredes y se arrancaban los techos. Sosegáronse y conocieron que era ruido de cosa distante, y era en la laguna donde los demonios [= divinidades indígenas prehispánicas] que andan en las islas [del Sol y de la Luna] sintieron tal terror, tal tormento viendo aquella Imagen, que huyeron bramando y se escondieron temiendo. Pasó el ruido y sintieron un viento (...) agradable. Estando el cielo limpio, sin nubes, y el sol nunca más claro, comenzó a caer un agua mansa, sin ruido, sin trueno, sin tempestad; mojábanse todos y era tanta la alegría del innumerable concurso [de gente], que se deleitaban en mojarse” [t. I, p. 364].
El milagro pluvial no sólo beneficiaba a los cultivos sino que, al derrotar a las divinidades indígenas, fortalecía el cristianismo de los indios. Ocurrió en 1592 lo que cuenta Calancha es problema imposible de resolver hoy. Que la gente entonces aceptara tales explicaciones es algo cierto y debiera ser parte de cualquier reconstrucción histórica sobre el clima del pasado.
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Publicado originalmente en Cabildo Abierto (Puno), núm. 49, mayo de 2010.
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REFERENCIAS:
Alonso Ramos Gavilán, OSA.
Historia del célebre Santuario de Nuestra Señora de Copacabana [1621]
Edición de Ignacio Prado Pastor. Lima, 1988.
Antonio de la Calancha, OSA, y Bernardo de Torres, OSA.
Crónicas Agustinianas del Perú [1639-1657]
Edición de fray Manuel Merino, OSA. Madrid, 1972, 2 vols.
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Entre los meses de diciembre del 2009 y marzo del 2010 la intensidad de las lluvias del verano andino en la Sierra Central y Sur del Perú, así como en los Departamentos bolivianos de La Paz, Oruro, Cochabamba, Chuquisaca (y en las tierras bajas de Santa Cruz y el Beni), alcanzó niveles catastróficos, causando inundaciones, deslizamientos y severos daños en distintas localidades del Cuzco (incluyendo Machu Picchu), Puno (Juliaca, Huancané, Carabaya), y La Paz. ¿Cómo explicar todo ésto? ¿Qué antecedentes existen? ¿Pueden prevenirse éstas irregularidades climáticas al conocerse y estudiarse eventos similares ocurridos en épocas pasadas? Nuestro colaborador Nicanor Domínguez continua con sus reflexiones al respecto.
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No siempre se ha preservado la memoria tradicional (oral o escrita) de episodios con variaciones intensas del clima --especialmente cuando las lluvias faltan (sequías) o sobran (inundaciones)--, limitando la capacidad de comprensión y prevención de las generaciones futuras. El estudio científico de los paleo-climas andinos lo han hecho glaciólogos (analizando los depósitos de hielo anuales en glaciares de alta montaña), limnólogos (estudiando los despósitos de sedimentos en el fondo de lagunas), y palinólogos (analizando el polen de distintas especies de plantas y árboles en sedimentos lacustres y excavaciones arqueológicas).
Éstos estudios geológicos cubren variaciones del clima en períodos de varios siglos, tras el final de la más reciente “Edad de Hielo” (Pleistoceno), enmarcándose en el lapso de los últimos 10,000 años (Holoceno). Así, la llamada “Pequeña Edad de Hielo” es un período de más de 400 años en el que las temperaturas globales promedio fueron más frías que las de hoy. En los Andes ésta “época neoglacial” ocurrió entre 1450 y 1880, con inviernos largos y fríos, y mayores precipitaciones (lluvia y nieve). Además, por más de dos siglos (de 1500 a la década de 1720), hubo mayor humedad y precipitaciones más frecuentes, lo que favoreció: (a) un mayor crecimiento de pastos naturales (beneficiando a los criadores de llamas y alpacas), y (b) mejores condiciones para la agricultura. En cambio, durante el siglo y medio siguiente (de la década de 1720 al año 1860), el clima andino fue en general más seco y con escasas precipitaciones, limitando así pastos, rebaños y cultivos.
Y los historiadores, ¿qué tipo de información utilizan para reconstruir el clima del pasado? Por ejemplo, la revisión de las crónicas escritas por los españoles en los siglos XVI y XVII, luego de la Conquista de los Incas y durante el primer siglo colonial, permitió al investigador francés Pierre Morlon concluir en 1992 que el clima andino entre las décadas de 1530 a 1650 había sido más frío y nevado que en el siglo XX, aunque no lo suficiente como para producir una variación significativa en los límites superiores de los cultivos. Sus conclusiones son consistentes con las características de la “Pequeña Edad de Hielo” en los Andes definidas por el glaciólogo Lonnie Thompson en 1985 y 1986.
Por otro lado, las variaciones climáticas de períodos más cortos, que son las que causan las catástrofes que afectan vidas humanas, son menos perceptibles en los estudios geológicos mencionados, a menos que se trate de episodios verdaderamente intensos como los “Mega-Niños” de 1577-1578, 1982-1983, o 1997-1998. Aquí la documentación histórica proporciona a veces detalles invalorables. Para el primero de los “Mega-Niños” mencionados, Lorenzo Huertas utilizó en 1987 la documentación colonial conservada en Lima (en el Archivo General de la Nación y en la Biblioteca Nacional) sobre los reclamos judiciales de las comunidades indígenas de los valles de Lambayeque en 1578, argumentando no poder pagar sus tributos debido a la catástrofe climática.
