Por Rocío Silva Santisteban
La Republica, Lima, domingo, 20/06/2010
¿Quién era el perfecto terrorista durante los años 80 en el Perú? No necesariamente un hombre blanco, fuerte, alto, corpulento, relativamente bienparecido, de buen castellano y ademanes caballerescos, sin lentes y con la barba siempre cabalmente afeitada como me dicen que fue Julio Casanova u Osmán Morote durante sus épocas universitarias. Al contrario: el paradigma máximo del terruco era un estudiante retaco, moreno, de pelo negro y apelmazado, de lentes y camisa a cuadros, chompita beige tejida a palito, y pantalón de gabardina lustroso, que además portara una mochila incaica con un libro rojo en el interior. Así se imaginaban los policías, los militares, la prensa y las madres angustiadas de las cachimbas de letras al sanmarquino que profesaba ideas políticas extremistas.
Tener un carnet universitario de San Marcos o de cualquier otra universidad pública en esos días equivalía a que eras el primero que la policía bajaba del micro para registrarte hasta el último centímetro de tu bolsillo raído o, en el peor de los casos, llevarte directamente a la Dincote como sospechoso de lo que sea, aun cuando fueras el más nerd de las clases de literatura, que sólo leía a Homero y no sabía de otro Marx más que de Groucho. Muchos de esos muchachos estudiantes de ingeniería que solían hundirse entre sus reglas T y sus calculadoras Cassio terminaron encarcelados, torturados y algunas veces asesinados, solo por tener un carnet universitario. En la Universidad Nacional del Centro durante los años 1989 y 1993 desaparecieron 100 estudiantes: los culpables aún no pagan por esos asesinatos.
Por eso mismo, que tres periódicos le dediquen sus carátulas a una supuesta “toma de San Marcos” por un grupo de 30 personas que salieron a corear vítores a Abimael Guzmán en el patio de Ciencias Sociales es no solo el clásico elemento mediático que servirá de plataforma a la alicaída campaña de Keiko, sino una manera de alentar, fomentar y azuzar un miedo sinsentido y un estereotipo deleznable. Basta ya del mito del terruco sanmarquino. Desde sus inicios la UNMSM no solo ha sido “nido de inquietudes, plaza de victorias”, como escribiera Juan Gonzalo Rose, sino que hoy por hoy es una de las pocas universidades nacionales que está a la vanguardia del pensamiento intelectual con sus escasísimas rentas y a la cabeza de una lucha por la memoria histórica como lo demuestra el Congreso Internacional de Estudiantes de Historia sobre Violencia Política, Narcotráfico y DDHH que han organizado los sanmarquinos con la presencia de sus pares latinoamericanos.
Eso no implica, por supuesto, dejar pasar a estos grupos sin pararlos frontalmente, sin dejar en claro que la mayoría de la universidad no quiere dejarse abrumar por un discurso marxista de utilería. Basta de indiferencia: sanmarquino/a, defiende tu universidad de la pasividad y del extremismo. El daño que le causaron a San Marcos las luchas políticas intestinas es casi tan parecido al que ahora le están causando los aquelarres burocráticos para mantenerse en el poder. Una intervención en la UNMSM no haría otra cosa sino demostrar que hay alianzas insospechadas dentro de los claustros universitarios: apro-fujimoristas-senderistas. Como señala un comunicado de profesores de CCSS: “La historia reciente de violencia y muerte en el país y su impacto nefasto en la universidad exige de nosotros una denuncia directa de esta triple alianza política”.
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Tomado de: http://www.larepublica.pe/
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Universitarios contra Sendero
Por Carlos Reyna
La Republica, Lima, miércoles, 30/06/2010
Desde dentro de la propia Universidad de San Marcos. Protagonizadas por los propios estudiantes universitarios. Así están siendo las principales expresiones de rechazo a la actividad senderista que se hizo visible en estos días.
El 25 de junio una marcha de estudiantes sanmarquinos salió desde la ciudad universitaria y se dirigió hasta el centro de Lima. Rechazaban con toda claridad la presencia de senderistas en su campus. Pero también defendían la autonomía universitaria y demandaron que se democratice el gobierno de la universidad. En particular, que se apruebe la reforma legal para que sus autoridades sean elegidas mediante voto universal y directo de profesores y estudiantes.
El lunes 28 fue conocido un comunicado del Centro de Estudiantes de la histórica Facultad de Medicina de San Fernando, también de San Marcos. En primer lugar se refieren al acto público en que se pidió, como ellos refieren, “la liberación de terroristas del Partido Comunista Peruano - Sendero Luminoso”.
Sus términos son rotundamente condenatorios del acto: “Rechazamos todo tipo de violencia, con mayor razón aquella venida de la violencia política; que tanto dolor … nos han dejado hasta la actualidad. Consecuentemente, rechazamos todos los hechos ocurridos en la Ciudad Universitaria en apología al terrorismo”. Demandan que se identifique y sancione a “los responsables de estos hechos”.