La documentación colonial se refiere a éstas caídas de la producción agrícola como “esterilidades”, sin aclarar si la causa climática había sido el exceso de lluvias (inundaciones, huaycos), su escasez (sequía), u otro fenómeno atmosférico (heladas), o incluso biológico (plagas). Así de ambiguo, por ejemplo, figura el término en un documento del Archivo Regional del Cuzco, de agosto de 1662, donde las comunidades del Valle del Vilcanota pedían la “conmutación” del tributo (pago en moneda y no es especie), argumentando: “la esterilidad que este año [h]an tenido en las comidas de maiz y trigo y ser notorio lo referido y que [h]an benido de todas las provincias a pedir la dicha esterilidad”. La referencia es breve y apunta a una crisis agrícola y climática generalizada en la región del Cuzco. Además, su impacto social y económico trasciende al fenómeno natural concreto que le dió origen.
Como explicara en 1983 la historiadora norteamericana Brooke Larson (a partir de sus estudios sobre el Valle de Cochabamba, Bolivia), el tributo en especie (producción agropecuaria indígena) era tasado a un monto fijo desde la época del Virrey Toledo (1569-1581), pero era comercializado a precios de mercado en ciudades y centros mineros por los corregidores y sus tenientes. Éstos pagaban a las Cajas Reales el precio “oficial” y se beneficiaban con la diferencia en los precios de mercado. En una economía “de tipo antiguo”, como la definen los historiadores franceses Ernest Labrousse [1895-1988] y Pierre Vilar [1906-2003], las “crisis agrarias” eran crisis de sobreproducción: las buenas cosechas generan abundancia de alimentos, pero provocan la caída de los precios. En cambio, un mal año agrícola (de “esterilidad”) era beneficioso para los productores, pues los precios de los alimentos subían debido a su escasez. Para las comunidades indígenas coloniales (de Lambayeque en 1578 o del Cuzco en 1662), la venta directa de sus tributos en especie resultaba un buen negocio; pero sólo podían hacerlo con el apoyo judicial de una autoridad de nivel superior, que limitara la comercialización de esos productos por las autoridades provinciales y locales.
Como puede apreciarse, los aportes de una historia del clima en el Sur Andino colonial, resultan de gran interés para entender a cabalidad la complejidad del pasado de sus habitantes. Además, puede también darnos una entrada a las ideas y percepciones de la gente de la época sobre el impacto de las irregularidades del clima.
El complejo de santuarios prehispánicos de la actual Península de Copacabana y las Islas del Sol y la Luna fue convertido a finales del siglo XVI por los evangelizadores españoles en un centro de peregrinación cristiana en honor de la Virgen María. Según el cronista agustino fray Alonso Ramos Gavilán, el “ídolo Copacati” era venerado en Copacabana prehispánica en épocas de sequía, para atraer las lluvias. Coincidentemente, los primeros milagros de la Virgen de Copacabana, fechados a inicios de la década de 1580, son lluvias milagrosas que alivian la sequía que habría afectado al Altiplano en ese entonces. Las numerosas menciones a rogativas a la Virgen para atraer las lluvias podrían servirnos de registro meteorológico, especialmente si otros documentos coloniales confirmaran “esterilidades” en esos años.
Otro agustino, fray Antonio de la Calancha, registra una sequía en 1592: “Habían sembrado los indios en toda la provincia de Chucuito sus papas, ocas, quinua y las demás legumbres que usan para mantenimiento. Faltó el agua estando ya crecidas las mieses [= cultivos] y para cuajar [= madurar] los frutos. Era general el desconsuelo, porque siendo común el hambre siempre es universal el gemido. Convocáronse todos los pueblos y, acompañando los Curas y Sacerdotes a sus indios, y concurriendo los españoles, se llenó Copacavana de una innumerable multitud” [Calancha-Torrres 1972, t. I, p. 363].
Calancha resalta “la devoción de indios, de sacerdotes y de españoles” por la Virgen: “Salió (...) la procesión, y habiendo dado la vuelta al cementerio, llegando la santa Imagen al lugar donde está una puerta por la cual se descubre la laguna [= Lago Titicaca], comenzó a soplar un viento tan vehemente, que le pareció a la multitud caian las paredes y se arrancaban los techos. Sosegáronse y conocieron que era ruido de cosa distante, y era en la laguna donde los demonios [= divinidades indígenas prehispánicas] que andan en las islas [del Sol y de la Luna] sintieron tal terror, tal tormento viendo aquella Imagen, que huyeron bramando y se escondieron temiendo. Pasó el ruido y sintieron un viento (...) agradable. Estando el cielo limpio, sin nubes, y el sol nunca más claro, comenzó a caer un agua mansa, sin ruido, sin trueno, sin tempestad; mojábanse todos y era tanta la alegría del innumerable concurso [de gente], que se deleitaban en mojarse” [t. I, p. 364].
El milagro pluvial no sólo beneficiaba a los cultivos sino que, al derrotar a las divinidades indígenas, fortalecía el cristianismo de los indios. Ocurrió en 1592 lo que cuenta Calancha es problema imposible de resolver hoy. Que la gente entonces aceptara tales explicaciones es algo cierto y debiera ser parte de cualquier reconstrucción histórica sobre el clima del pasado.
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Publicado originalmente en Cabildo Abierto (Puno), núm. 49, mayo de 2010.
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REFERENCIAS:
Alonso Ramos Gavilán, OSA.
Historia del célebre Santuario de Nuestra Señora de Copacabana [1621]
Edición de Ignacio Prado Pastor. Lima, 1988.
Antonio de la Calancha, OSA, y Bernardo de Torres, OSA.
Crónicas Agustinianas del Perú [1639-1657]
Edición de fray Manuel Merino, OSA. Madrid, 1972, 2 vols.
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