A la vez los estudiantes critican la ligereza y exageración con que la prensa “viene manejando este tema”. No les parece justo que el acto senderista, de unas pocas decenas de personas, reciba más eco, cobertura y debate que una marcha de mil estudiantes de medicina del mismo San Marcos, defendiendo su acceso a los llamados campus clínicos en los hospitales del Estado. Ambos eventos fueron por los mismos días. Anuncian que el 5 de julio harán otra marcha al Congreso y esperan que esta vez la prensa informe sobre ella.
De modo que los estudiantes unen ahora su rechazo al senderismo a la demanda de mejores condiciones educativas, a su defensa de la autonomía universitaria y a su reclamo de verdadera democracia en la universidad. Todos los partidos que se dicen demócratas deberían apoyarlos sin reservas si de veras quieren cerrarles el paso a las osadías senderistas.
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Tomado de: http://www.larepublica.pe/
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Estudiantes de Huamanga
Por Manuel Burga
La Republica, Lima, jueves, 13/05/2010
El libro del profesor Jefrey Gamarra Carrillo, Generación, memoria y exclusión. La construcción de representaciones sobre los estudiantes de la Universidad de Huamanga, que acaba de aparecer, es un análisis de tres generaciones de estudiantes que se suceden en esta universidad entre 1959 y 2006. Trazando un derrotero que pasa de las ilusiones regionales, al clasismo radical por el cambio hasta llegar a un posclasismo interesado en el individuo. ¿Esto ha sucedido con nuestros universitarios en los últimos 50 años? El autor polemiza con las “historias oficiales, construidas desde Lima, en base a presupuestos, a estereotipos”, que trata de corregir apoyado en testimonios originales y en nuevos estudios locales.
Sin embargo, guardo un recuerdo diferente de los alumnos de Historia de la UNSCH. La visité en noviembre pasado, en ocasión de un Seminario Internacional en esta Universidad, y desde el primer momento un alumno de historia se me acercó para invitarme a su Facultad, a hablar del papel del historiador en la actualidad, “de lo que usted quisiera”, me precisó. Lo que quería era una hora con ellos, con setenta estudiantes y terminé hablando más de lo que hubiera imaginado. La sorpresa la tuve más tarde, cuando el mismo alumno llegó al hotel con la escultura de una hermosa iglesia ayacuchana y una generosa dedicatoria, con varias firmas, que me conmovió. Así entendí los afanes de una extraña colecta de monedas entre los jóvenes asistentes, al finalizar mi charla, que aún revela un ejemplar amor por la universidad y el conocimiento.
Son ellos, en parte, solamente en parte, los estudiados en este libro, que pretende cuestionar las explicaciones que se han dado sobre esta universidad y sus estudiantes, que se reabrió en 1959, con grandes expectativas, que Jorge Basadre en 1958, Ministro de Educación de entonces, resumió muy bien al decir que se necesitaba una moderna universidad regional. El 2009, 50 años después, el autor se pregunta: ¿Se cumplió con esta meta? Su respuesta es categórica: de ninguna manera.
Tres generaciones de estudiantes. La generación “académica”, de la reapertura, de estudiantes apasionados por el estudio, por conocer la región, su cultura propia, que disfrutó de una universidad prometedora. Luego, la “generación clasista”, de estudiantes más jóvenes, donde aparece la mujer combativa, altamente politizada; una generación alejada de sus padres, interesada en el poder y el cambio social para todo el país. Llama “generación posclasista” a la tercera, integrada por hombres y mujeres en la misma proporción, interesada ya no en los ideales del cambio social, sino en su propio mejoramiento personal y profesional.
Estas tres generaciones, nos dice el autor, han sido mal descritas y por eso busca poner las cosas en su sitio. Nos dice que la primera no fue tan rural, ni tan campesina, como se suele decir; ni indígena, ni quechua, sino más bien provenía mayoritariamente de zonas urbanas de los departamentos vecinos. ¿Cómo se explican los cambios generacionales? La fuerza de la pertenencia a una generación. Esta es su propuesta: todos somos hijos del tiempo en que vivimos y nos organizamos y pensamos dentro de grupos generacionales. Las redes sociales, según el autor, explican más y mejor que otros condicionantes tradicionalmente considerados.
Estas generaciones de estudiantes ejemplifican el gran cambio que ha sucedido en el país, en consonancia con los nuevos tiempos. Tampoco nos sorprende esa sensación de decadencia regional, de metas inalcanzadas, de institución en crisis, que invita a ignorar lo sucedido, a dar la espalda a la realidad, como pretende el poeta local Marcial Molina (1988) cuando dice: “Aquí nada ha pasado/ nadie ha venido/ ninguno se ha ido/ menos nadie ha muerto”. Pero aún quedan esos estudiantes que incluso recurren a sus propias moneditas.
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Tomado de: http://www.larepublica.pe/
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